La autoridad de un Presidente que confunde unidad con unanimidad

Al Presidente de la Nación se lo ve más enojado que preocupado y esa actitud le sigue restando peso a su figura. Hoy, todos los sondeos lo señalan con mayor o con menor precisión: la imagen de Alberto Fernández se ha deteriorado demasiado también entre muchos de sus votantes, quienes evalúan que, desde dentro mismo de la coalición gobernante, su autoridad como jefe del Estado ha sido mellada. El caso es que él mismo pretende solucionar el tema como quien tropieza al bajar el cordón de la vereda y pierde la vertical tratando de estabilizar el cuerpo, aunque haciendo malabares hacia adelante a medida que el accidente se acelera y antes del inevitable revolcón. La imagen puede terminar o con las dos manos al frente o con la cara estampada contra el piso.

El caso de la confianza que debe emerger de la figura de un dirigente es crucial, tanto la formal como la efectiva si se habla desde lo institucional o desde lo político, pero también está en juego su autoridad moral y este punto ha quedado en el debe presidencial, tras las vacunaciones privilegiadas que se destapan día tras día. En el aspecto sanitario, por más que no sea algo demasiado drástico ya que políticamente el Gobierno buscará preservar la economía como llave para ganar las legislativas de octubre, es más que probable que cualquier apelación que haga el Ejecutivo en un futuro próximo, algo que conlleve un necesario cierre de la circulación para acotar la positividad de la segunda ola del Covid, sea resistida por mucha gente porque el liderazgo de Fernández se ha diluido.

Nadie sabe qué pasa por la cabeza del Presidente por estas horas y él mismo no da señales de reponerse acabadamente de la nutrida metralla que le llega desde posiciones supuestamente amigas para desgastarlo, aunque en la confusión se observa que él hace todo lo necesario para enredarse cada día más en nuevos laberintos. Por varios hechos que se fueron sumando durante todo marzo, en los que fue la protagonista principal Cristina Fernández, este aspecto del notable incremento del pasivo presidencial y la presión que sufre al respecto fueron especialmente tenidos en cuenta durante la última semana cuando en Washington el ministro de Economía, Martín Guzmán puso la cara y negoció con el equipo del FMI encargado del caso argentino el cuidadoso texto que se dio a conocer el jueves como Declaración formal: nada que pudiera herir a Fernández y nada que le diera alas a la vicepresidenta.

Fruto de esquivar los puñales que le llegan desde su propia trinchera, el Presidente viene de un mes políticamente muy complicado en el que desde adentro le han comido piezas de su tablero (o ha tenido que entregarlas) y ha pasado una última semana bien difícil. Fernández no ha dejado de recibir disgustos en Salud (colados de la política y sobre todo vacunas insuficientes), en Justicia (nombramiento de Martín Soria por su ex socia Marcela Losardo) y en Economía (la inflación en primer lugar y el episodio del FMI), mientras que en materia de Política Exterior no tuvo mejor idea que abandonar el Grupo de Lima para agradar a Nicolás Maduro y a la extensión chavista de su fuerza, a riesgo de que los Estados Unidos ya no quieran darle una mano a la Argentina en el Fondo Monetario.

Probablemente, para ayudar a equilibrar la situación interna del Presidente, en el comunicado del FMI aparecieron conceptos bastante lavados y otros que el ala del Gobierno a la que le gustaría erradicar al sector privado ha tenido que tragarse en los últimos tiempos, como decir que para reducir la inflación se necesitan "políticas macroeconómicas consistentes", o sea achicar el gasto público. También se escribió en la Declaración el latiguillo que Guzmán viene difundiendo, por el que se califica a la inflación como un "fenómeno multicausal" y esto suena casi como un canje de favores entre el ministro y los técnicos del Fondo para ver si se puede partir la diferencia entre quienes dicen que todo es un problema macro y los que se han juramentado desde el Frente de Todos en perseguir el agio y la especulación empresaria.

Un ex funcionario, quien sabe bastante de estas lides porque estuvo hace unos años en varias mesas de ese estilo del lado de la Argentina, arriesga que "o el Fondo le adelantó a Guzmán hace un par de semanas que iba a usar el concepto y entonces el ministro abrió el paraguas cuando empezó a hacer docencia puertas adentro del kirchnerismo (incluida Cristina) y a pregonarlo por los medios o fue él mismo quien le pidió por favor al Fondo que lo incluya en el comunicado. Estas cosas son más que comunes porque los del otro lado saben muy bien lo que ocurre en casa y hay cierta empatía para salir del problema que los involucra a todos ", revela.

Lo que parece cierto es que hay un doble o triple discurso del Gobierno alrededor de la negociación con el organismo y esto se hizo más que evidente cuando Fernández le aseguró al titular del Banco Mundial, David Malpass, que la Argentina iba a "honrar" sus deudas, mientras la vice, al rato, afirmó que "no tenemos plata". El ex FMI, Claudio Loser considera que el staff del Fondo tiene que haber usado "palabras irreproducibles" al respecto y supone que "Guzmán tiene que haberse puesto colorado porque le deben haber dicho que la que habla es quien tiene la manija dentro del Gobierno. En lugar del ministro, yo hubiese renunciado" señala. "Ahora, si todo esto es para la tribuna interna y él transmitió que no hay que tomarlo en serio, yo no lo sé", concede.

Lo cierto es que la cuestión "plata" a pagar deja en offside a Cristina porque ella quiere transmitir una soga al cuello que de momento no existe ya que el país tiene que empezar a atender sus obligaciones recién el año próximo. Además, los vencimientos de este año saldrán de la ampliación que el mismo organismo hará de su moneda, los Derechos Especiales de Giro (DEG). Como siempre, a la vice no le importa porque lo que ella busca es catequizar a la tropa y no tiene en cuenta si lo que dice es verdad o no, ya que lo más importante es repetir, repetir y repetir.

Quien fuera un sufrido negociador del lado argentino transmite que, en su experiencia, lo que se busca en las reuniones con los técnicos es "que los números cierren y allí se quedan las cosas hasta que el paquete sube al Directorio". En cambio, Loser, quien admite tener el "ADN Fondo Monetario" porque estuvo muchos años del otro lado del mostrador, conoce mañas, dimes y diretes de todas las negociaciones, sabe cómo influye el Tesoro de los EEUU a la hora de subirle o bajarle el pulgar a un deudor y pone el caso del retiro de la Argentina del Grupo de Lima para complacer al ala chavista del Gobierno como algo central, ya que "a Biden estas cosas no le gustan", advierte.

Más allá de lo delicado de todo el episodio, que quienes saben de este tipo de negociaciones toman como parte del juego de hipocresías, está la cuestión del aparente derrumbe anímico del Presidente. No le gustará saberlo ni a él ni a sus asesores o amigos tampoco, pero muchos observadores de aquí y del exterior creen que ya no parece haber por debajo de la banda presidencial un corazón con la templanza necesaria para llevar a buen puerto la nave, como si la esfera de la voluntad hubiese entrado en declinación. Desde la oposición, pero por sobre todo también desde adentro del Gobierno, le han tomado el tiempo a Fernández, como ocurre con el profesor que se da vuelta para escribir en el pizarrón y que, cuando observa el primer avioncito de papel, sonríe.

Como si esto fuese poco, Fernández se dio tiempo para vapulear a su colega del Uruguay, Luis Lacalle Pou, quien se supone que debe responderle a los ciudadanos de su país porque se le han cerrado las chances de integrarse al mundo por culpa de una regla del Mercosur que actúa como un "lastre" para quienes busquen mayor apertura comercial, ya que se necesita el voto positivo de todos los países para salir del esquema de negociación en bloque. Fernández ha dicho que entendió que Lacalle dijo que el "lastre" era la Argentina y que por eso reaccionó. Las abuelas dirían que el Presidente mostró allí su "cola de paja" ya que el único país que se opone a una mayor flexibilización es la Argentina. Los presidentes de Brasil y Paraguay se quedaron mudos, pero ellos también buscan lo mismo.

El caso es que ventilar la cosa de ese modo estuvo alejado de toda forma diplomática y debe explicarse también por el estado de alteración del presidente argentino. "Si no te gusta, andate", bien le podría haber dicho Fernández al presidente uruguayo cuando se encontraron en noviembre último y comieron juntos un asado en la Estancia Anchorena del otro lado del río, aunque diplomáticamente se habló entonces de "relanzamiento de la relación". Ahora, con el berrinche que hizo público el Presidente olvidándose de cualquier regla de convivencia, lo que hizo fue desnudar su molestia por estar en minoría. El "¿OK?" imperativo con el que remató su admonición fue una lápida que dejó a la intemperie su estado de ánimo.

El Presidente tiene siempre a flor de labio la palabra "unidad" y habitualmente confunde su concepto con el de "unanimidad". Ya que el primero es una cuestión física y el segundo una ecuación matemática él debería revisar los significados, sobre todo porque en boca de un político a veces el desvarío tiene connotaciones totalitarias. Ya había expresado esta idea cuando se refirió hace poco al concepto de "unidad nacional" como un activo para salir de la crisis, sin que hubiese dicho él mismo qué cosa está dispuesto a sacrificar el partido de gobierno o si exige un alineamiento liso y llano a una postura que, si bien fue mayoritaria en las urnas es, por definición, transitoria.

Es más que lamentable pero la imagen de autoritario de alguien que está demasiado alterado es típica: imposición para los demás y desequilibrio cuando no puede salirse con la suya. Sin embargo, hay que observar muy bien porque no siempre esto es así en el caso del Presidente, ya que no pudo tolerar que Lacalle Pou expresase una opinión divergente a la suya, pero su investidura soportó estoicamente que Hebe de Bonafini le dijera "mentiroso".

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