Dólar y estanflación: la advertencia de Stiglitz a Macri que ya genera inquietud en el Gobierno

En términos kanteanos, un hombre es más o menos inteligente en función de la cantidad de incertidumbre que puede manejar. La vida –y la economía- rebozan de incertidumbre, pero de a ratos, quienes deben administrar los recursos escasos con necesidades ilimitadas, se reconocen con más dudas de las que pueden cobijar.

El futuro del dólar y la marcha de la inflación preocupan al Gobierno más de lo que a los propios funcionarios les gusta reconocer. En rigor, si bien existen dudas con un dólar que gravita entre los $ 14 y los $ 15, la inflación es la clave, no porque se piense que el salto inflacionario provocado por la devaluación pueda desmadrarse en las próximas semanas, sino precisamente por lo contrario: el demoledor peregrinar de la suba de precios da pocas señales de desborde, pero, a la vez, menos señales de querer ceder. En rigor, es este constante traslado a precios lo que preocupa filas adentro entre quienes deben decidir qué hacer con la economía.

Uno de los capítulos que ha generado debate incluso dentro de la propia esfera del Banco Central y en función de los últimos datos que se van conociendo, es que la devaluación realizada hace apenas algunas semanas se parece mucho a la que pusiera en marcha en enero de 2014 el ex titular del BCRA Juan Carlos Fábrega.

En aquel momento, pese a que la devaluación nominal fue de más del 21%, el efecto “benéfico” en términos de competitividad cambiaria se perdió en apenas siete meses por efecto de la constante suba de los precios. Esto fue así a pesar que el propio ministro Kicillof decidió, a la vista del salto inflacionario provocado por su sacudón devaluatorio, frenar la depreciación del peso y llevarlo a un ritmo que lo ubicó, de nuevo, por debajo de la inflación. Es más: en un improbable ranking de devaluaciones, la de Kicillof está considerada la peor de la historia económica argentina por su bajísima eficacia.

El dato es que, la aceleración en la suba de precios del verano todavía no da señales de mitigarse. En promedio diciembre y enero registrarán inflaciones parecidas: entre 3,5 y 4% mensual, y la suba de tarifas (y quita de subsidios) también hará lo propio en febrero y marzo. Esto podría acelerar la marcha del dólar que sólo podría ser compensado con una suba de la tasa de interés por parte del BCRA, algo que podría generar efectos recesivos.

Las dudas del escenario venidero incluso ya circulan en algunos reportes económicos con los que se manejan los funcionarios de Hacienda y que plantean un panorama incierto para encarar las negociaciones paritarias en febrero, a la luz de las fuertes necesidades de recursos del Gobierno, un contexto internacional en franco deterioro y la voluntad soberana ejercida a ultranza de endeudarse en pesos y dólares, lo que redunda en un impacto doméstico.

Se sabe que la primera intención del Gobierno es frenar el creciente déficit fiscal, es decir, que no siga subiendo, y, si se puede, que baje aunque sea marginalmente en los próximos meses. El segundo ‘deseo’ de Prat Gay es que el sector público dependa menos del Banco Central (pedirle menos recursos este año) por lo que se quiere congelar la emisión en la misma cifra de 2015, lo que constituye un recorte en términos reales. El tercero de los objetivos es dejar de usar reservas para pagar la deuda pública en dólares.

En el fondo, todo se resume a esto: sigue la inflación y las reservas del Banco Central, hoy en u$s 30.000 millones gracias al préstamo de Wall Street, serán menos. Es que sólo en 2016 vencen u$s 8000 millones de deuda del Tesoro sumado a unos u$s 3000 millones que habrá que darles a los fondos buitres (y otros bonistas) ni bien se destrabe el conflicto. A ello se suma que las reservas, en términos netos, son negativas porque los pasivos en dólares del BCRA superan a sus activos.

Pero la inquietud se transformó en alarma en las últimas horas con un artículo que el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, giró a varios periódicos de todo el orbe y cuyo título, “El futuro incierto de la Argentina”, da por tierra la creencia de que, para el presidente Macri, todo lo que viene del exterior (Davos incluido) es auspicioso.

En él, el economista reconoce, como de costumbre, apenas algunos pocos desaciertos económicos del gobierno kirchnerista (y sólo en el periodo que va de 2008 a 2014) pero, lo que es más importante, abre un severo interrogante al plantear un escenario sembrado de dilemas y perplejidades para la Argentina. Más allá de la inconsistencia –esperable en Stiglitz– que implica subestimar la ‘herencia’ económica y sobreponderar la reacción que pudo haber generado el combo de medidas del presidente Macri en apenas algunas semanas, los desafíos planteados en el artículo del Project Syndicate advierten que el país enfrentará una crisis en la balanza de pagos, debido a las deterioradas condiciones externas y la mala gestión macroeconómica desde el  2011.

“Cualquier curso de acción, incluso no hacer nada, en el actual contexto es riesgoso para la Argentina. Numerosas amenazas acechan: una aceleración de la inflación, un empeoramiento de los términos de intercambio y aún más preocupante una fuerte erosión de las reservas del Banco Central y un marcado incremento de la desigualdad”, sostiene el economista.

Filas adentro, en las últimas horas la verba de Stiglitz pareció haber soliviantado el ánimo de algunos observadores que se manifiestan cautos en torno a la próxima evolución de los hechos empezando por la negociación que el Gobierno pondrá en marcha hoy con los holdouts.

“La respuesta a la inflación y las medidas que se tomen para tratar de frenar la sangría de reservas del Banco Central podrían llevar a la Argentina al peor de los mundos: la estanflación, una economía recesiva en el que la inflación no es completamente contenida”, advierte Stiglitz.

¿Pueden las observaciones y críticas de Stiglitz fortalecer la posición de los fondos buitres en las negociaciones? Se sabe: cuando un deudor va a la mesa negociación con algo de resto, las posibilidades son mayores pero si la Argentina está urgida, las cosas cambian. El guiño de JP Morgan, ahora prestamista de la Argentina, de sacar al país entre los que forman parte del índice de los mercados “de frontera” y haberla ascendido a “mercado emergente” podría interpretarse como el complemento del desembolso sindicado de bancos. En esta línea, la Argentina fue retirada el viernes del índice de deuda de mercados frontera de JP Morgan debido a su alta ponderación, aunque la posición del país podría registrar un aumento en el índice referencial de monedas de mercados emergentes del banco si emite nueva deuda. Esta decisión de JP Morgan bien puede entenderse también como un reaseguro de Wall Street, ya que la movida implica el levantamiento de restricciones para numerosos fondos de inversión del planeta que de esa manera volverán a invertir en títulos argentinos, lo que impulsará la demanda y el precio de los bonos, valorizando la apuesta. Si la incertidumbre es riesgo, los banqueros prefieren estar lo más lejos posible de él.

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