Elogio de la mentira: los votantes, el Presidente y su San Martín

"No me aterra que me hayas mentido, sino que ya no pueda creerte", señaló Friedrich Nietzsche hace más de un siglo y medio. El sentido de la cita es bastante similar al que el jesuita español Baltasar Gracián escribió con mayor gracejo en pleno Siglo de Oro español ("en boca de mentiroso lo cierto se hace dudoso"), pero el verbo "aterrar" que utiliza el filósofo alemán resulta paralizante, tal como sucede con un golpe dado en la boca del estómago. La patraña como método es la materia prima de los populismos, ya que los relatos amañados son los que tienden a reemplazar la gestión, para darle un carácter épico a cualquier política que se lleve a cabo. Así, con la ideología al tope del mástil, es cómo se aprovecha para devaluar la institucionalidad y a partir de esa carencia se degrada a la Justicia, se cancela la educación y se persigue a la prensa.

En medio del tironeo preelectoral, el affaire Olivos que ha surgido como una gran amenaza para el Gobierno no parte de una foto de celebración del cumpleaños de la Primera Dama, sino de la mentira de su negación. Al presidente Alberto Fernández le cabe una crítica más lapidaria aún, porque la orden general para que esa reunión no hubiese tenido lugar partió de un Decreto firmado por él mismo, lo que incrementa su responsabilidad y lo deja expuesto ante la opinión pública, pero sobre todo ante los votantes del Frente de Todos.

Ya que a la imaginación presidencial le gusta compararse con la grandeza de los próceres, aunque insólitamente traídos a la actualidad como probables imitadores de él, hay que recordar que José de San Martín -el mismo que le transmitió a su hija Mercedes "amor a la verdad y odio a la mentira"- no pudo ingresar al polvorín de El Plumerillo con espuelas en sus botas, tal como él mismo lo había prohibido para evitar chispas. Eso se llama autoridad moral. Sin embargo, el Presidente quiso hacer creer que cuando llegó a la casa se encontró con el cumpleaños armado. "Alberto, poné orden", lo retó Cristina Fernández públicamente (mala para la vice porque palabra más fascista no se consigue) y lo puso en evidencia.

Todo este culebrón parece ser la gota que ha rebalsado el vaso de la opinión pública, bastante molesta ya con las graves torpezas y la falta de creatividad que viene exhibiendo el Gobierno en dos capítulos clave en los que se siente desamparada: su muy mal manejo de la economía, un compendio de recetas demasiado vetustas que ahoga principalmente al sector privado y no para de generar exclusión y su decidídamente pobre gestión de la pandemia, sobre todo en el capítulo vacunas. El episodio quizás ha sido un despertador y ante tamañas defecciones, el discurso del Estado-presente ha quedado notoriamente afectado.

¿Puede ser que el acostumbramiento derivado del paso del tiempo haya devaluado tanto la cita de Nietzche que para los argentinos de hoy en día, acostumbrados al relato circular que se le viene imponiendo desde hace décadas, sea apenas una banalidad digna de ser leída como miscelánea dentro de una galleta de la fortuna? ¿O quizás esta vez será diferente y la foto del cumpleaños haya servido para disparar una toma conciencia colectiva sobre que "quién miente lo menos, miente lo más" y es eso justamente lo que podría poner en la picota a buena parte del modelo regente? ¿Se le ha caído, aunque sea un poquito, el velo a la sociedad? ¿Será definitivo esta vez o sólo por un rato?

Estas son las grandes incógnitas que justamente se van a desvelar en las próximas elecciones, aunque no probablemente en las PASO, momento que quizás sirva como un fuerte tirón de orejas para el presidente Fernández sobre todo, sino en las definitivas de noviembre, cuando los ciudadanos van a decidir si le dan al Frente de Todos la hegemonía en bancas que reclama Cristina Fernández por "muchos períodos de gobierno", en nombre de las mismas recetas que han traído al país hasta las oscuras profundidades actuales.

"La sociedad debería revisar qué dicen quienes elige, cómo se comportan y cómo rinden cuentas", opina el director del Observatorio de Calidad Institucional de la Escuela de Gobierno de la Universidad Austral, Marcelo Bermolen. "Si no se logra internalizar ciertas ideas, que la corrupción mata, que la pobreza es primero de orden institucional, que la falta de información nos hace dependientes, que los políticos son quienes deben rendir cuentas y nosotros exigirles, poco habrá de cambiar ya que continuaremos dando vueltas en círculos y la Argentina seguirá en esta espiral indefinida de decadencia", añade.

Otro interrogante a responder por la ciudadanía es si el burdo engaño presidencial será un punto de inflexión en su propia candidez, a la postre cómplice de la degradación que ha sufrido por décadas la vida de los argentinos. "Es difícil señalar a los ciudadanos, pero en definitiva ellos son quienes eligen a su clase política", razona Bermolen. El especialista apunta que, al respecto, "nos falta trabajar en materia de educación, ya que no formamos ciudadanos para que estén informados y por eso los políticos no tienen costumbre de rendir cuentas. Es que no hay quien se las pida". Y sugiere cierta malevolencia de parte de buena parte de la clase política: "fallamos en la economía porque cuanto más pobreza hay existe mayor dependencia, más clientelismo y más fragilidad. Una sociedad así termina atada de pies y manos", concluye.

Los dos discursos de la vicepresidenta de la semana pasada han sido más que reveladores de todas estas cosas, sobre todo utilizando una forma de engaño diferente, aunque bastante usual en sus participaciones públicas: no hacerse cargo nunca de sus errores y decir siempre medias verdades, aun manipulando la realidad. En Avellaneda y en La Plata apeló a ese viejo truco y no sólo limó con todo a la oposición haciéndola culpable de todas las catástrofes habidas en los cuatro años que ejerció el Gobierno, tal como se espera que suceda en cualquier discurso de campaña, sino que lo central fueron los dardos que le tiró al mismísimo presidente de la Nación.

Desde la política, no puede descartarse tampoco que, como muchos en el entorno presidencial creen que fue el kirchnerismo quien filtró la primera foto para horadarlo al Jefe del Estado, en su interior Cristina crea que todo el culebrón es una venganza de Alberto o de los funcionarios que no funcionan. Eso quedó muy claro en los varios desplantes que la vice le hizo al Presidente en esos discursos, no sólo quitándole el micrófono o retándolo, sino enmendándole la plana o devaluándolo de modo permanente. Mientras el tironeo ambiente denuncia la separación de una pareja sólo sostenida por la ficción del "qué dirán", el resto de la coalición (La Cámpora, Sergio Massa, los intendentes y sobre todo los gobernadores) está bastante confundido entre achicar el daño pasando a la ofensiva o salvar la ropa.

Ante la ofensiva de la interna, después de un año y medio, el Presidente recuperó la costumbre de reunir a su Gabinete como local. Así, contrastó la gran mesa que tendió en el Museo del Bicentenario con los proscenios electorales donde él siempre pareció jugar de visitante. Mucha catarsis, algo de autocrítica, pero muy poco cambio de timón, tal como lo exige el kirchnerismo duro, que dice estar construyendo hacia el futuro y observa palos en la rueda del propio Fernández.

Esta columna ha sostenido que cualquiera sea el resultado de las elecciones de noviembre, Cristina no tendrá más remedio que radicalizarse. Si el Frente de Todos gana las bancas que necesita, habrá una ola de reformas para cambiar de raíz la matriz institucional de la Argentina y si pierde, será de la misma forma porque no le va a quedar otra a ella que patear el tablero, ya que se las verá muy mal judicialmente hablando. En una típica matriz de paranoia, la misma que afecta a todos los políticos, la vicepresidenta trabaja para que si hay castigo en las urnas que sea para Fernández, a quien responsabiliza de todos los males que le podrían caer. Todos saben -y no es necesario mirar ninguna encuesta- que no hay argentino que no conozca el episodio y que hay un sentimiento de repudio hacia la casta política en general. La participación electoral en noviembre sobre todo será entonces otro dato clave.

En los regímenes totalitarios, las purgas son una constante para que los jerarcas no se salgan de un carril marcado de antemano. Así, caen en el Index todos los que osen salirse de la planificación o se atrevan a discutirla, al menos. Este es el momento crucial que hoy se vive en el Frente de Todos y las elecciones serán determinantes al respecto. Se verá si la ciudadanía recibió el mandoble en la boca del estómago y si decide cambiar su complacencia habitual y aplica en las urnas el castigo moral que requiere una falla ética del tamaño de esta mentira. Y si de refranes se habla, entonces "no hay mal que por bien no venga".

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Comentarios

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  • FG

    Fernando Gianinetto

    22/08/21

    Escucharlo al mentiroso y verla a Ella me produce asco y náuseas

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  • SD

    Sergio Darío

    22/08/21

    Más tarde o más temprano, vamos a ser como venezuela. Podemos retroceder más rápido o más lento, pero nunca vamos a "avanzar". Siempre estamos yendo hacia la venezuelización. La diferencia: a maduro lo sostienen las fuerzas armadas. ¿Qué harán las nuestras? ¿Van a defender una tiranía o se pondrán del lado del Pueblo?

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