Los males de la economía ya se conocen, lo que faltan son soluciones plausibles

La película electoral muestra dos escenas contrapuestas. Por un lado, los tenues latidos de la economía le dan esperanza a un oficialismo que, hace poco menos de dos años diagramaba planes para la próxima década y, apenas un mes atrás, se preguntaba cómo recuperar oxígeno para garantizar su subsistencia. Y por el otro, el duro tratamiento oficialista para mantener el "paciente" vivo y las recetas que surgen de la principal fuerza de oposición, complican su propio proceso de recuperación.

Un país que combina incertidumbre electoral, con recesión, alta inflación, consumo deprimido, un dólar a $ 45, tasa a 60% y promesas permanentes de cambio de reglas resulta una oferta poco atractiva para inversores propios y ajenos, que a lo largo de los últimos años optaron por el negocio financiero ante la falta de reformas de fondo que les permitieran proyectar mejores ingresos. La excepción, claro está, fue aquellos que encontraron en la exportación el incentivo para invertir sus fondos en el país. Es el caso del sector agropecuario argentino, siempre demandado desde el exterior, o el energético, alimentado por el atractivo del yacimiento de Vaca Muerta. Ambos se muestran como el pulmotor de un modelo al que buena parte de la sociedad prefiere más allá de sus padeceres, antes que retomar ideas de la administración kirchnerista.

Pero mientras los sondeos reiteran que las primarias quedarán en manos del kirchnerismo, tal como ocurrió cuatro años atrás, la pregunta cuya respuesta solo surgirá tras el ballottage de noviembre, según proyectan las encuestadoras, radica en saber de qué lado de la grieta se posicionará la porción mayoritaria del electorado. En esos números se enfoca hoy el Gobierno, más allá de su interés por garantizar una concurrencia elevada a las urnas en diez días, de manera que sus potenciales votantes la ayuden a mantener una diferencia descontable en las elecciones generales.

Un estudio de Marketing & Estadística realizado entre el 25 y el 29 de julio pasado explicita ese escenario. La encuesta nacional refleja que mientras la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner muestra una ventaja que se achicó a cuatro puntos sobre la oficialista (41% a 37%), la mayor parte de la sociedad cree que el Frente de Todos ganará las PASO. Pero la mayor novedad radica en la preferencia que tendrán en una segunda vuelta aquellos que no optan por ninguno de los dos lados de la grieta en las primarias o el primer turno electoral. Un 56% de los votantes de José Luis Espert prefiere al binomio Mauricio Macri-Miguel Pichetto, contra solo 13% que elige al kirchnerismo. Además, uno de cada tres votantes de Roberto Lavagna elige al Frente para el Cambio y solo 23% a los Fernández. Y uno de cada tres indecisos hace lo propio, frente a solo 17% que prefiere la fórmula K. Apenas entre un 2% y 3% de los votantes no sabe aún que haría en ese caso. Un guarismo que duplica la diferencia con la que Macri llegó al poder en 2015.

Convencer a ese electorado será clave, entonces, para definir los próximos cuatro años del país. Pero para ello faltan cuatro meses en los cuales la incertidumbre mantendrá a la economía en estado delicado. Los males, ya todos los conocen, pero las críticas sobre el manejo de los últimos cuatro años o el de la década anterior se escucharán diariamente. Lo que la sociedad requiere son soluciones factibles. Y elegir la mejor receta para que el paciente se recupere.

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