COVID-19 y los desafíos para democratizar el acceso a la tecnología

El 2020 nos encuentra en un escenario antes inimaginable. #Quedateencasa probablemente, en cualquier otro momento, hubiera sido incomprensible. Sin embargo, acá estamos, algunos preguntándonos ¿Hasta cuándo? o ¿Por qué ahora?. Y otros ¿cómo salimos de esta? Pero la verdad, animales de costumbre, ya estamos inmersos en una nueva realidad, al menos, desafiante. Particularmente en nuestro ámbito, la tecnología y economías digitales, tenemos la suerte de poder continuar avanzando sin padecer los impactos de otras industrias.

En tiempos de cuarentena nuestros esquemas productivos se apoyan en valiosos y enérgicos equipos que, con el apoyo de sus familias o círculos primarios, están trabajando desde sus hogares con igual o mayor nivel de entusiasmo y compromiso.

Hoy, aprovechando un tiempo de reflexión, beneficio colateral del aislamiento, pensaba en la energía creativa que caracteriza a desarrolladores, ingenieros, diseñadores entre otros profesionales y recordé una frase que escuché una vez: "Debemos creer en el poder y la fuerza de nuestras palabras. Nuestras palabras pueden cambiar el mundo". Siento que Malala Yousafzai, la ganadora más joven de la historia del Premio Nobel de la Paz, a los 17 años de edad, desde aquel mensaje, transmitió mucha esperanza, pero también un gran desafío.

Desde lenguajes técnicos, con signos menos conocidos que las palabras, cuando estos profesionales del entorno digital "codean" están, sin dudas creyendo en este poder y fuerza a los que se refirió Malala. Su labor, hoy especialmente, es esencial para alcanzar las soluciones que buscamos a fin de mitigar ciertos impactos de la pandemia, promoviendo una experiencia de usuario acorde a la necesidad creciente de operaciones remotas y, en el largo plazo, proponiendo una mejor calidad de vida para los ciudadanos.

Lo que están haciendo estos protagonistas del cambio refuerza mi admiración y agradecimiento. Realmente es muchísimo. Conscientemente, o no, están confiando en el poder y fuerza de su capacidad innovadora y en este camino arriesgan, intentan, insisten... porque no se conforman con expresar una época, sino que desafían un estado de cosas para evolucionar y mejorar.

Sin embargo, entiendo que todas las voluntades creativas sobre los teclados no son suficientes. Nuestras áreas de desarrollo, y el ecosistema emprendedor en su conjunto, demanda decisiones y procesos colaborativos que potencien, fortalezcan e impulsen los esfuerzos dispersos de innovación.

Es fundamental, al menos de tanto en tanto, levantar los ojos y conectar a otros niveles, sobre todo más humanos y en términos más solidarios, para dar curso a una corriente de innovación en los servicios financieros que sea transversal a las diversas industrias.

El 2020 nos sorprendió... es cierto. Pero, me pregunto, ¿No es también sorprendente el potencial que se desató junto con esta tormenta? Nos encontramos frente a nuevas oportunidades para conseguir el macro objetivo que muchos compartimos: la democratización del acceso a las tecnologías. Creo plenamente en el poder y la fuerza de nuestros avances. Y confío en que una sinergia con tinte de altruismo es posible.

 
¿Seguimos innovando?

 

 

 

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