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En política, elegir bien las batallas es tan importante como saber ganarlas

Para un gobierno que desde el minuto cero se alimentó de la confrontación, saber elegir las batalles es casi tan importante como ganarlas.

Gracias a la instalación de un concepto tan elástico como lo es "la casta", Javier Milei consiguió que bajo esa denominación quedaran asociados tanto los que se oponen a sus decisiones como los que impulsan políticas contrarias a sus objetivos.

Javier Milei

Pelearse con el mundo de la política no le resultó difícil. Años de frustración nutrieron sentimientos encontrados contra gobiernos de todos los colores. Los indignados encontraron, en la voz de Milei, una vía de escape a la furia contenida. Y así fue como en los primeros meses el Gobierno prácticamente no pagó costo por cuestionar a los legisladores que se aumentaban el sueldo y también aumentaban el gasto público. Tampoco fue complejo denunciar a los "gerentes de la pobreza" que malversaron planes sociales, o amonestar a los piqueteros por impedir, con sus reclamos, que trabaje la "gente de bien".

Con el veto a la ley que alteró la movilidad jubilatoria el Gobierno zafó, pero le empezaron a entrar balas. Tuvo que acudir a negociaciones urgentes con diputados radicales para conseguir los votos que necesarios para sostener su decisión.

Lo que sigue, en términos políticos, no ofrece mucha variación. El éxito de la revolución liberal se mide, en la visión de Milei, por la capacidad del gobierno de doblegar a los "apóstoles de la resistencia", una casta que engloba a políticos, sindicalistas y empresarios prebendarios. Por eso la hoja de ruta incluye peleas de todo tipo. El oficialismo planifica nuevos rounds contra los "degenerados fiscales" del Congreso por el Presupuesto 2025 y el financiamiento universitario, para empezar. Puso en la mira a los gremios aeronáuticos, por su permanente vocación de tomar como rehén a los pasajeros de Aerolíneas, y acaba de sumar a la comunidad que respalda políticas contra el cambio climático.

Hasta Luis Caputo protagonizó ayer, vía redes sociales, un cruce de subido de tono (para un ministro de Economía) con la expresidenta Cristina Kirchner. Todo vale en este club de la pelea, en el que las disputas terminan en un enredo de afirmaciones categóricas de uno y otro lado, que no facilitan ni la identificación de responsabilidades, ni determinar a las claras las culpas y los castigos.

Confrontar es parte de la política. Pero llevar todo al terreno de la confrontación puede ser riesgoso. Asfixiar financieramente un área del Estado, reducirle su sustento operativo o cambiar sus reglas de juego para desbancar a la casta de turno, es una apuesta de costo alto si no sale bien.

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