En la mitología griega Medusa era una diosa que tenía una característica particular: seducía a quien se le acercaba y al mirarla fijo a los ojos transformaba en piedra a su interlocutor. Distancias aparte, con los gobiernos argentinos y el dólar barato ocurre algo similar.


El enamoramiento de los políticos con el tipo de cambio apreciado no es una novedad. Tres de los últimos cuatro presidentes que tuvo el país experimentaron su seducción: Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Cristina Fernández. La excepción fue Néstor Kirchner.


En los noventa el tipo de cambio sobrevaluado que instaló la convertibilidad llegó como armazón central de una política económica destinada a contrarrestar la hiperinflación de los ochenta, aun a costa del crecimiento.


Luego, la Alianza optó por mantener el status quo cambiario en medio de su impotencia para gestionar en un contexto adverso. Finalmente, la respuesta a la crisis de 2001-2002 y la vertiginosa sucesión presidencial que desencadenó en Néstor Kirchner fue enarbolar un tipo de cambio competitivo con inflación moderada que alentó las exportaciones, la industria interna y el empleo. Llegó como contraste a la convertibilidad neoliberal. Y el escenario externo ayudó como pocas veces.


Pero Cristina Fernández pareció olvidar las bondades del tipo de cambio competitivo. A tal punto que hoy casi ningún economista K recita ya a uno de los especialistas argentinos que supieron destacar al principio del presente ciclo: Marcelo Diamand, tal vez una de las mentes más lucidas de la economía argentina durante el siglo pasado, y que dio forma la teoría sobre la estructura productiva desequilibrada que tiene el país, y que requiere de un tipo de cambio competitivo para incrementar el valor agregado de las exportaciones.


¿Por qué los presidentes argentinos se enamoran del dólar barato? Una primera respuesta es porque actúa como un bálsamo para la economía. Permite oculta o patear para adelante problemas de fondo en la economía, como desbalances fiscales que generan la creciente necesidad de emitir dinero para financiarse. Es más cómodo un dólar bajo. Brinda una sensación de opulencia en las clases medias que en el corto plazo también otorga réditos electorales.


Además un tipo de cambio apreciado ayuda a contener la inflación, reduciendo la necesidad de tomar medidas de fondo, a menudo más impopulares. Y disminuye la carga de la deuda externa que se debe pagar en dólares con una recaudación en pesos. Como si fuera poco, en ausencia de controles cambiarios, fomenta los viajes y las compras en el exterior para amplios sectores de clase media.


Pero son varios los estudios que indican que los períodos prolongados de sobrevaluación cambiaria en la Argentina terminan mal. Los ejemplos más elocuentes fueron los procesos iniciados en 1976 y 1992. Esos períodos también acuñaron frases que aún resuenan en el inconciente colectivo de los argentinos como el famoso deme dos, la bicicleta financiera o la plata dulce. Algunos de los economistas argentinos que más trabajaron el tema y escribieron al respecto son Roberto Lavagna, Roberto Frenkel y Eduardo Curia.


A nivel internacional, abundan los papers en este sentido. Uno de los estudios seminales sobre las dificultades cambiarias de los países en desarrollo lo realizaron el economista argentino Guillermo Calvo (universidad de Maryland) y la especialista estadounidense Carmen Reinhardt. En su trabajo, denominado Miedo a flotar (Fear of floating, escrito en 2002), analizan la decisión de varios países de no dejar mover el tipo de cambio pese a no estar bajo un régimen fijo.


Otros dos economistas que han investigado profusamente el tema son Dani Rodrick (Turquía) y el profesor de la universidad de San Pablo e investigador de la Fundación Getulio Vargas, Luiz Carlos Bresser-Pereira, quien califica la sobrevaluación del dólar como una forma de populismo cambiario. En sus palabras, después de varios años de estudiar la relación entre el tipo de cambio y el crecimiento económico, mi conclusión más general es que el principal obstáculo que enfrentan los países con ingresos medios para convergir (alcanzar a los más desarrollados) es la tendencia de la moneda local a la sobrevaluación crónica y cíclica. Y agrega: La principal razón por que algunos países con ingresos medios o emergentes crecen a gran velocidad y se encaminan a la convergencia mientras que otros quedan relegados es que los primeros neutralizan la tendencia a la sobrevaluación del tipo de cambio, mientras que los últimos no logran hacerlo.


El dilema del enanismo cambiario prolongado (por caso, fijar el tipo de cambio nominal con inflación creciente) es que tarde o temprano obliga a correcciones bruscas. Y en economía se puede evitar de todo, menos las consecuencias.


Cualquier parecido con la realidad (argentina) es pura coincidencia.