El peso real de no aprender del euro

El proceso de unificación monetaria europeo llevó más de 30 años de preparación. El 12 de febrero de 1969 se presenta el Plan Barre I que busca formalmente - por primera vez -, la cooperación monetaria entre los socios de la Comunidad Europea y se pone en práctica por decisión del Consejo Europeo en 1971. En 1978 se crea el Sistema Monetario Europeo para estabilizar los tipos de cambio. Hacia 1989 la estabilidad parecía haber llegado, pero Dinamarca rechaza el tratado de Maastricht en 1992, vuelve la inestabilidad y, con esta inestabilidad presente, recién en 1999 comienza a regir el euro y se crea el Banco Central Europeo. Y tras esos 30 años de preparación, los problemas no solamente no desaparecieron, sino que muchos se agravaron.

Algunos problemas en el diseño de la unión monetaria han hecho que mientras al norte de Europa le va bien, al sur le va mal en todos los términos: externos, fiscales y productivos. Una de las fallas en el diseño es que para que la moneda común sea efectiva, todos los socios deben necesitar una misma política monetaria a la vez. Esto es: si hay política monetaria contractiva, subiendo los tipos de interés, debe tener el mismo resultado para todos. Pero si algunos miembros están en la fase de recuperación del ciclo productivo, la suba en las tasas de interés aborta la recuperación. Y si otros están con presiones inflacionarias, la suba en las tasas, calma el alza de precios, reduciendo la actividad. Así, a menos que todos estén en la misma fase del ciclo económico, la política monetaria tiene efectos diferentes para todos.

Este es parte del conflicto que hoy sume a Europa en una encrucijada respecto del destino común, porque el euro es parte del problema. Porque privilegiando los objetivos políticos (la unificación monetaria para evitar las devaluaciones competitivas entre los socios), se aceleraron los tiempos, comprometiendo reformas que nunca se hicieron. Y que nunca se podrán hacer con la moneda común en marcha.

Un banco central local

Imaginemos ahora qué ocurriría con dos economías como la argentina y la brasileña si decidieran emprender la unificación monetaria. Sabemos que la moneda sería exitosa si el futuro Banco Central Argentino-Brasileño aplicara una misma política que sirviera a ambos a la vez. Y uno de los problemas es que las economías argentina y brasileña no se mueven en conjunto. En los últimos dos años, la brasileña creció levemente mientras la argentina se contrajo. Así, la autoridad monetaria no podría haber encontrado una política que le permitiera a ambos unificar rumbos: hubiera necesitado expandir para sostener la actividad brasileña, pero eso hubiera alimentado la inflación en la economía argentina. O al revés, si hubiera decidido controlar más fuertemente las variables monetarias para evitar la altísima inflación argentina, eso habría matado la recuperación real brasileña.

Las economías argentina y brasileña no son sincrónicas entre sí. Y eso hace que la posibilidad técnica de hacer viable una misma política monetaria para ambos países sea muy baja. Así, técnicamente, el plan no parece viable. A menos que la política se privilegie por sobre la economía. Y, en este caso, no parece que fuera sano el poner los objetivos políticos inmediatos por sobre los objetivos más estructurales de dos economías que son complementarias, pero no son gemelas.

Porque parte de la discusión se da en la forma de integración: qué debe integrarse, cómo y para qué. La política monetaria europea hoy, mientras favorece a algunos, perjudica a otros socios. Y eso se debe al proceso mismo de integración y a cómo se planificó la unificación. Hay mucho escrito al respecto, pero debería bastarnos que hay experiencias que seguir.

Una agenda política

En el caso del Mercosur, o de Argentina y Brasil en particular, los Presidentes Macri y Bolsonaro pusieron en agenda un tema que no era considerado políticamente desde hacía muchos años y era una rareza teórica, hasta la reunión que mantuvieron el día 7 de junio en Buenos Aires.

Tras la inesperada propuesta presidencial, el Presidente de la Cámara de Diputados del Brasil temió por la vuelta de la inflación a su país y a la depreciación de su moneda. El Banco Central de Brasil desmintió escuetamente que hubiera habido o haya en estudio nada acerca de la conformación de una moneda conjunta con la Argentina: "El Banco Central no tiene proyectos o estudios para la unión monetaria con Argentina. Tan solo hay, como es natural en la relación entre socios, diálogos sobre la estabilidad macroeconómica, así como debates sobre la reducción de riesgos y vulnerabilidad y fortalecimiento institucional".

Para no desairar la idea, el Ministro de Hacienda argentino, Nicolás Dujovne, aclaró que no hay plazos para la puesta en marcha y que "llevará mucho tiempo, porque hay que dar muchísimos pasos".

De ahí que sorprenda que, si no hubo planes en el Banco Central Brasileño, tampoco en el argentino, porque fue una propuesta lanzada por el Presidente Bolsonaro, semejante idea aparezca en el candelero. El euro tiene economistas que lo apoyan y otros que lo critican. Los críticos señalan que la política monetaria fijada en función de los intereses de los países nórdicos (claramente Alemania), castiga a las economías menores con tasas de interés altas en momentos en que se necesita que bajen para que haya más empleo. Entre los que lo apoyan están los que ven que ha sido exitoso en mantener a raya los gastos públicos y el descontrol de economías como la griega o la italiana, haciéndoles pagar los costos con recesión.

Ahí toman importancia las palabras apenas dichas, pero que sí fueron pronunciadas, como expresión de los deseos íntimos. Según el Presidente Jair Bolsonaro, la creación de una moneda común puede servir para frenar las "aventuras socialistas" en la región, añadiendo que "es un primer paso para un sueño". Así, los objetivos hacen siempre a la dirección política y no se trata de una idea caprichosa tirada al azar. En la Argentina, la idea de que no podíamos tener una moneda propia porque no sabemos administrarla, prendió fuerte durante la Convertibilidad. Esta sería una segunda vuelta sobre lo mismo: para evitar que haya nuevas aventuras socialistas, deberíamos quitarnos la posibilidad de emitir moneda. Debería ser alguien externo, sobre quien "los políticos" no puedan influir. Ese es el objetivo último de este intento.

De todas maneras, hay razones técnicas que harían que no fuera aconsejable emprender el camino de la unificación monetaria argentino-brasileña. Quizás no sean atendidos si la política monetaria tiene objetivos partidarios.

Es autor de "Dilemas para la profundización del Mercosur: problemas de integración monetaria"; Editorial Académica Española; publicado en marzo de 2019.

 

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