La nueva etapa que enfrenta Macri en su política exterior

La política exterior argentina atraviesa un punto de inflexión tras la salida de la canciller Susana Malcorra y la llegada, en su reemplazo, del diplomático de carrera Jorge Faurie. Y no se trata de un cambio de estilo, más allá de los matices entre ambos funcionarios.

Con su participación directa en el recambio y la decisión que tomó, Mauricio Macri confirmó que la relación de la Argentina con el mundo continuará comandada por una diplomacia presidencial. Es decir, con el protagonismo central del presidente y con las relaciones interpersonales del jefe de Estado como elemento esencial.

La mayoría de los observadores coinciden en que con la reciente gira del Presidente por Arabia Saudita, Japón y China, terminó una etapa de reinserción del país en el escenario internacional, en la recomposición de las relaciones clave con Estados Unidos, la Unión Europea y China. Y comienza ahora una gestión más centrada en la búsqueda de resultados concretos, en el seguimiento de procesos de negociación y el desafío de una agenda cargada de eventos clave con sede en la Argentina.

Más información: Después de buscar la reinserción en el mundo, el desafío es no defraudar

En el inicio de su gestión, Macri aceptó la candidatura de Malcorra a la secretaría general de la ONU, con el riesgo que ello implicaba, como doble trampolín para reactivar los canales de comunicación con los líderes mundiales. El proyecto fracasó, pero el Gobierno logró su reposicionamiento –en contraste con la gestión K- con una meta más interna que externa: conseguir promesas de inversiones en Argentina.

Jorge Faurie

Faurie es un diplomático de relación directa con dos asistentes clave de Macri: el secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo (coordinador de la agenda internacional del PRO en los tiempos de la gestión en el gobierno de la Ciudad), y el jefe de Gabinete, Marcos Peña. Tiene vasta experiencia en los asuntos protocolares y ya había sido encomendado para la organización de la cumbre del G-20 que tendrá lugar el año próximo en Argentina, un evento de gran envergadura política y económica.

La misión de conseguir inversiones –o de hacer que las promesas se vuelvan realidad- no es, no obstante, un poder exclusivo de la Cancillería: se trata de una misión que pilotea también el ministro de Producción, Francisco Cabrera.

Más información: Faurie almuerza con Malcorra en Cancillería e inicia la transición

La agenda en ciernes es ya conocida. Argentina tiene por delante en los próximos meses reuniones importantes de la OMC y el Mercosur, negociaciones con la Unión Europea y la OCDE (organización a la que el país aspira a ingresar), además de visitas trascendentes como la de la canciller alemana Angela Merkel y la definición de quién ocupará la embajada argentina en Washington.

Sin embargo, el desafío mayor que seguramente enfrenta el país en esta etapa es su oportunidad de ejercer un liderazgo regional, ante la opacidad de Brasil en su crisis política, un papel que el propio Donald Trump le calzó públicamente a Macri en su visita a la Casa Blanca.

Las cumbres internacionales no ocultan lo que está pasando en el barrio más cercano. Venezuela sigue siendo un creciente foco de conflicto, al igual que las ramificaciones regionales del escándalo de corrupción que envuelve a la empresa Odebrecht.

La complejidad de las relaciones que la Argentina se encargó de reabrir con el mundo, obliga a desarrollar una estrategia de relaciones comerciales y políticas multidimensional y con un nivel de compromiso sostenido en el tiempo. El mundo incierto de 2017 le exige a Macri un plan más robusto y un protagonismo que no deberá ceder pese a las urgencias electorales domésticas.

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