La política argentina es vertiginosa. Hasta mitad de año, el consenso predominante era que La Libertad Avanza tendría un buen desempeño en las elecciones legislativas de octubre, ampliaría su representación parlamentaria y, revalidado por las urnas, Javier Milei quedaría fortalecido para encarar reformas estructurales en sus siguientes dos años de mandato.

En el último trimestre, sin embargo, el escenario dio un vuelco de 180 grados. El oficialismo encara la campaña electoral con presiones financieras, una actividad económica estancada y tras haber acumulado una serie de errores y derrotas políticas forzadas y no forzadas. En este marco, la pregunta de la hora es: ¿hay salida después de octubre?

Para responder a este interrogante, conviene repasar primero cómo llegamos hasta acá. Habiendo asumido en un contexto de excepcionalidad por la escalada inflacionaria y sus credenciales disruptivas, Milei redondeó un primer año de gobierno exitoso, medido en sus propios términos.

Construyó un sendero de desinflación de precios consistente tras impulsar un ajuste fiscal histórico, que sin embargo contó con amplia tolerancia social; desplegó una agenda retórica e institucional "anti-casta" que abonó la idea de un nuevo ciclo político; y logró pasar el núcleo de su programa legislativo en el Congreso con particular eficacia, a pesar de su condición minoritaria. Y todo esto, manteniendo considerables niveles de apoyo social, una economía que mostraba señales de reactivación hacia fin de año y orden público en las calles.

Javier Milei. (Fuente: archivo)
Javier Milei. (Fuente: archivo)

En 2025, sin embargo, comenzó una nueva historia. El primer llamado de atención ocurrió en febrero con el escándalo $LIBRA, que salpicó al entorno presidencial. En abril y mayo, con la salida del cepo cambiario y la victoria en las elecciones legislativas porteñas, el Gobierno parecía retomar el control del proceso político.

No obstante, a partir de esa instancia, el clima económico, político y social comenzó a deteriorarse severamente. En el plano económico, el errático desarme de las Lefis, la falta de acumulación de reservas por parte del Banco Central y el desmanejo con los bancos intranquilizó al mercado y gatilló una creciente presión sobre el dólar, tal como lo observamos en estos días. A ello se le sumó la ralentización de la actividad económica y una caída relativa de los salarios privados frente a la inflación.

En el plano político, los audios que revelaron presuntos pedidos de coimas en la Dirección de Discapacidad, en un esquema que alcanzaba hasta Karina Milei, operaron como una mancha venenosa para la imagen presidencial. En paralelo, la estrategia política de la Casa Rosada en el cierre de listas dañó la relación con muchos gobernadores aliados, lo cual se tradujo en un Congreso que se volvió abiertamente hostil frente a la agenda presidencial.

La elección bonaerense del 7 de septiembre catalizó toda esta dinámica y le quitó el velo a un Milei que, hasta entonces, tenía como principal activo el respaldo de la opinión pública, pero quedó expuesto en su debilidad. En este nuevo contexto, el orden en las calles ya no es lo que era y se acentuó la mecánica de la protesta social, tal como se advirtió en la multitudinaria marcha del 17 de septiembre por las Universidades Nacionales y el Hospital Garrahan.

A 40 días de las elecciones legislativas, Milei parece caminar por la cornisa. Incluso desde el propio Gobierno se acusa a la oposición de haber generado un clima destituyente sin preguntarse si este tipo de afirmaciones fortalecen o en realidad debilitan la autoridad presidencial. ¿Podrá el Gobierno superar el desafío electoral de octubre? Más aún, ¿será capaz de reinventarse para completar el largo camino hacia 2027?

El contexto es decididamente delicado y frágil, pero la situación actual difiere sustantivamente de, por ejemplo, el 2001. A principios de siglo había un esquema monetario muy rígido, lo cual implicaba que cualquier salida debería darse pagando costos muy altos. A su vez, Fernando de la Rúa era extremadamente impopular, algo que no ocurre ahora con Milei. Por último, la Alianza obtuvo en octubre del 2001 el 22% de los votos a nivel nacional y apenas el 15% en Provincia de Buenos Aires.

Todos los pronósticos sugieren que La Libertad Avanza estará, de mínima, por encima del 30% a nivel nacional e inclusive tiene posibilidades, todavía, de ser la fuerza más votada a nivel país. Si el Gobierno evita un escenario de desplome electoral -quedar por debajo del 30% a nivel nacional sería catastrófico-, es altamente probable que La Libertad Avanza mejore su representación en el Congreso y quede en condiciones de relanzar su gobierno.

Para eso se necesita, claro, astucia política. La experiencia histórica muestra cómo distintos líderes desde el retorno de la democracia han recalculado su programa de gobierno de modo tal de regenerar las expectativas y retomar la iniciativa política. Raúl Alfonsín impulsó el Plan Austral en 1985 y cambió, al menos por un tiempo, la dinámica económica; tras sucesivos fracasos, Carlos Menem apostó por la convertibilidad de Domingo Cavallo, sentando las bases para permanecer una década en el poder; Cristina Kirchner se reinventó tras la derrota frente al campo en 2008 y el revés electoral de 2009 y encaró un nuevo paquete de políticas (AUH, estatizaciones, matrimonio igualitario) que le permitió reforzar su coalición electoral.

En definitiva, el partido de Milei todavía no terminó. El Presidente está ante el desafío de resetear su programa económico, de modo tal de construir un esquema que le permita al Banco Central volver a comprar reservas y realinear las expectativas del mercado; y de rediseñar su dispositivo de gobierno, probablemente con un nuevo gabinete, un nuevo estilo de conducción y una mayor apertura política que dé cuenta de una nueva relación de fuerzas.

Las posibilidades de éxito -o al menos de supervivencia- del Gobierno para salir del laberinto en el que está metido dependen, al menos en parte, de la capacidad y la astucia de Milei para reconocer y adaptarse a las nuevas circunstancias.