ANÁLISIS

Colombia debería aprender de la Argentina

Las elecciones del domingo en Colombia ratificaron, una vez más, que cuando los gobiernos mantienen insatisfechas las demandas de la ciudadanía por mucho tiempo (aunque la tolerancia es cada vez menor) esta termina castigando a la dirigencia establecida y opta por un cambio, en un sentido amplio del término. Esto sucedió en Perú, Chile, Ecuador, ahora en Colombia y, de hecho, también en Argentina. En 2015 se agotó el modelo kirchnerista y Mauricio Macri ganó la elección. Su gobierno fracasó económicamente y en 2019 Alberto Fernández llegó a la Casa Rosada (un kirchnerismo maquillado). Y ocurrió nuevamente en las legislativas de 2021, cuando la fuerte decepción que produjo el FDT dejó el camino allanado para un triunfo contundente de JxC en todo el país, pero también para un buen desempeño de partidos más antisistema en algunos distritos, como Milei en CABA y el Frente de Izquierda en Jujuy. En definitiva, lo que se pone de manifiesto con los últimos antecedentes electorales de Latinoamérica en general y Argentina en particular es la volatilidad del electorado, abierto a buscar alternativas dentro y fuera del sistema político.

Esta preferencia por el cambio ocurre independientemente de la consistencia con la que se presenta. Basta con ver las propuestas con las que Petro triunfó en Colombia. Uno de los puntos más destacados de su campaña fue la cuestión ambiental. El presidente electo prometió eliminar gradualmente la producción de petróleo y carbón, en un país en que la mitad de los ingresos por exportaciones dependen de estos productos y en un mundo que demanda energía a mayores precios. Pero, al mismo tiempo, propone reducir los déficit fiscal y comercial, y financiar una ampliación de programas sociales. Cómo hará para satisfacer a todos a la vez y cumplir sus promesas de campaña, impulsando el mentado "cambio", al que se refirió el domingo en su discurso, es toda una incógnita.

Los países que mejor están encarando la transición energética (Suecia, Noruega, Dinamarca) se volvieron ricos antes de volverse "verdes". La iniciativa que impulsa Petro dispara la pregunta respecto al camino inverso: ¿Es posible volverse "verde" sin antes ser un país rico? Alemania fomenta las energías renovables desde los '90, sin embargo, está teniendo severos problemas por su dependencia al gas ruso, y esto con un PBI per cápita que es nueve veces más grande que el de Colombia. De hecho, Alemania acaba de confirmar que volverá a producir carbón para cortar su dependencia de Rusia, lo cual pone de manifiesto un retroceso en la agenda verde europea debido a los problemas geopolíticos.

Al margen de su inquietante postura respecto a los combustibles fósiles, en otras dimensiones Petro se movió hace el centro en las últimas semanas. Es que los líderes, tanto de izquierda como de derecha, tienden a moderar sus discursos y mitigar las posturas más controversiales para asegurar el triunfo en escenarios de polarización, tal como también lo hicieron Boric en Chile y Lasso en Ecuador. Petro ahora tendrá el desafío de enviar señales concretas que los mercados y la sociedad están esperando. Ya intentó disipar algunos fantasmas: "nosotros vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia", dijo el domingo, luego de referirse a quienes lo acusan de querer expropiar empresas.

Seguramente Petro puede obtener una valiosa lección de varios países de la región, incluyendo la Argentina: las políticas populistas, inconsistentes y agresivas contra las empresas lo único que generan es un deterioro de la inversión, perdida de la competitividad, destrucción de empleo y aumento de la pobreza. En un contexto global extremadamente frágil, cada paso debe darse con cautela y previsión. El exguerrillero asegura que quiere renegociar el tratado de libre comercio con EEUU ¿Han sido previstos los múltiples efectos de tal decisión? Como pone de manifiesto el caso de Uruguay, una economía más cerrada tiende a generar niveles inflacionarios superiores a la media de países macroeconómicamente sanos. Y en este punto, el caso argentino implica una advertencia adicional respecto a los riesgos de disparar una dinámica de alta inflacion a nivel doméstico, mientras esta se retroalimenta del entorno global. Una vez desatada puede ser incontrolable.

Pero, sobre todo, lo que Petro debería aprender de la Argentina es el hecho de que no se puede efectivamente desafiar los equilibrios macroeconómicos básicos sin pagar enormes costos políticos, electorales y económicos. En su discurso del lunes, Cristina demostró, una vez más, el desapego respecto a conceptos económicos elementales. En su singular clase de economía buscó vincular la alta inflación con los márgenes de ganancia que obtienen algunas empresas. Independientemente de que estos parezcan justos o no, la relación de causalidad que intentó mostrar la vicepresidente exhibe un alto nivel de confusión. Además, buscó demostrar que la financiación monetaria de los déficits fiscales sostenidos en el tiempo no genera aumentos de precios, porque ha sido un recurso utilizado por los países desarrollados en los últimos años. Paradójicamente, los datos de Cristina ratifican lo que ella quiere negar. El mundo se encuentra atravesando un periodo de alta inflación por la inyección de liquidez que se ha venido produciendo desde el 2009 en adelante y, especialmente, a partir de la pandemia de 2020. En mayo la inflación anual en EEUU alcanzó el 8,6% y marcó un récord en 40 años.

Si Petro confunde los caminos a partir de los cuales responder a las expectativas de la ciudadanía, en un país que ya está arrastrando problemas de pobreza e inequidad, seguramente terminará pagando un prematuro costo político. En este sentido, Venezuela y Argentina son ejemplos de lo que no hay que hacer. ¿Tendrá el presidente colombiano la capacidad de aprender de estos desvaríos económicos y acercarse, aún desde la izquierda, a visiones más pragmáticas? Solo así podrá responder a las demandas de sus votantes sin descarrilar el desarrollo económico que Colombia tuvo en las últimas décadas que, al igual que Chile, fue insuficiente para satisfacer las exigencias de grandes porciones de la ciudadanía, en especial de los nuevos sectores medios y los jóvenes, pero comparado con otros países de la región implicó un relativo éxito. Si el "cambio" se trata de deshacerse de todo lo anterior, incluyendo lo bueno hecho hasta aquí, no pasará mucho tiempo hasta que los colombianos quieran "cambiar" de nuevo.

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