Días atrás, en una nota de El Cronista, varios economistas aludían al nivel de actividad de este año, y al presunto para el 2016. Todos, a la postre, aun en distintos niveles, rehacían al alza sus cálculos para el 2015. Algunos extendían el dato positivo al 2016.

Esa alteración, digamos, de la pendiente de la actividad económica (más allá de su alcance), asomaba, como lo adelantamos hace tiempo, cual probable corolario de lo que llamamos el Plan Verano. Un esquema de tránsito ideado por las autoridades finalizando 2014, con un marco afincado en el tipo de cambio nominal como ancla de inflación (alentando más retraso real), el uso de tasas de interés nominales bastante altas (empinadas en dólares), el empleo de seguros de cambio y el aflujo de fondos externos por diversas vías.

Armado un cuadro de relativa pax cambiaria y externa, la inflación tendió a moderarse (también pesó la baja actividad operante) y a bocetarse una mejora de la demanda interna, a través de la expansividad fiscal rociada monetariamente y de las resultas de paritarias relativamente pautadas, para pulsar la actividad. Aquí, atisbarían ahora algunos logros.

Prima facie, se trata de un plan, exitoso en su orden-hasta la fecha, ceñido al horizonte de este año. Con un respaldo externo más claro para el primer semestre, y más difuso aun de cara al segundo. Situado en un plano epidérmico, donde no se abordan los duros desequilibrios propios del marco macroeconómico de fondo. Hay, pues, en danza, una seria tensión entre aquella visual epidérmica exitosa a su modo y la macro profunda muy desalineada. Luego, el curso del 2016, sin escape, dependerá de cómo se zanje dicha tensión.

La algaraza cambiaria reciente, puede ser un entremés al respecto, y hostigar los brotes verdes. El gobierno, de inicio, busca conjurarla con la pose cambista clásica: subir tasas y vender bonos en los mercados afines al blue. Quizás debería evaluar si, aun en el corto plazo, no tallan aspectos más hondos, como el citado rasgo de un respaldo externo para el segundo semestre todavía difuso y las inquietudes sobre un eventual uso de reservas (sumando ruidos externos). De cara a un plazo más extendido, colándose aquí las expectativas que se ventilan acerca de los comicios, pueden jugar los interrogantes sobre el futuro concreto, una vez diluida la visión naif fuerte en el 2014 de que el mero cambio de gobierno nos eyectaba hacia el Edén.

Aquel plazo incluye la chance de crecer en 2016. Lo que calza con la opción shock-gradualismo, más el continuismo como el límite de este último (cambio nulo). Especulemos, suponiendo que el Plan Verano llega.
El continuismo, tomado en serio, alargaría sin ajustes la matriz del Plan Verano, buscando apoyar la actividad en el consumo, con expansividad fiscal radical y plena dependencia monetaria mediante, ratificando el ancla cambiaria ante la inflación y acentuando el retraso real, con altas tasas en dólares. Es un marco consolidante de los desequilibrios macro, con potenciadas presiones productivas. El único modo de viabilizarlo es gozar de un overdraft sobregiro infinito de divisas, que dé cobertura, sin exigir condicionalidad (salvo compensaciones especiales).

El gradualismo estricto, del club de los homeópatas, asume la lenta ruta de los mínimos ajustes en lo cambiario en general, en lo fiscal y monetario, y en el formato del cepo (que seguirá). Irían por financiamiento tradicional arreglo con los hold outs, esperando algo de crecimiento que suavice aun más los ajustes.
El planteo de shock, es el villano. Integra ajustes rigurosos, amplios y rápidos (aplicable a levantar el cepo), avanzando el sinceramiento de precios relativos y el encuadre de la demanda. El trance inmediato, es duro, y el crecimiento es ex post las serias correcciones.

En teoría, las chances expansivas en 2016, siguen este orden: continuismo, gradualismo, shock. Pero, en los hechos, importa el análisis de sustentabilidad: acertar la mejor opción intertemporal.