Dolarizar la economía, la única solución para los problemas argentinos

La administración actual podría adoptar la dolarización una vez que haya logrado una reprogramación exitosa de la deuda.

La terrible experiencia de reprogramación que enfrentan la Argentina y sus acreedores subraya el hecho de que un régimen de tipo de cambio independiente podría ser inadecuado o que no sirve bien al país. El hecho de que el país enfrentó numerosos escenarios de default en las últimas décadas junto con la realidad de que ningún régimen puede frenar eficazmente la fuga de capitales podría hacer pensar en la dolarización más como una contingencia que una posibilidad.

Mirando hacia atrás en la historia de la Argentina, uno se sorprende con el plan de convertibilidad entre 1991 y 2001, tiempo en el que el peso estuvo fijado uno a uno con el dólar bajo un régimen de caja de conversión. La idea era evitar la impresión de moneda por parte del Banco Central ordenando un dólar de reservas por cada peso en circulación. El experimento fracasó debido a un endeudamiento excesivo en el exterior y a las reformas domésticas insuficientes para hacer competitiva a la Argentina.

Por otro lado, la dolarización va más allá de la caja de conversión al atar de manos al Banco Central, especialmente como prestamista de última instancia, y limita la capacidad del Ejecutivo para obtener financiamiento mediante la impresión. No cambia el problema de excesivo endeudamiento si los mercados de capitales son miopes (miran solo el corto plazo), como han demostrado ser en el caso de Argentina desde 2016. Basta con mirar la abultada sobre-suscripción  del desafortunado bono a 100 años para verificar esto. Sin embargo, frente a la inflación desenfrenada, la dolarización podría ser un freno efectivo y quizás un medio para que el capital regrese del exterior.

La desventaja, por supuesto, es que con la dolarización el país pierde control de las palancas de política tanto monetaria como cambiaria. De todas formas, en el caso de Argentina, con una economía cerrada en términos del ratio exportaciones/PBI y como un exportador de productos con una baja sensibilidad a los cambios en los precios, los aspectos negativos no prevalecerían como en otros lugares.

Panamá, que depende de la banca, el turismo y de los ingresos del Canal, prosperó con el dólar como moneda. Ecuador, que depende fuertemente de las exportaciones de petróleo con precios en dólares, obtuvo mejores resultados con la dolarización que antes, ya que estableció un ancla eficaz para la economía.

¿Es la dolarización un último recurso? Sí, lo es. Sin embargo, la Argentina ha demostrado que, independientemente de quién esté en el poder, la economía no puede ser reformada suficientemente como para generar exportaciones considerables o atraer tanta inversión extranjera como para administrar la balanza de pagos con un tipo de cambio flexible. El fracaso del programa actual del FMI demuestra que todas las opciones de política actuales no lograron arraigarse.

La administración actual podría adoptar la dolarización una vez que haya logrado una reprogramación exitosa. Francamente, no hay otra solución para los problemas de la Argentina. El esfuerzo global actual para mostrar al país como un espectador inocente de la pandemia contradice a las cifras que mostraron que la deuda ya no se podía pagar antes de la Covid-19.

También ignora la situación que ha sido evidente en la economía durante décadas, a saber, que el país quiere vivir más allá de sus posibilidades y que no puede lograr la voluntad política para cambiar los fundamentos subyacentes (de su economía). La dolarización reconocería esta realidad y con suerte llevaría a la Argentina a una senda más sostenible.

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