

Aunque en el imaginario popular los bancos están llenos de dinero, en la realidad no dejan de ser una unidad productiva que funciona con una materia prima que, de alguna manera, deben adquirir. Cuando una entidad financiera otorga un crédito no está prestando su capital, que por las normas del Banco Central debe mantener como resguardo de su operatoria, sino pesos que le entregan los ahorristas a cambio de recibir un interés.
El problema que tiene hoy el sistema es que de la mano de las UVA (la unidad que permite actualizar activos y pasivos), el crédito está volando, especialmente el hipotecario, pero la captación de fondos no crece al mismo ritmo. Los bancos consiguen pocos billetes de parte del público y eso significa que deberán obtenerlos vía colocación de deuda.
Las UVA no son magia. Simplemente son un instrumento que abarató el acceso al crédito, al permitir a las entidades que se actualice el capital en el final de su vigencia y no el interés, con lo cual en los primeros años la variación de la deuda está contenida. La demanda, no obstante, estalló también por una razón básica: la oferta creció exponencialmente.
En los años del cepo cambiario, el único crédito estaba orientado solo al consumo, a partir de un mecanismo que ocultaba su costo real para bancos y comercios: las cuotas sin interés. Pero ahora, la disponibilidad hizo poner menos el foco en la tasa y más en la chance de comprar un bien que era prácticamente inaccesible como una vivienda.
Los bancos entregaron $ 7000 millones de hipotecarios en septiembre, pero captaron poco más de $ 1300 millones ya que pagan de interés menos que la inflación anual. La buena noticia para el inversor es que algunas entidades están empezando a empujar una mayor remuneración, pagando UVA (inflación) más dos puntos, siempre que la colocación supere 180 días. Tal vez sea más costoso para el sistema financiero, pero habilitará un sendero más genuino que seguir haciendo diferencia entre el fondeo con emisiones de deuda baratas y préstamos que no son un regalo.



