Más nafta al fuego de la recesión

Por su alta volatilidad, el dólar vuelve a ser un tema ineludible en la agenda económica: después de atravesar un tiempo de calma relativamente duradero, en lo que va de febrero se aceleró 3,8%, para tocar máximos en lo que va de 2019, lo que denota un salto importante en la cotización de la moneda estadounidense. 

En este subibaja, las dudas sobre la viabilidad del programa financiero volvieron a emerger, en un contexto macroeconómico en donde las variables fundamentales de la economía lucen muy endebles. Las causas que explican este rebrote de volatilidad son tanto de índole coyuntural como estructural; internas y externas. En lo profundo, se encuentra la liberalización plena de los mercados y el sistema financiero: una receta ya ensayada para economías periféricas, en general con pésimos resultados.

El período octubre-enero se caracterizó por una alta rentabilidad para los activos en pesos. Leliq, plazos fijos, acciones y bonos tuvieron un rendimiento muy superior a la evolución nominal del tipo de cambio, al compás de las extraordinarias tasas que se ofrecieron desde el BCRA y los dólares del FMI. 

El veranito financiero con carry trade a todo ritmo, permitió en la plaza local obtener ganancias en moneda dura en un cortísimo plazo, rendimientos que les llevaría más de tres años obtener en mercados financieros de economías estables. Se trata de activos en general volátiles y riesgosos que, dada las condiciones actuales, rápidamente pueden pararse nuevamente en dólares. Por otra parte, los plazos fijos en moneda extranjeras se acercaron a los u$s 30.000 millones. Son inversiones conservadoras que rinden un 2% anual, pero que pueden traer un dolor de cabeza ante una crisis que implique el retiro de los fondos. Si bien las reservas internacionales lucen mayores, el acuerdo con el fondo prioriza el pago de la deuda más que un enfrentamiento a un cambio en las preferencias de los inversores.

Las altas tasas y un escenario internacional más favorables llevó a que el dólar cotizara reiteradamente por debajo de la banda de no intervención establecida por el BCRA y el FMI, que hoy se ubica entre $ 38,18 y $ 49,41. Pero este sistema de determinación del tipo de cambio supone una diferencia del 29,4% entre puntas, que se mantiene a futuro. En el actual escenario de retroceso general de la economía permitir semejante suba del dólar equivale a echar más nafta al fuego de la recesión, que hoy tanto nos afecta. La relación entre la situación financiera del país y la economía real se canaliza vía el aumento del precio del dólar. 

El Ejecutivo está en una encrucijada. Las prescripciones económicas neoliberales para salir de una crisis de balanza de pagos, son por definición recesivas. El gasto público no puede motorizar la demanda, por los compromisos asumidos con el Fondo, la inversión interna languidece y la externa llega en cuentagotas para el tamaño de la economía argentina. Solo queda la vía de las exportaciones, una opción con limitaciones propias ya que representan solo el 11% del PBI. Si bien es cierto que la balanza comercial fue positiva en los últimos meses, la causa principal es la recesión que contrae las importaciones. Pero muchos centran su atención el tipo de cambio real e insisten sobre esta variable. La coyuntura lo ha hecho bajar en los últimos meses, en el afán de usar el ancla cambiaria contra la inflación, y ya se escuchan voces sobre los problemas de competitividad. 

Si vuelven a suscitarse presiones devaluatorias, los efectos sobre la inflación serían catastróficos considerando que el año pasado el salto del dólar fue del 100%. Con ello, el salario real ha sufrido recortes pocas veces vistos en décadas, cuya manifestación más visible es el cierre masivo de locales comerciales, ventas que se desploman (como en el caso del sector automotriz donde se ha retrocedido diez años) un sector industrial que cruje con meses de producción en rojo, o el motor de la construcción absolutamente frenado y expulsando a más de 20 mil trabajadores. 

Creer en un rebote económico en esos términos es una quimera, y solo traerá más pobreza y crisis para el país. 

Por otra parte, los compromisos financieros del Tesoro nacional para este año implican el pago de USD 14.200 millones en el pago de intereses y u$s 13.700 millones en amortizaciones del capital a privados y Organismos internacionales. La recesión económica está impactando en la recaudación impositiva, que crece menos que la inflación. A pesar de la mayor presión que impuso el gobierno, con retenciones y una mayor base de contribuyentes que pagan el impuesto a las ganancias, el año ha comenzado con una pérdida real de casi el 10%. Si el gasto no se ajusta, el Ejecutivo no podrá cumplir con el déficit cero que se propuso en el Programa Financiero 2019 y deberá rehacer sus cuentas. En ese caso, será necesario acudir a otras fuentes de financiamiento. 

El riesgo país se encuentra en torno a los 640 puntos, que si bien significa una baja desde que superará los 800 puntos, sigue siendo uno de los más altos de la región. El próximo período de gobierno demandará un sobre esfuerzo en materia financiera. Entre 2022 y 2023 el país deberá pagar al FMI unos u$s 45.000, lo que dificulta la baja del riesgo y nos sitúa en una casi segura reestructuración. Asimismo, el nivel de deuda del sector público, considerando los desembolsos efectuados por el FMI, superan el 95% del PBI, un ratio que debilita toda la estructura financiera.

En este marco, es posible elucubrar que la actual calma que muestra las finanzas en este primer bimestre es altamente inestable. El intento oficial de estabilizar el tipo de cambio, vendiendo dólares del FMI en el mercado como anunció el secretario de Finanzas, Santiago Bausilli, puede tener consecuencias muy negativas para la economía a mediano plazo, cuando sea necesario renegociar la deuda. Se recrea, por tanto, el escenario de los noventa, donde el peso de la deuda comienza a asfixiar las cuentas públicas, y el agotamiento de los vectores de crecimiento lleva la economía hacia el peor de los escenarios.

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