El caso de la doble cara argentina

Hay una dicotomía entre lo que parte de la sociedad siente y percibe y cree vivir y los hechos económicos. No es la primera vez que ocurre en la Argentina.

En 1995, en medio de la crisis latinoamericana, la gente lo votó mayoritariamente a Carlos Menem por segunda vez con la promesa de que la ficción de la convertibilidad, el dólar barato y las facilidades crediticias continuarían. Pero la realidad confirmaba que el 1 por 1 ya no tenía más carga de oxígeno. Que se podía evaporar el ensueño. Igualmente el buen vivir aunque sea en las nubes superó a los cálculos económicos.

Luego, por no reconocer que el tiempo de explosión era corto el gobierno de la Alianza apostó por continuar con un cuerpo agónico.Un sólo funcionario Rodolfo Terragno se opuso a ello y debió abandonar la Jefatura de Gabinete, a poco de iniciar su gestión. Así le fue a la Alianza. Entre fines de 2001 y comienzos de 2002 Argentina se pareció a una hecatombe.

Muchos quedaron pegados a la imagen milagrosa de Menem, el de síganme, no los voy a defraudar. En la elección del 2003 lo votaron 4.500.000 argentinos, cifra envidiable para cualquier candidato.

Incluso ahora, vulnerando todos los principios jurídicos y democráticos, el Menem condenado (con sentencia firme) por el tráfico de armas a Perú y Croacia fue el encargado de izar la bandera en el Parlamento remozado. Hubo quienes lo aplaudieron desde los balcones y numerosos legisladores fueron hasta su asiento para estrecharle la mano como manifestación de cariño.

Hoy por hoy las encuestas confirman que el 47% de los argentinos aprueba la gestión de Mauricio Macri. El 46% dice que el país está mejor, según un sondeo de opinión de Poliarquía. Según otra consultora, Management&Fit, el optimismo político de la población alcanza los 46 puntos y el económico a casi el 40%.

En un reciente reportaje, el periodista Marcelo Longobardi, por CNN le pregunta a Macri: "La Argentina tiene mucho déficit fiscal y comercial, emite muchos bonos, paga mucha tasa de interés y emite mucha deuda. ¿Esto no va a estallar?".

El presidente contestó, con interesante dosis de sinceridad: "Si cumplimos este sendero de bajar sistemáticamente el gasto público y el déficit fiscal, no va a estallar, pero hay que cumplirlo. Soy el primero en decirte que tenés razón, que no es sostenible donde estamos. Es una posición de altísima fragilidad. Es muy irresponsable lo que se hizo".

Es de imaginar que se refirió en la última frase a la gestión de Cristina Fernández.

Está claro que el buen pasar general no está para tirar flores por la ventana. Sin embargo, quizás persistan en su entusiasmo por el oficialismo porque más allá está la obscuridad, la violencia, la pelea, la disgregación del cristinismo. Pero eso no impide mostrar el cuadro general con el que se enfrenta el Gobierno porque ninguna agrupación política tiene el voto asegurado para siempre. Y estamos a mitad de camino.

Minigrupos de trabajo del gobierno ya están trabajando para la reelección de Cambiemos que tendrá igual o menos cantidad de integrantes en el 2019.

De inversiones ni hablemos, más allá del ensueño primerizo del gabinete actual. Varios son los factores que acobardan a la hora de radicar capitales: la actitud obrera, el costo laboral, la presión impositiva, la inseguridad jurídica, una Justicia que deja mucho que desear con cargos de corrupción, las prebendas que exigen funcionarios, la falta de capacidad logística, el costo del transporte, la endeble generación eléctrica y gasífera. Este elemento también repercute en el imagen muy negativa del empresariado en la población. Que da pié a persistentes marchas de organizaciones de izquierda enceguecidas por slogans estereotipados.

Cualquier pretexto es bueno para levantar piquetes o ocupación de las calles, entorpeciendo la vida (física y mental) de una ciudad con las vías cortadas por acontecimientos de nivel internacional y arreglos varios, y ese clima febril (como si se fuera a terminar el mundo) de las últimas semanas de cualquier diciembre. Algunos cortes traen a diagramas en los diarios, en otros ni avisan con el más mínimo cartel que a dos cuadras la vía no permite circulación.

Los días de este semana están absorbidos por la XI Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio donde el factor que inquieta es el renacimiento fogoso del proteccionismo. Por supuesto que al Gobierno le conviene sobremanera este encuentro para cambiar esencialmente de categoría frente al mundo. Para pasar de paria neochavista ante el mundo a país emergente.

La cobertura internacional no oculta ni tapa los dilemas internos en el país. La inflación llegará en 2017 al 24%, mucho más que la prometida, situación que mostró la impotencia del Banco Central, acusado de trabajar por su cuenta incluso con cortocircuitos con el Ministerio de Economía.

A lo largo del año el precio del dólar llegó a retocarse el 12,3%, demostración de un atraso cambiario que afecta a todos, aunque especialmente a las provincias por las producciones regionales. Las tasas de interés siguen subiendo y se estima que el año que viene se ubicarán 16 0 18 puntos por arriba de la estimación inflacionaria. Todo hace al crédito imposible y consagra a la Argentina con las tasas de interés más altas del mundo.

Algunos dicen que inversiones, tentadas por la apertura financiera, llegan pero la mayoría no son productivas sino financieras, que así como vienen, se van de un día para el otro. En los 10 primeros meses de año según el estudio Ecolatina los ingresos de capitales financieros crecieron 305%. Argentina accede a los mercados financieros, pero alentando la entrada especulativa de capitales de corto o mediano plazo.

Los industriales se quejan porque el Gobierno no tiene en la mira el freno sostenido de importaciones indiscriminadas, que afecta precios y nivel de producción. Y no callan su preocupación por la deuda externa nacional que crecerá llamativamente aún más el año que viene.

Por último, más subvenciones sociales que las que otorgaba el Cristinismo no alcanzan para dar vuelta el problema de la pobreza. Según el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica el 31,4% de la población urbana es pobre, de los cuales 5,9% son indigentes. Estamos hablando de 13.500.000 pobres, uno de cada tres ciudadanos. Una calamidad.

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