

Un nuevo término empezó a ganar espacio en conversaciones sobre finanzas y bienestar: dismorfia del dinero. Inspirado en el concepto de dismorfia corporal -la percepción distorsionada de la propia imagen-, describe una distorsión similar, pero en el plano económico: sentir que se tiene menos dinero del real, que "nunca alcanza" o que se está en peor situación que la objetiva.
• La amígdala, que regula el miedo y la ansiedad, se activa ante la percepción de riesgo o escasez, incluso si el peligro no es real.
• La corteza prefrontal, que toma decisiones racionales, se ve "secuestrada" cuando la amígdala está sobreestimulada, llevando a conclusiones apresuradas y comportamientos poco estratégicos.
En entornos como el nuestro, donde la inflación, la devaluación y las noticias económicas son parte del paisaje cotidiano, el cerebro recibe señales constantes de "inseguridad financiera". Si a esto sumamos la exposición diaria a vidas "perfectas" en redes sociales -viajes, restaurantes, compras-, la percepción se distorsiona: se siente que se está siempre por detrás, aunque los números digan otra cosa.
Impacto en la salud financiera
La dismorfia del dinero tiene consecuencias concretas:
1. Sobreendeudamiento: la necesidad de "alcanzar" estándares ajenos puede llevar a gastar por encima de las posibilidades.
2. Ahorro paralizado: si se cree que no sobra nada, no se ahorra, aunque objetivamente haya margen.
3. Ansiedad crónica: el estrés económico sostenido impacta en la calidad del sueño, la productividad y las relaciones.
4. Falta de planificación: la urgencia emocional reemplaza al pensamiento estratégico, y las decisiones financieras se toman en modo "supervivencia".
Cómo abordarla: tres pasos desde la neurociencia
1. Objetivar los números: armar un registro mensual de ingresos y gastos, separado por categorías, reduce la distorsión subjetiva. Al poner datos concretos, la corteza prefrontal recupera control y se reduce la sobreactivación de la amígdala.
2. Detox comparativo: limitar el tiempo de exposición a redes sociales y publicidad -o, al menos, seguir cuentas que muestren realidades diversas- baja la presión de estándares irreales y disminuye el sesgo de comparación social.
3. Pequeños hitos de ahorro y consumo consciente: celebrar avances mínimos (por ejemplo, pagar una deuda, aumentar un 1% el ahorro) activa el sistema de recompensa del cerebro, asociando el cuidado financiero con sensaciones positivas.
La dismorfia del dinero es un fenómeno creciente que deteriora tanto la salud emocional como la financiera. Y puede manifestarse en dos direcciones: hacia abajo, cuando creemos que nuestra economía es mucho peor de lo que muestran los números y vivimos en modo "emergencia permanente"; o hacia arriba, cuando asumimos que podemos gastar sin límites y sin consecuencias, como si el presupuesto fuera una tarjeta de crédito infinita.
En esta última versión, el cerebro se deja seducir por el "me lo merezco" -ese meme tan popular que justifica compras impulsivas después de un mal día o un logro menor-, activando la gratificación inmediata a costa de comprometer el futuro. En la otra, el mismo sesgo nos lleva a privarnos de oportunidades de inversión, consumo o disfrute por miedo excesivo a la escasez.
En ambos extremos, la distorsión nos aleja de la realidad y erosiona nuestra capacidad de tomar decisiones financieras saludables. El desafío es alinear nuestra percepción con los datos reales, para que ni la amígdala ni el optimismo ingenuo conduzcan el volante de nuestro bienestar.



