Inflación y dólar, las variables rebeldes de la política económica

La dinámica entre dólar, tasas e inflación es el triángulo de las Bermudas de la mayoría de las políticas económicas. En general se espera que la tasa vaya levemente por arriba de la inflación y que el tipo de cambio la siga de cerca, para no generar un atraso que tarde o temprano resulta perjudicial.

Las autoridades económicas comparten este principio, pero no logran crear un equilibrio que tranquilice al mercado. Con tantos precios contenidos por el Estado (en algunos casos, directamente congelados) y la montaña de pesos emitidos para asistir al Tesoro, es lógico que la expectativa de inflación sea mayor a la oficial.

El Gobierno es consciente del problema y actúa para contenerlo, pero su lógica no logra persuadir ni los analistas financieros (cuyo negocio consiste en anticiparse a los hechos, para lo cual recalculan variables todos los días) ni a las empresas que fijan los precios, que miden sus costos y saben que la brecha aún es ancha.

La inflación es como la humedad. Se puede aplicar un producto sobre la pared que impida la salida de manchas, pero no hace desaparecer el problema. Ese es el punto central de discusión: saber si el agua se va a dispersar o si va a buscar alguna otra grieta por la cual salir a la superficie.

El Palacio de Hacienda asegura que los economistas sobreestiman algunas de las variables que mueven los precios (incluyendo el poder regulatorio del Estado). A juzgar por el relevamiento de expectativas que hace el BCRA, en los primeros meses de la cuarentena la variación que mide el Indec fue menor a la proyectada por el REM.

No sucedió así ni en junio ni en agosto, donde hubo empate en 2,7%. Es cierto que hacia adelante las proyecciones han ido en descenso: para septiembre se esperaba un 3,6% y ese número ha ido en descenso hasta el actual 3,3%. Para el último trimestre el mercado apuntaba a saltos superiores a 4%, y ahora ese número solo está anotado para diciembre, mes en el que los consultores cubren su cálculo de inflación anual.

El Gobierno rechazó aplicar un desdoblamiento cambiario porque asumió que eso podía potenciar aún más las expectativas de devaluación. Prefirió proteger las reservas acotando la demanda minorista y manteniendo un dólar financiero sobre el que se preparó para incidir, aunque todavía no lo hizo.

Para que el triángulo mágico opere en una zona más normal, el Ejecutivo debería mostrar que puede tener más dólares de los que va a necesitar o que su solución para la humedad (los precios contenidos) va a durar por lo menos un año.

Si no logra generar esa expectativa, la dinámica financiera seguirá inestable. Medidas como la refinanciación inducida de la deuda privada en dólares no ayudaron a sostener la confianza de un equipo que se propuso aplicar una estrategia que depende de mantener todo bajo control. El eslabón que falta reforzar tiene un nombre: coordinación.

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