La pregunta que se repite es si el dólar paralelo está caro o barato. Salvando el hecho (no menor) de que su adquisición es ilegal, ¿compraría usted al precio de $ 8,75 en que cerró ayer? ¿Y a $ 10? En rigor, esa incógnita no es la relevante para quienes lo demandan.


Lo que motoriza la suba del blue no es su valor actual, que puede ser $ 8,75 o $ 10. Sino la expectativa sobre su valor futuro. Se adquiere hoy porque se cree que mañana será más caro y por lo tanto será una inversión rentable.


Dos ingredientes se requieren para impulsar este ascenso del dólar paralelo. Y consciente o no, el Gobierno ha contribuido a ambos: pesos para comprar la divisa y la citada expectativa de que será una inversión redituable.


Sobre el primer factor, basta decir que sólo el año pasado el aumento de la cantidad de dinero (M2) fue del 38%, convalidando con creces la inflación que las consultoras en torno al 26%. Respecto al segundo factor, el Gobierno parece estar desorientado sobre cómo enfrentar al mercado paralelo. Un día afirma que es su incremento es estacional, al día siguiente lo desconoce como mercado (aunque informal) y el tercer día interviene. Una estrategia inconexa y desarticulada que genera crecientes compras de cobertura ante la incertidumbre. No hay señales claras y las pocas disponibles son contradictorias.


Más allá del atraso cambiario (generado por la inflación), el pecado original del Gobierno en la cuestión del dólar blue es subestimar su efecto sobre la economía real. Hay múltiples vasos comunicantes entre este mercado y el nivel de actividad. Que sea informal e ilegal no implica que sea inexistente. Y mucho menos inocuo para la economía. ¿Qué empresario tomará la decisión de invertir, y por lo tanto generar empleo, si utilizando esos fondos para comprar el dólar paralelo ya ganó 11% en 20 días de marzo? ¿Qué consumidor llevará sus ahorros al banco si en sólo 3 meses obtuvo el mismo rendimiento que depositando su dinero todo un año a plazo fijo? ¿Qué exportador concretará sus ventas si hace un año atrás resignaba un 13% de su beneficio liquidando en el mercado oficial (por la brecha con el paralelo) y ahora dejará de percibir un 72%? Y si finalmente liquidan las ventas de la cosecha gruesa que se avecina, ¿qué harán con los pesos que les da el BCRA? La respuesta cae de maduro.


La paradoja del cepo cambiario es que si bien frenó la fuga de capitales, también detuvo el ingreso de divisas. La lógica por detrás de esta máxima trasciende el plano económico: nadie quiere ingresar a un lugar del cual no sabe si podrá salir ¿Cómo persuadir a una empresa de que invierta en el país si no podrá remitir algo de su utilidad?


Aclaración: cualquier semejanza entre lo antes descripto y el período de la denominada patria financiera (que denosta el kirchnerismo) es pura coincidencia.