ANÁLISIS

La caja de Pandora se abre en unas pocas semanas

Las transformaciones sociales y económicas de finales de siglo XX han traído aparejados cambios profundos en la representación política, los partidos y obviamente en las campañas electorales.

El transcurrir del siglo XXI nos muestra que los viejos partidos, grandes estructuras que movilizaban a las masas con el soporte de alguna tradición ideológica han ido transformándose en maquinarias electorales, profesionalizadas, que utilizan las técnicas del marketing y la publicidad a la par de cualquier empresa de venta de productos masivos. Es cierto, hay partidos más modernos que otros, los hay mas doctrinarios o más dogmáticos, también aquellos que aparentan ser solo marketing o los otros que reniegan de su uso. Sin embargo, las nuevas tecnologías, la masividad en la conectividad a internet y el uso intensivo de redes sociales, aceleran estos cambios.

Sin embargo, aquello no significa que determinados sectores sociales no se sientan representados e identificados con ciertos partidos o voten en forma indiferente ante cada elección. No todo es lo mismo, y los votantes saben eso. Pero también es cierto que las sociedades son cada vez más complejas, más heterogéneas, y los viejos discursos que apelaban a la pertenencia de clase como movilizador del voto son un rara avis que solo sobrevive en la izquierda más combativa.

Hoy ningún partido o coalición electoral enfrenta una elección sin publicistas, encuestadores, asesores de imagen, especialistas en tecnologías y redes sociales. Las campañas electorales trabajan sobre la tensión que existe en los seres humanos entre la racionalidad y las emociones. Como ya es sabido, la información que debe procesar un votante es tan amplia, diversa y compleja que requeriría una dedicación y estudio que el elector sabe no será recompensada. Al final del día todos conocemos el relativo valor que en una elección tiene nuestro voto entre millones. Es por ello que, en términos prácticos, las campañas trabajan sobre cuestiones más simples y sencillas que el debate sobre cuál debería ser la tasa de interés del Banco Central durante los próximos cuatro años. Entonces, ejes como "Todos juntos podemos", "impidamos que gane M o que siga K", o para retomar el ejemplo anterior "prendamos fuego el Banco Central", suelen ser más eficientes al momento de interpelar y convocar al votante.

Movilizar emociones es lo que los estrategas buscan y lo que se supone los políticos saben hacer. Por supuesto que existen votantes que pase lo que pase no se moverán de sus posicionamientos. Pero probablemente la elección la gane aquella fuerza política que logra imponer por sobre el resto el eje movilizador de la elección. Aquel que sea más convocante para el votante de centro, independiente, apartidario. Pero la construcción de ese eje no se da de la noche a la mañana. No es un invento trasnochado de un grupo de planificadores de campaña. Trabajando sobre el estado de la opinión pública, los sentimientos, las miradas que se han ido configurando los votantes, la campaña finalmente busca convertir eso en votos efectivos. Al mismo tiempo, es importante que la esperanza forme parte de ese ¨set emocional¨ que convoca a los electores: que se vaya tal para que venga cual, que se termine aquello para que comience esto.

Las elecciones de medio término suelen ser un momento de ratificación del rumbo seguido por el gobierno de turno o, caso contrario, pueden anunciar tiempos de cambios en el ciclo político. Así lo fue desde el retorno a la democracia con las excepciones de 2009 y 2017. El triunfo peronista de 1987 anunció el cambio de gobierno de 1989 y la llegada de Menem al poder. Lo mismo significó la derrota de Chiche Duhalde en provincia de Buenos Aires en 1997 a manos de Fernández Meijide que terminó con De La Rúa presidente. Las elecciones de 2001 fueron la debacle de la Alianza con la expresión del voto bronca. En 2005 el peronismo saldó la disputa por el liderazgo a favor de Néstor Kirchner con el triunfo de CFK sobre Chiche Duhalde. Pero en 2009 se impuso un voto castigo al gobierno que tuvo como origen el conflicto con el campo por las retenciones.

Cuando todos esperaban un cambio de ciclo en 2011, con una mejora en la situación económica y el reciente fallecimiento de su marido se impuso la idea de fortalecer a la Presidenta (el slogan era la "Fuerza de..") pero en 2013 Massa logró imponer que venía a parar el intento reeleccionista de CFK. En 2017 darle un crédito al cambio y no volver al pasado ungió ganador a Esteban Bullrich (un desconocido) por sobre la ex Presidenta en su principal bastión electoral. Pero en 2019, inmersos en una crisis económica y con un dólar fuera de control, dominó la idea de que el presidente Macri debía irse, reemplazado por el peronismo en versión ampliada y mejorada (Frente de Todos).

Lejanos los tiempos cuando asumió Fernández. Su presidencia hasta ahora estuvo signada por la pandemia, que a su vez fue acompañada de una crisis económica fenomenal. Pero la democracia sigue y por lo tanto hay que votar. Quienes medimos la opinión pública miramos con atención que el número de indecisos, el de quienes dicen que van a votar en blanco o el de los que prefieren el no sabe/no contesta, se encuentra en niveles por encima de los esperados para una fecha tan cercana a las elecciones. ¿Qué podría estar sucediendo?

Las discusiones y debates que atraviesan la sociedad argentina son múltiples, y están presentes en los medios de comunicación y redes sociales. Algunos plantean el riesgo de convertirse en Venezuela, otros hablan de la herencia recibida y del endeudamiento, también se menciona la ilusión de volver a la vida que queremos, de animarse a dar el paso, de hacerlo juntos, de terminar con los planeros o de cobrarles mas impuestos a los ricos. Sin embargo, un porcentaje considerable de los ciudadanos parece no estar disponible para ninguna convocatoria. Sienten apatía, enojo y distancia con la política.

Cuando observamos este segmento de votantes es probable que muchos de ellos se sientan interpelados por algunos de los mensajes que mencionamos en el párrafo anterior. El problema es que no creen en los emisores de los mensajes. Los liderazgos se encuentran en crisis, al menos para este segmento que aún no tiene definido a quién votar o peor aún, si va a concurrir a votar.

Es así que las dos grandes coaliciones que dominaron la política argentina en las últimas elecciones presidenciales encuentran hoy dificultades en su interlocución con este tipo de votante. Tienen dificultades para ofrecer a esta franja un mensaje que los convoque a participar y al mismo tiempo les de esperanza. Probablemente esta dificultad reside en los efectos de la pandemia; varios largos años de recesión y alta inflación; y las propias dificultades que experimentan y han experimentado en el Gobierno los mismos líderes que hoy piden a la sociedad que los acompañe.

No seamos ansiosos, la caja de Pandora se abrirá en pocas semanas y allí veremos si esta elección nos deparará alguna sorpresa. Pero sobre todo sabremos, si nos preparamos para la continuidad o se vienen tiempos de mayor incertidumbre.

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