Análisis y política económica en tiempos de coronavirus

1. COVID-19, sistema de salud y Libertad

Dice una maldición china: “Ojalá te toque vivir tiempos interesantes . Si bien parece que los argentinos estamos acostumbrado a ello a la luz de nuestra experiencia de vida del último siglo, hoy, el mundo y Argentina también, están siendo azotados por el Covid-19, un virus cuya principal característica parece ser su velocidad de propagación con un efecto letal sobre el segmento de adultos mayores y personas con ciertas afecciones que impactan sobre el sistema respiratorio.

En este contexto, dada la fenomenal velocidad de propagación del coronavirus y, por el momento, la falta de una vacuna, el virus ha puesto en jaque a todos los sistemas de salud del mundo, ya que los mismos están diseñados para situaciones normales (en el estricto sentido estadístico) cuya capacidad de respuesta resulta insuficiente ante un caso de tan vertiginosa evolución. En función de ello, la principal estrategia de combate consiste en el aislamiento de las personas para minimizar la propagación del virus y así restarle velocidad (donde los medios de comunicación, en el encierro, juegan un rol fundamental para fomentar conductas que bajen el nivel de contagio), de modo tal que la cantidad de casos esté en línea con la capacidad de respuesta del sistema de salud. Así, cuanto peores sean la condiciones iníciales del sistema de salud, mayor será la cantidad de personas que deberán ser encerradas durante una mayor cantidad de días.

Sin embargo, más allá de lo antipático de la medida en términos de cercenamiento de las libertades individuales, salvo en el caso de una sociedad absolutamente libre, la propia existencia del Estado (aún bajo minarquismo) habilita la instrumentación de la medida. A su vez, en una sociedad libre, ante la externalidad negativa derivada del contagio, sea intencionado o no, el sistema penal (“Justicia sin Estado ; Benson) sería el encargado de alinear los incentivos para que los individuos evalúen costos y beneficios de transitar por las calles. Naturalmente, siempre la solución bajo el caso de la sociedad libre sería superior a la impuesta por la fuerza a manos del Estado, ya que como cada individuo internaliza los costos de sus propias decisiones, al elegir el nivel de aislamiento maximiza tanto su bienestar como el de la sociedad. Esto es, al cuidarse él mismo estará cuidando a los demás. Así, no sólo minimiza la cantidad de enfermos, sino que también maximiza el nivel de producción frente a la arbitraria, torpe e ineficiente tijera del Estado. ¡Muchas gracias Adam Smith!

2. El impacto económico del COVID-19

Si bien el coronavirus tiene un claro impacto negativo sobre la oferta agregada de bienes de la economía (producción), la velocidad a la que se propaga y la cantidad de casos letales que deja a su paso, ello incrementó el nivel de aversión al riesgo de los individuos, sumándole al problema de oferta, un problema de demanda agregada. Además, el comportamiento de la economía no es el mismo para una economía que es abierta que para una que es cerrada.

Por el lado de la oferta agregada, la determinación del nivel de aislamiento acorde a la capacidad de respuesta del sistema de salud implica una caída transitoria de la fuerza laboral que se traduce en una caída transitoria del ingreso. A su vez, frente a un nivel de consumo guiado por el ingreso permanente, el mismo permanecería casi constante. Por ende, el ahorro de una economía cerrada caería, por lo que para un nivel de inversión dado, la tasa de interés subiría. Al mismo tiempo, una mayor tasa de interés conduciría a una caída en la demanda de dinero, por lo que frente a una oferta de dinero fija, el nivel de precios subiría. Sin embargo, para el caso de la economía abierta (más allá de las pérdidas por una menor división del trabajo por el cierre comercial), las presiones al alza en la tasa de interés doméstica son mitigadas por un mayor ingreso de capitales, por lo que no cae la demanda de dinero y el nivel de precios no sube, al tiempo que se genera un mayor déficit de cuenta corriente. En otras palabras, los efectos negativos sobre el consumo por la caída del ingreso serían mitigados por un mayor endeudamiento externo.

Por el lado de la demanda, el problema radica en los efectos derivados del aumento en el nivel de aversión al riesgo. Así, cuando los individuos se asustan se producen dos efectos en simultáneo: (i) se produce un cambio de portafolio a favor de activos que las personas consideran más seguros (dinero y títulos públicos) en desmedro de los activos más riesgosos (acciones, bonos corporativos, títulos de países emergentes y bonos basura) y; (ii) una caída del consumo presente en favor del consumo futuro, lo cual es viabilizado en la coyuntura del momento mediante los activos seguros. En este tipo de casos, luego de aprendida la lección de la gran contracción de 1929-33 (Friedman y Schwartz) y puesta en práctica con éxito por Ben Bernanke durante la crisis sub-prime, los Bancos Centrales buscan nivelar el PIB nominal mediante una mayor emisión monetaria que compense la caída de la velocidad de circulación del dinero asociada a la mayor demanda del mismo.

3. La política económica en Estados Unidos y en Francia

Si bien tanto Estados Unidos como Francia tienen acceso al financiamiento mundial, lo cual les permitirá nivelar sus niveles de consumo, la estrategia seguidos por éstos países difieren de modo sustancial, al margen de la diferencia evidente respecto a lo que es la Reserva Federal y el Banco Central Europeo.

En el caso de los Estados Unidos, frente al shock negativo sobre la oferta agregada que implica la menor cantidad de trabajadores fruto de la enfermedad, el presidente Donald Trump impulsó una baja de impuestos sobre las empresas, buscando mitigar, al menos parcialmente, los efectos negativos del mercado laboral. Por otra parte, a las personas que pierdan su trabajo les enviará un cheque para que puedan sostener al menos parcialmente su consumo. Lo interesante de dicha medida radica en un par de aspectos: (i) la medida es absolutamente transitoria, ya que terminada la crisis se termina el giro de dinero; y (ii) al enviar el dinero de modo directo, es el individuo el que decide en que gastarlo. Naturalmente, ese sostenimiento del consumo en un caso de caída del ingreso deriva en un déficit de cuenta corriente, el cual Estados Unidos no sólo no tiene problema en financiar sin grandes presiones sobre su moneda, sino que en el presente contexto el mundo está deseoso de financiar el déficit americano. Esto es, usted puede ir con dólares a cualquier parte del mundo y cuando intenta ponerlos en funcionamiento nadie lo considerará un estafador.

En cuanto al plano financiero, el aumento de la aversión al riesgo implica una mayor demanda de dólares y de títulos públicos, al punto tal que éstos últimos sus precios subieron tanto que su retorno es nulo. Así, para que la mayor demanda de los activos que emite el sector público no se transforme en una caída del consumo, emite dinero desde la Reserva Federal y se endeuda para financiar la expansión fiscal. Al mismo tiempo, respecto a la emisión de dinero, dada que la misma se hace contra demanda de dinero (el cual se determina de modo endógeno por manejarse la tasa de interés) ello no genera aceleración en la tasa de inflación, al tiempo que el deterioro del nivel de solvencia intertemporal por la toma de deuda se ve parcialmente mitigado por la menor tasa de interés (de hecho nula).

Respecto al caso de Francia, si bien es un país con acceso al financiamiento externo, la mayor diferencia respecto a Estados Unidos, no radica en que no tiene un Banco Central propio que emita su propio dinero, sino más bien por el lado de la política fiscal. Concretamente, Christine Lagarde, la Presidente del Banco Central Europeo, dejó bien en claro la analogía entre la presente crisis y la de 2008 en lo monetario, lo cual implica seguir una política similar a la de Estados Unidos buscando evitar que se presente una dinámica deflacionaria que de corto plazo haría subir el desempleo de modo abrupto. Sin embargo, en cuanto al paquete fiscal de Francia, el mismo está impulsado por programas ejecutados por el sector público, lo cual tiene efectos muy negativos en dos aspectos: (i) significa un mayor avance del sector público dentro de la economía, más allá de las preferencias de los individuos, las que fueron dejadas de lado por el omnisciente y fatalmente arrogante Estado francés; (ii) como señalaba Milton Friedman “no hay nada más permanente que un aumento transitorio del gasto público , donde cualquier intento posterior para bajarlo será triturado por la tiranía del status quo y su triángulo de hierro (políticos oportunistas, la burocracia asociada y los beneficiarios), lo que a la postre terminará en mayor presión fiscal y un nivel de salarios reales menores.

4. Argentina: yo la peor de todas

Sin lugar a dudas, el caso de Argentina es sustancialmente más complicado que los casos de Estados Unidos y Francia. En primer lugar, el país no es digno de crédito. La situación ya se había hecho evidente a mediados de 2018 cuando el gobierno de Mauricio Macri debió pedir asistencia al FMI. Luego se confirmó durante 2019 bajo el eufemismo del reperfilamiento. Por otra parte, esto se ratificó palmariamente con la llegada de Martín Guzmán que no sólo llevaba la negociación de modo precario sino que sus declaraciones sobre el abandono de las metas fiscales y la negación del uso de reservas para el pago dispararon el riesgo país a niveles de 4000 puntos básicos, al tiempo que en la punta corta (Bonar 2020) el riesgo llega a 60.000. De este modo, debería quedar claro que Argentina no puede usar el endeudamiento para mitigar la caída del consumo.

En cuanto al plano monetario, la situación dista de ser sencilla. Por un lado, desde el mes de diciembre de 2017, la demanda de dinero viene en picada, lo cual hace que el nivel de precios suba aún sin emisión monetaria. De hecho, la mejor manifestación del desprecio por el peso es el control del mercado de capitales, cuya contracara más horrenda es la existencia de casi 20 precios distintos para el dólar. Por otra parte, frente a la caída en la demanda de dinero, desde el mes de noviembre de 2019, el BCRA ha iniciado un proceso de emisión monetaria salvaje, donde la expansión de dinero desde dicho momento hasta hoy asciende a 60%. Por ende, no parece factible hacer uso y abuso de la emisión de dinero sin consecuencias nefastas sobre la tasa de inflación, y eso sin contar el riesgo enorme que implica la cantidad de pasivos del BCRA (Leliq y Pases) que podrían llevar a la duplicación de la cantidad de dinero en un lapso muy corto de tiempo (salvo que haya un Plan Bonex).

Por lo tanto, en la presente coyuntura en materia de deuda y de desequilibrio en el mercado monetario, responder a la contracción de oferta agregada (donde frente a los desafíos que ofrece el COVID-19 se cae en falsos dilemas entre priorizar la vida o la economía) con mayor estímulo de la demanda agregada financiada con emisión del dinero que todos repudian, lo único que puede generar es una mayor presión en el nivel de precios hasta pudiendo llegar a desatar una hiperinflación.

Sin embargo, las aberraciones en materia económica no terminan ahí. Para tirar aún más nafta al fuego, distintos funcionarios de economía han impulsado el control de precios (medida con casi 5000 años de fracasos en todo el mundo) junto a la amenaza explícita de aplicar la Ley de Abastecimiento. De este modo, no sólo que habrá más presión sobre el nivel de precios, sino que además se re-potenciará la caída del PIB, lo cual no sólo traerá caída del empleo y de los salarios reales, sino que derivará en niveles crecientes de desabastecimiento (escasez). Si a ello le sumamos que aún no hemos visto lo peor que puede dar el COVID-19, debería estar claro que el segundo semestre del año del país distará muchísimo de ser el Paraíso.

Temas relacionados
Más noticias de COVID-19
Noticias de tu interés