Coronavirus: ¿un efecto de la desigualdad en la salud?

La desigualdad en las políticas de salud tiene precio. Un informe realizado por la Organización Mundial de la Salud (OMC) estima que el gasto mundial en salud equivale al 10% del Producto Bruto Global.  Esto significa que cada año la humanidad destina un monto aproximado de U$D 8.500.000.000.000 (8,5 trillones de dólares) para financiar los sistemas de salud de todo el planeta. También muestra que el gasto en salud fue aumentando año a año en casi todos los países. Sin embargo, a pesar de este nivel de gasto históricamente elevado, la medicina se encuentra ante el desafío de afrontar la mayor epidemia en décadas, tal como explican los expertos. ¿Qué nos pasó?

Aunque el gasto mundial en salud viene en aumento, se encuentra “híper concentrado en los países de altos ingresos. El 20% más rico de la población mundial posee el 80% del gasto en salud. El restante 20% del mismo se reparte entre los otros 4.800.000.000 habitantes. Esto es así porque los países de altos ingresos (los de la Unión Europea y América del Norte) tienen un gasto en salud del 6% de su PBI, mientras que los países ingresos medios (entre los cuales están China o Argentina) destinan entre un 2,3% y un 3,7%. En contraste, en los países de ingresos bajos (principalmente África) este porcentaje tan sólo alcanza un 1,5% de su PBI.

El resultado es una enorme inequidad en los gastos de salud, tanto aquellos destinados a conceptos corrientes como los afectados a la adquisición de tecnología o infraestructura. Mientras que los países desarrollados gastan un promedio de 270 dólares al año por cada uno de sus habitantes, los países pobres sólo destinan 30 dólares. Un dato relevante, es que en los países con ingresos elevados la salud se financia cada vez más desde el sector público, mientras que en países con menos ingresos el financiamiento privado aumenta notablemente. Esto da lugar a una profunda desigualdad intranacional, ya que las personas con recursos tienen mayor capacidad de autofinanciar ese gasto.

La lógica de la competencia tiene enormes beneficios ya que impulsa a los países a mejorar la calidad de atención médica, a seguir incrementando el gasto en salud, a realizar más investigaciones. Pero esta competencia funciona correctamente cuando nadie queda demasiado lejos. Y lo que pasó en el sistema de salud mundial es que los países ricos han avanzado, pero se alejaron demasiado. La globalización y la competencia vienen de la mano.

La paradoja reside en un virus que nació en Wuhan, China, propagándose casi instantáneamente por el resto del planeta, con fuertes picos en Europa, América del Norte y poniendo en vela a toda la humanidad. No es casualidad que este virus haya nacido allí. El gasto público que China destina para salud representa casi la mitad que el que asignaba en el año 1997: pasó del 15% al 9%. El dilema de la globalización es justamente que “el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo , como indica el proverbio chino.

El informe de la OMC, del año 2016, advierte sobre dos problemáticas: la desigualdad en el gasto de los países ricos y pobres en salud y en la mala calidad de la información que hay al respecto. Advierte, pero no repara en sus consecuencias. ¿De qué sirve blindar la puerta del frente de tu casa si queda abierta la ventana? Con este mismo razonamiento se podría afirmar que si el mismo gasto en salud global -que presenta sus máximos niveles históricos- estuviera distribuido de forma más equitativa entre todos los países, los riesgos de que se generen nuevas epidemias serían menores.

Este es el costo de la desigualdad. La pandemia del COVID19 nos debe hacer repensar las estrategias para la atención primaria de la salud, la producción y el acceso a vacunas y medicamentos, la investigación, el desarrollo y la innovación, desde una perspectiva global y cooperativa entre países. Protegerse desde lo local ya ha perdido sentido o, más precisamente, ha perdido eficacia.

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