"La coalición es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos".Guy Mollet, autor de la frase, fue primer ministro de Francia entre 1956 y 1957.

En Argentina, la política nacional está conformada por grandes frentes o coaliciones electorales, que, de manera permanente, se han repartido la alternancia del poder desde las elecciones del año 1999. Independientemente de la intermitencia con la que se presentan partidos nacionales en solitario, bien puede señalarse que es una práctica que se reduce sistemáticamente en las últimas dos décadas.

En democracia, encontramos desde los años 90 grandes coaliciones electorales de una interesante diversidad política.

Si bien las alianzas no son un fenómeno nuevo, sí lo es la diversidad ideológica sobre los partidos que contienen. Esta forma de representación parece encaminarse hacia un liderazgo de espacios, en reemplazo de la conducción partidaria tradicional.

Entre las múltiples causas que podemos señalar sobre esta evolución de la representación política, encontramos que la sociedad contemporánea es tan diversa como los frentes que desean representarla. Las coaliciones hoy tienen en sus estructuras, posiciones que van desde las moderadas a las extremistas, desde las dialoguistas a las intransigentes, en un ejercicio de convivencia admirable, pero que, en un sentido más práctico, es un equilibrio muy delicado de mantener, que necesita conducciones sensibles a las diversidades de esos espacios.

Otro de los aspectos que caracteriza el auge de las alianzas, es la dificultad para mantener el funcionamiento orgánico de los partidos políticos tradicionales. Los esquemas de administración partidarios están pensados y reglamentados en una época en donde la participación ciudadana en las estructuras políticas era mucho mayor. Esto no significa necesariamente que los ciudadanos no deseen participar, sino que hay otras formas y otros tiempos para involucrarse. Las modalidades de trabajo, las nuevas formas de comunicación, la horizontalidad de muchos movimientos, la atomización de grandes espacios en pequeñas estructuras, y el auge del tercer sector, han cambiado la fisonomía de la política argentina. A esto, también puede añadirse la dificultad de formar mayorías electorales autónomas propias de los partidos tradicionales, siendo los frentes o las alianzas, herramientas necesarias, además de estratégicas.

Con un breve repaso de las coaliciones políticas vencedoras desde 1999, podemos observar modelos exitosos (al menos en el plano electoral) de coaliciones unidas en diversidad, pero también en función estratégica de la victoria. Aspectos que no siempre son la mejor combinación para la posterior administración del país, pero que, sin embargo, marcan el rumbo claro de la conducción política nacional en las últimas décadas.

Frentes de gran diversidad ideológica y política han representado a la sociedad argentina en los últimos años, marcando un cambio de rumbo sobre la conducción partidaria tradicional, que exige un nuevo replanteo sobre las formas de organización de los partidos y también de los requisitos necesarios para conducir un espacio plural.

Este escenario electoral requiere otras formas de organización y de conducción política, especialmente en circunstancias en donde (al menos idealmente), los partidos y agrupaciones se unen en igualdad de condiciones.

La heterogeneidad de las alternativas políticas en la actualidad, nos invita a pensar sobre la propia diversidad de la sociedad, que ya no puede encasillarse de una forma tan clara como en las décadas pasadas. Las dificultades de la democracia para asegurar una estabilidad socioeconómica, en igual responsabilidad de todos los sectores políticos, explican en cierta forma la falta de fidelidad tradicional en los partidos, y la búsqueda tanto de la ciudadanía como de los dirigentes de nuevas formas de liderazgo.

Una coalición exitosa de espacios diversos, es una búsqueda compleja, que necesita formar consensos, y mantener un necesario pragmatismo en la conducción.

Esta nueva forma de representación parece haber llegado para quedarse. La sociedad ha cambiado, y la fidelidad a los partidos tradicionales, también.