Gestos para cerrar filas en la interna y prepararse para las decisiones que faltan

Si hay una variable delicada de evaluar para un inversor, es la sustentabilidad política de un gobierno. El análisis es igual de complejo en potencias como Estados Unidos y en países pendulares como la Argentina, con una variante: en el estado del Norte las instituciones son un árbitro confiable y los desacuerdos nunca llegan a causar una implosión del sistema.

Alberto Fernández, en cambio, tiene un desafío de otro nivel. Llegó a la presidencia como candidato de un frente, pero sin tener un capital propio territorial. La principal virtud que siempre lo destacó (y que lo llevó a la Casa Rosada) fue su habilidad como articulador, en este caso de todas las ramas del peronismo que se unieron en el Frente de Todos. Cristina Kirchner decidió correrse del protagonismo público, porque tuvo claro desde el momento en que resignó su candidatura que no lo necesitaba para mantener su peso específico en el gobierno.

Alberto y Cristina están forzados a conciliar posiciones. El kirchnerismo tiene una base de apoyo firme en el Congreso y en el territorio bonaerense, y el peronismo que representan el resto de los gobernadores e intendentes no alineados se refugian en la habilidad albertista de negociar apoyo financiero a los distritos a cambio de respaldo público y legislativo.

La carta de Cristina Kirchner difundida el día del aniversario del fallecimiento de Néstor; la misiva que los senadores que le responden enviaron al FMI y el proyecto de aporte solidario que la política bautizó como impuesto a las grandes fortunas retumbaron en Olivos, pero mucho más en los círculos que escudriñan el día a día del gobierno, buscando señales que anticipen el rumbo de la economía.

Muchos analistas leen los gestos que emanan del kirchnerismo como una forma de erosionar a Alberto, o por lo menos de marcarle la cancha. Esa percepción es real. Denunciar que hay funcionarios que no funcionan, acusar de irresponsable al FMI  al que se le está pidiendo que refinancie u$s 44.000 millones o empujar un gravamen que desalienta inversiones no le hacen bien a la gestión. Provocan fricciones que pueden terminar en cortocircuito, o escalar hasta una crisis interna.

Lo que debería leerse como señal estos días es que la presencia de Martín Guzmán, Matías Kulfas y Daniel Arroyo (tres ministros aportados por el albertismo, aunque Cristina siente al jefe de Economía casi como propio) fue una forma de cerrar filas internamente. El Ejecutivo aceptará una suba de la presión fiscal que al fin y al cabo puede venir bien para acercar números con el Fondo y el Senado tendrá que hacer el esfuerzo de defender el proyecto de legalización del aborto.

La tormenta no se fue, ni mucho menos. Atravesarla requerirá una suma de decisiones difíciles, que Fernández nunca podría tomar sin el respaldo de su vicepresidenta. Por lo menos algunas costuras se están cerrando.

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