El concepto de oficina -ese lugar que las empresas facilitan para que las personas trabajen- se encuentra hoy puesto en cuestión. Aunque muchos identifican a la pandemia como el inicio de ese cuestionamiento a partir del auge del home office, la realidad es que el fenómeno comenzó antes. Y el Covid-19 sólo lo aceleró.

El planteo es de fondo y es particularmente relevante para las organizaciones que son parte de la economía del conocimiento. El espacio físico de una organización inmersa en el mundo digital debe ser más que una locación para cumplir acciones rutinarias. Debe dar -literalmente- lugar a la creatividad.

Aunque la virtualidad es sumamente útil para llevar adelante múltiples tareas, la creatividad se desarrolla con contacto personal y colaboración, con lenguajes interdisciplinarios que se conectan y se potencian en su interacción. El futuro pide espacios híbridos, pero eso va mucho más allá de la periodicidad con la que las personas van a un mismo lugar. La hibridez en este contexto significa encontrar momentos de comunidad, de conexión, y no sólo de producción.

Desde este punto de vista, una oficina no puede solamente enfocarse en dar escritorios de trabajo a los empleados: debe contemplar las necesidades de los colaboradores, sí, pero también de los clientes y de la comunidad. Una estructura abierta que favorezca los diálogos cruzados de todos esos actores.

Respondiendo a esta demanda, en Finnegans estamos construyendo una nueva sede en la que el 40% de la superficie está preparada para el desarrollo y presentación de actividades artísticas, culturales y formativas abiertas. Vamos a hacer especial hincapié en dar oportunidades de desarrollo formativo de nivel y especialización para poblaciones que necesiten esas oportunidades. Habrá espacios para educar, emprender y para el arte. Nuestro foco está puesto en favorecer el encuentro, la comunicación y la creatividad desde la estructura del espacio.

Las oficinas ya no pueden ser nada más que "el lugar en el que se trabaja". Ese modelo tiene dificultades serias, visibles para cualquiera que camina por el microcentro porteño: en la Argentina, el nivel de ocupación en las oficinas igualó al de la crisis de 2001, de acuerdo con datos de CBRE. En paralelo, además, el teletrabajo sigue creciendo en el país, ya que el 54,7% se desempeña 100% a distancia sin día fijo para asistir al lugar de trabajo, según la organización Polo IT.

La transformación está en marcha y es global. Estudios internacionales realizados por Cushman & Wakefield, empresa global de servicios inmobiliarios corporativos, muestran que los empleados ven a la oficina como un lugar más para conectarse con sus compañeros y sociabilizar que para acceder a los recursos de infraestructura que ofrece. Los más jóvenes, mientras tanto, están interesadas en utilizarla para establecerse como parte de su comunidad laboral y sentirse más conectados, en especial con sus jefes y la alta dirección, según el Índice de Tendencias Laborales de Microsoft.

Los lugares de trabajo necesitan responder también a otros fenómenos emergentes. En un mundo en el que las tareas repetitivas van a estar cada vez más atribuidas a la inteligencia artificial, las personas necesitan encontrarse de otra forma y por eso los espacios deben ser distintos. La productividad no puede estar establecida en la repetición y en la perfección maquinaria, sino que debe venir de una perspectiva más de singularidad, de reflexión y de creatividad. La oficina necesita ser un lugar de encuentro y de realización personal.

El panorama que se aproxima implica necesariamente un modelo híbrido, que combina lo físico y lo digital: la experiencia laboral está enfocada en las necesidades de las personas y en la conexión con su propósito. Por ende, el desafío actual es pensar en las oficinas como una experiencia que atraiga a los trabajadores y que refuerce los vínculos en los equipos, la transferencia de conocimientos y la cocreación para responder a las demandas del futuro.