OPINIÓN

El presidencialismo de coalición y su inestabilidad

Las dificultades crecientes de Alberto Fernandez para preservar el papel de equilibrio y moderación implícito en su promesa electoral inicial no son difíciles de explicar. Tampoco las que esta semana sacaron de quicio a Horacio Rodríguez Larreta, uno de los corredores de fondo mejor entrenados de la política argentina. Ambos fueron desbordados por circunstancias que los superan. Mucho antes de lo conveniente, comienzan acaso experimentar la presión propia de la lógica de lo que, en la política comparada, se conoce como "presidencialismos de coalición".

Tanto el Presidente como su más claro contrincante en el nivel nacional se vieron así forzados a abandonar el relativo confort de sus respectivos espacios de poder y a asumir los riesgos de una polarización prematura y riesgosa para sus respectivas estrategias de largo plazo.

Nada que no se conozca a partir de la experiencias y enseñanzas que ofrece la evolución actual del presidencialismo en casi toda la Región. Son las condiciones a las que hoy por hoy se ven forzados casi todos los presidentes y jefes de Gobierno, ante la tendencia ya incontenible de fragmentación que aqueja a lo que queda del sistema de partidos. Las elecciones se ganan por el talento y la capacidad para asumir la construcción de coaliciones electorales moderadas, de vocación centrista y propósitos convergentes. 

Sin embargo, a la hora de hacerse cargo de las exigencias del poder, parecería que solo es posible gobernar desde la capacidad para expresar y liderar procesos exactamente contrarios, como los que suelen desencadenarse al interior de nuevas coaliciones políticas, construidas a partir de las exigencias de la gobernabilidad bajo condiciones de emergencia permanente y de la necesidad de satisfacer expectativas heterogéneas, auto contradictorias y, por todo ello, esencialmente inestables.

Es la lógica hoy dominante en casi todos los presidencialismos de la región. Hay algo en la propia naturaleza de las nuevas coaliciones políticas que exacerba sus tendencias centrifugas. Que las lleva a desestimar las promesas de equilibrio y moderación y a premiar, en cambio, la desmesura, la exageración y la capacidad para instalar la lógica de la polarización. Muy a su pesar, tanto quienes gobiernan como quienes más capaces se revelan para desafiar su posición ejecutiva, se ven así forzados a abandonar la moderación y a buscar refugio en el apoyo incondicional de los extremos. La tensión de los gobernantes termina así focalizándose en las facciones más intemperantes y exigentes: las que no están dispuestas a perdonar el menor rasgo de paciencia, tolerancia y espíritu de dialogo.

Los actores acaso mejor preparados para la convergencia terminan desempeñando el papel que menos se ajusta a sus intereses y posibilidades. La política termina negándose a si misma, reconociendo su impotencia para garantizar el futuro

El enfrentamiento súbitamente desatado en torno a un tema de importancia como el cierre por dos semanas de las escuelas primarias, en el fondo bastante menor a las cuestiones que angustian a la inmensa mayoría de los argentinos, termina así situando al Presidente en el terreno que menos lo favorece. Es la lógica que desborda y arrastra a los nuevos presidencialismos. La que expresan ese nuevo tipo de líderes que hoy alcanzan el liderazgo, gracias a virtudes y capacidades por completo diferentes a las propias de los presidentes "fundacionales" de la tradición latinoamericana heredada. 

Poco queda, en efecto de aquel "cesarismo democrático" de las presidencias de la primera mitad del siglo XX o del glamour modernizante de los presidentes desarrollistas de los años 60'. Menos aún de la épica de masas de los presidentes que protagonizaron las transiciones democráticas de los años 80'. La época de los grandes liderazgos ha llegado a su fin y se abre un periodo de ambigüedades e incertidumbre creciente.

El presente y el futuro es cuando así por liderazgos muy diferente. "Gente común que hacemos cosas importantes", caracterizó premonitoriamente Néstor Kirchner en su discurso de investidura en el 2003. Por izquierda o por derecha, los que ocupan el horizonte son liderazgos funcionales y más bien situacionales. Adecuados puntualmente a las exigencias que se plantean en coyunturas críticas y preparados para aportar a la construcción de coaliciones de geometría variable, que se agotan no bien la tarea de gobierno se cumple. Es decir, cuando se imponen la lógica y la ética de las responsabilidades por sobre la perspectiva épica de las convicciones.

La Argentina expresa de modo casi arquetípico, las condiciones que los nuevos liderazgos se ven forzados a asumir. La realidad otorga ventajas ciertas a presidentes débiles, capaces de adaptarse con flexibilidad a condiciones objetivas imposibles de modificar. Personalidades preparadas para la emergencia permanente, con formación y vocación para arbitrajes complejos y concertaciones imposibles desde otra perspectiva que no sea la de la negociación.

La fórmula de los "presidencialismos de coalición" -acuñada en los 80' por el politólogo brasileño Sergio Abranches- describe los esfuerzos de los presidentes actuales por sobrevivir al agotamiento del sistema tradicional de partidos y a la fragmentación creciente de los apoyos políticos tradicionales -basados en la imagen, la ideología, la causa, el discurso o cualquier otra forma de "ofertismo" político- . Se llega a la Presidencia precisamente porque se parte de espacios minoritarios, a veces mínimos, que prosperan en la medida en que no amenazan los arreglos políticos mayores, los de quienes tienen más fuerza representatividad y capacidad para articular soluciones institucionales nuevas.

El presidencialismo de coalición se revela, así como una forma de articulación del poder presidencial esencialmente inestable. En los últimos 30 años, muy pocos presidentes han podido escapar a las consecuencias de esta debilidad institucional. El riesgo del impeachment es casi una constante. Las dificultades propias de sistemas políticos fragmentados fuerzan a los nuevos líderes a adoptar posiciones cada vez más intolerantes, amplificadas a su vez por un discurso extremista y cada vez más radicalizado, como el que exigen, desde los bordes de sus respectivas coaliciones, las facciones menos moderadas y opuestas casi por principio a toda forma de dialogo y a la concertación.

De allí la tentación de los extremos. La que lleva a los actores mejor preparados y formados para la acción de gobierno a asumir posiciones forzadas cada vez más difíciles de sustentar y sostener, hacia el medio y largo plazo.

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Comentarios

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  • CA

    Claudia Analía

    22/04/21

    TENEMOS QUE CAMBIAR A UNA DEMOCRACIA PARLAMENTARIA Y LISTO! NO PUEDE SER QUE UN PAR DE KORRUPTOS MANEJEN EL PAÍS A SU ANTOJO.

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  • 22/04/21

    No hace falta tratar de parecer intelectual. Solo intelectualoide

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  • 22/04/21

    Mucho gre...gre... para decir Gregorio. Coincido con la idea, pero demasiada verborragia. Mucha gente no entenderá ya sea por aburrimiento o por ignorancia.

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