Es hora de celebrar a Messi sin traicionar la memoria de Maradona

La noticia fue más impactante que haber sido subcampeones mundiales en Brasil o haber llegado ahora a la final de la Copa América en Chile. La noticia dice que el joven ingeniero argentino, Santiago López Menéndez, salvó su vida después de haber sido secuestrado en Nigeria con una sola palabra. La repitió tres veces porque los secuestradores eran duros de entendederas y no paraban de pegarle: "Messi, Messi, Messi...", dijo el muchacho de 28 años. Y sólo por éso la historia tuvo un final feliz.

Entonces terminemos con esto. Pongamoslé fin al flagelo y disfrutemos sin complejos de Lionel Messi. Es el mejor jugador del mundo y es argentino. Entreguémonos al placer de su fútbol vertiginoso, al de sus gambetas indescifrables, al de su dominio sobrehumano en sus giros y en sus frenos. Y también a la meseta de su comportamiento jamás escandaloso. Messi es éso. Aceptemosló. Es el indiscutido rey del deporte más popular del planeta. El emperador de la pasión que mueve más dinero, celebridad y es el motor de la industria del entretenimiento. Y si algo le faltaba a Messi, era salvar con su nombre la vida de sus compatriotas en situaciones de extrema peligrosidad alrededor del mundo.

Entendamos que ya está. Que amar a Messi no es traicionar la memoria de Diego Armando Maradona. Rompamos esa negación de diván y celebremos la bendición argentina de contar con dos de los cinco mejores jugadores de fútbol de la historia. La mayoría de los especialistas completan esa lista con el brasileño Pelé, el holandes Johan Cruyff y el alemán Franz Beckenbauer. Pero antes de entrar en la polémica de cruzar estos nombres con cualquier otro, reparemos en el detalle inigualable e inimitable para otro país: dos de ellos; sí dos (2), Diego y Lionel, nacieron en hogares humildes de este país adolescente, imperfecto, inflacionario, inseguro y acomplejado que, no por casualidad, tiene la mayor proporción global de psicólogos diplomados por habitante.

Los doctores en estadística dirán que Maradona ganó un Mundial brillante en México y que fue subcampeón y protagonista en Italia. De acuerdo. Dirán que era el líder del equipo y que sus gritos a sus compañeros se escuchaban desde la tribuna más lejana. Dirán que le hizo goles determinantes a Inglaterra, a Italia y que fue decisivo para eliminar a Brasil. Y dirán también que semejantes logros, bajo el cristal hipercrítico de la argentinidad, son suficientes para eclipsar la impresionante cantidad de copas que Messi levantó como jugador del Barcelona. Tal vez sea cierto. Tan cierto como que Lionel podría superar estadísticamente a Diego si gana la final del domingo contra Chile y se toma revancha del Mundial de Brasil saliendo campeón mundial en Rusia cuando tenga 31 años. Pero, ¿para qué esperar tres años, si podemos disfrutarlo ahora?

Tengo que darles una mala noticia. Pero muy mala. Ninguno de esos argumentos, que son el alimento nuestro de cada discusión diaria, les importa a nuestros hijos. Imanol, el mío de 7 años, ama a Messi como si fuera su hermano mayor y no le importa cuánto haya ganado Maradona. Es que también se emociona cuando le muestro un video con el gol inolvidable de Diego a los ingleses. Pero no tiene grietas en su formación. El virus argentino de la confrontación todavía no le hizo daño y se permite disfrutar a Messi sin que ninguna barrera emocional lo bloquee. Lo mismo le pasa a millones de chicos, adolescentes y jóvenes que quieren tener en Messi al Maradona que disfrutó mi generación. El de estos tiempos, el que a veces trota la cancha con cierta indolencia, y que habla tapándose la boca para que la TV no le adivine las palabras. El Messi que juega a la play igual de bien que al fútbol. Al que decíamos que para brillar vestido de celeste y blanco le faltaba un Iniesta pero ahora lo tiene al flaco Pastore. El que se hizo hombre en Barcelona pero se sigue comiendo las eses y alterna euforias y bajones como cualquier otro argentino.

Llegué a mi casa del Gran Buenos Aires el martes, ya empezado el partido entre Argentina y Paraguay. Rojo marcó el primer gol mientras pasaba por un barrio de emergencia. Y, como sucede cuando ganan Boca o River, los cohetes y algún que otro disparo de arma de fuego, sonaron como en las mejores ocasiones. Es que lo más humildes también están adoptando masivamente a Messi. En sus casas y en sus televisores el pibe se ha ganado un lugar en el corazón de todos y allí persiste, dispuesto a convertirse en el mito del presente que no precisa romper con todo el pasado.

Messi es Messi y Maradona y será siempre Maradona. La Argentina se siente cómoda entre la mano de Dios y el la tenés adentro. Pero es hora de rendirnos dignamente ante el muchacho que acaba de cumplir 28 y va a convertirse muy pronto en el goleador máximo de la Selección de todos.

Messi y Maradona. Cada uno tiene sus valores, sus características extraordinarias y sus debilidades. Así son las cosas aunque a los argentinos nos es más fácil enojarnos con uno de ellos que integrar lo mejor de ambos. Por eso es que nos cuesta tanto celebrar al joven maravilla de estos tiempos. Admiremos a Messi este sábado. Aún si nos toca hacerlo en la adversidad de una derrota. Festejemos sin nostalgias maradonianas al Messi que brilla en las canchas. A ese que también se volvió tan universal que puede salvar la vida de un argentino en la selva.

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