El dilema del desacople geopolítico de América Latina de la confrontación China - EE.UU.

Los dos inmensos océanos que bordean el continente Americano han restringido históricamente su interacción global. Sólo Estados Unidos consiguió acumular poder para superar esa limitación. Luego, EE.UU, desde fines del siglo XIX, sería el principal factor limitativo para una interacción global del resto del continente, resguardándolo celosamente bajo su principio rector de la Doctrina Monroe.

Estados Unidos fue afirmando una tutela sobre América mientras los europeos concentraban sus rivalidades en Asia y África y que más tarde serían afectadas por las dos guerras mundiales. Luego asentó su influencia regional en un poder naval que casi bloqueó el ingreso de otras potencias, la extensión de su espacio monetario, penetración comercial, inversiones externas, y presión diplomática, además del poder directo e indirecto de las armas. La evolución de la política mundial también contribuyó al aislamiento relativo del continente en la medida que las alianzas como la OTAN, colocaba otros países bajo la órbita estadounidense. Así, América Latina perdió gran parte de sus vínculos globales. El derrumbe soviético pareció dejar al mundo entero –no sólo a América Latina—bajo la tutela estadounidense.

El surgimiento de China impacta en la región

La caída de la URSS vino en parte como resultado de la alianza que EE.UU. tejió en los 70 con la China de Mao. Para China esto significó una mayor relevancia internacional, pasó a ser miembro permanente del Consejo de Seguridad del ONU desde 1971, y facilitó la creación de condiciones políticas para las reformas económicas desde 1978. Todo esto, ocurriendo a principios de los ‘80, era parte del movimiento general del intento de reformar el socialismo real, que se observó también en la URSS y Europa del Este. Así, el Partido Comunista (PC) Chino también estuvo sujeto a desafíos por parte de algunos sectores sociales, destacándose los eventos en Beijing en la Plaza de Tiananmen en 1989. Pero, a diferencia de la experiencia soviética, el PC chino logró mantenerse en el poder.

De manera peculiar, la continuidad del proyecto económico reformista del PC chino demostró ser totalmente compatible con el desarrollo del neoliberalismo en EE.UU., que desde fines de los ’70 apuntaba a la subcontratación con miras a reducir los costos y maximizar las ganancias. Así, se estableció una relación complementaria entre las corporaciones norteamericanas y empresas chinas y su stock casi ilimitado de mano de obra barata. Este acoplamiento se acentuó a medida que los excedentes comerciales chinos se convirtieron en adquisiciones de letras del Tesoro de EE.UU., retroalimentaron el proceso de integración de las dos economías y aumentaron su interdependencia.

Al mismo tiempo, la crisis de la deuda significó el fin de las estrategias de desarrollo autónomo para los países latinoamericanos. La región, a través del Consenso de Washington, terminó adoptando una versión periférica del modelo neoliberal, que constituía, en una descripción sintética, una estructura contradictoria compuesta por un lado, por un sector financiero hipertrofiado lleno de innovaciones en sus productos y servicios; por otro, un sector productivo en proceso de reprimarización. Este fenómeno fue una combinación de elementos avanzados y arcaicos, cuyo resultado fue una regresión en la complejidad de las estructuras productivas de la región.

Entre dos que pasaron del amor al odio

Dada la dinámica de repremarización y financiarización, la región tendió desde los años 90 a asociarse con el acuerdo sino-estadounidense de una manera dual. Sus mercados financieros estaban cada vez más sujetos a los estados de ánimo de los mercados financieros centrales, especialmente los de EE.UU. Al mismo tiempo, su estructura productiva se vinculó estrechamente con el mercado chino, ya sea vendiendo productos básicos o comprando manufacturas y componentes—y también recibiendo inversiones.

El primer choque a este arreglo triangular ocurrió en la crisis de 2008. Si bien China no ha sufrido efectos intensos debidos a la crisis, EE.UU. ha sido testigo de un costoso proceso de recuperación, que en sus primeros años fue apodado “jobless recovery (recuperación sin empleo). De manera singular, mientras que Estados Unidos enfrentó los efectos inmediatos de la crisis, América Latina parecía tener una mayor capacidad de recuperación y autonomía económica en relación con las tendencias históricas de dependencia, dadas las estrechas relaciones económicas con China. En ese sentido, si se tratara de una trayectoria viable, sería la primera vez que las naciones de la región estarían integradas al mundo fuera del eje de potencias occidentales.

Un desacople geopolítico cruel

EE.UU. supuso que el resultado del vínculo con China sería otro distinto del actual, es decir, subordinado a su liderazgo global. Percibiendo un contrincante, a lo largo de la última década fue endureciendo los lazos hasta que con la llegada de Trump la declaró ‘rival estratégico’. Este rótulo expone que la confrontación está más allá del resultado electoral de este año. Por el lado chino, si bien se reitera el deseo de querer evitar una escalada, al mismo tiempo se deja en claro que no se acepta retroceder en lo que consideran un avance legítimo. Por ende, se observa que la relación sino-estadounidense estará cargada de golpes mutuos en una trayectoria de largo plazo. Muchas veces los actos y retaliaciones serán efectuados sobre o a través de terceros—o afectándolos indirectamente como males inevitables. 

Para América Latina, el antagonismo entre las principales potencias expone un crucial desacople geopolítico. El proyecto globalizador impulsado por EE.UU. tras el fin de la URSS impulsó  las condiciones para la mayor presencia económica en la región china sin afectar las demás condiciones que la mantienen indiscutiblemente bajo su órbita. Sin capacidad militar o económica propia, y exhibiendo poca intención de proyección independiente de Estados Unidos, América Latina presenta un estado frágil ante sus lazos económicos con China.

En América Latina, varios países están entre los más afectados por la pandemia, poco después de las fuertes tensiones sociales del año pasado. Sus economías ya venían fragilizadas, y en la competencia entre las principales potencias está la necesidad de los recursos naturales de la región, que la hacen foco de disputa. El triángulo de la primer década del siglo que pudo conciliar un desacople geopolítico,  puede derivar en efectos implosivos—particularmente si los países de la región no intentan fortalecerse mutuamente.

Así, la primera integración global latinoamericana no tutelada la ha dejado en una encrucijada. Puede volver a la subordinación a EE.UU., al gusto de sus élites, especialmente porque resulta compatible con la sujeción de los estratos populares, aun a riesgo de un estancamiento económico prolongado. El camino alternativo, autonomía en relación con las disputas geopolíticas, puede implicar tensiones implosivas en sus relaciones sociales seculares sin asegurar un nuevo dinamismo económico. Lo que está claro es que, en esta ocasión, el choque geopolítico global es parte de sus problemas.

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