ANÁLISIS

El Frente de Todos y el desafío de sobrevivir a Alberto Fernández

En mayo de 2019, Cristina Kirchner enfrentó un dilema condicional para el futuro de su liderazgo político: las posibilidades de acceder al poder y de administrarlo con éxito de cara a los desafíos que se debían enfrentar, se maximizaban si ella no lideraba la oferta electoral. La coyuntura le indicaba que la forma de asegurar la captura del poder y garantizar condiciones propicias para la gobernabilidad de la crisis que azotaba al país, era favoreciendo la unidad del peronismo, la unidad con aquellos que la habían traicionado. La decisión que tomó la hoy vicepresidenta es conocida, la nominación de Alberto Fernández como candidato a presidente como prenda de unidad para reunir al peronismo. Pero la naturaleza exacta de esa decisión la conocimos a lo largo del ciclo: Cristina no eligió un sucesor de su poder, eligió un administrador de esa unidad.

El desafío era complejo para el administrador designado, porque se había conformado una coalición con gente que tenía miradas muy distintas de cómo resolver los desafíos que había que enfrentar. Por suerte para nuestra tranquilidad de entonces, desconocíamos que aquella flamante coalición carecía de un mecanismo de resolución de los conflictos. De haberlo sabido nos hubiéramos puesto un poco más nerviosos de entrada, porque se pueden formar coaliciones con gente que piensa distinto, pero no se puede carecer de un mecanismo para resolver los conflictos que naturalmente van a surgir, y mucho menos si al frente de la coalición iba a estar un administrador sin poder para resolver los conflictos y decidir por todos.

Alberto Fernández ha ejercido a lo largo de todo el ciclo un rol de administrador más que de líder de la coalición. La permanentemente decisión de priorizar la conservación de los equilibrios internos es el mejor indicador de ello. Pero también es el factor decisivo para entender las dificultades que ha tenido esta coalición para tomar decisiones y su ya popular tendencia a la procrastinación. Para entender la forma que le ha dado a su liderazgo, sugiero considerar que para Alberto Fernández su fuente de legitimidad originaria no son los votos que lo convirtieron presidente sino la unidad del peronismo, que fue la que posibilitó juntar los votos. Por ello, él cree que se debe a la unidad del peronismo.

El problema es que hoy la unidad del peronismo no está garantizando lo que garantizó en 2019, un triunfo electoral. Y ello es consecuencia de la crisis de popularidad que está afectando al Frente de Todos: menos de 20% de aprobación del desempeño del gobierno, menos de 20% de imagen positiva de Alberto Fernández y menos de 30% de intención de voto para el espacio de cara a 2023. Esto plantea un desafío complejo para el oficialismo porque el problema no parece ser la unidad. Por el contrario, la unidad del peronismo parece ser más un atenuante que un agravante de la circunstancia, por ello nadie reniega de ella, y todos la defienden. El problema para el Frente de Todos es el Presidente.

¿Y cómo se resuelve el problema Alberto Fernández? Si uno observa el comportamiento del resto de los actores del oficialismo, particularmente de Cristina Kirchner, pareciera imponerse una forma de resolverlo: aislar a Alberto Fernández del futuro electoral del espacio. Un aislamiento que será inexorable si el Presidente no logra revertir la trayectoria declinante de su gobierno en el cortísimo plazo. Así como su candidatura fue la prenda de unidad del peronismo en 2019, más temprano que tarde su NO candidatura será la prenda de unidad del peronismo de cara a 2023. Naturalmente se impondrá la idea de dar la pelea en 2023 diferenciándose de aquello que produce la falta de apoyo, que es la figura presidencial y su gestión de gobierno. No hay mejor indicador de ello que la cantidad de candidatos alternativos que proliferan en el Frente de Todos, siendo que el Presidente puede legalmente reelegir.

¿Cómo puede afectar la forma en que el Frente de Todos resuelva su dilema con el presidente al proceso político? Dependerá de qué tanto ello afecte la estructura del puente construido por el FMI para que Alberto Fernández llegue a destino sin mayores sobresaltos. Es decir, en qué medida el peronismo, en la búsqueda de mejorar sus chances electorales en 2023, no estará dispuesto paradójicamente a debilitar los cimientos de ese puente.

Para conducir este proceso hacia 2023, y cumplir con el programa acordado (el puente), se necesita un presidente fuerte. Pero paradójicamente pareciéramos estar viendo un proceso en contrario: un progresivo deterioro de esa condición. Si el presidente hoy no está en condiciones de administrar la puja distributiva bajo la cual está sumergida la política económica del gobierno, ni la puja distributiva de los agentes económicos (capital y trabajo) en pos de defenderse de lo que los pronósticos económicos muestran, menos lo estará cuando las necesidades electorales del oficialismo pujen para debilitar aún más los cimientos del puente.

El proceso pareciera estar allí en una trampa, ya que el oficialismo progresivamente dejará de tener incentivos de corto plazo para cumplir con el programa con el FMI si no logra revertir su pronóstico derrotista de cara a la reelección. Y si bien es cierto que depende de que ese programa siga vivo para llegar sin sobresaltos al final del mandato, puede tener motivos para pensar que el FMI estará limitado para "interferir" en el proceso electoral mandando a la Argentina al default. Hay incentivos para hacer las cosas mal, y eso es un riesgo para el proceso.

Lamentablemente, pareciera que seguimos atrapados en el mismo círculo vicioso de hace ya varios años, las condiciones políticas no son propicias para resolver los problemas económicos, pero la no resolución de esos problemas no permite que se generen condiciones políticas propicias para resolverlos. Solo esperemos no necesitar una crisis más profunda para revertir esa dinámica, y que sea 2023 el que nos ofrezca soluciones más efectivas.

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