Algo huele diferente a Dinamarca

La Argentina no es "Borgen". Ni el sistema institucional, ni el orden económico y social es igual, ni tampoco lo es el concepto de coalición que refleja la popular serie danesa pero, como es algo que está de moda, siempre hay expertos que buscan adaptar la realidad que circunda al mundillo de la política local para armar algún relato convincente.

Justamente, uno de los elementos que certifican la escasa personalidad de la sociedad argentina es su enamoramiento permanente por las modas masificantes, flashes que, por lo efímeros, apuntan a demoler valores. Probablemente, ésta sea una de las razones que menos aceptará el argentino medio para explicar la decadencia que, casi de modo terminal, lo está arrojando por estas horas hacia un futuro cada vez más oscuro.

Si se mira un poco más allá de la pantalla, en materia política hoy no parece existir en la Argentina lo que se suele llamar técnicamente una "coalición gobernante", es decir un conjunto de ideologías derivadas de varios partidos que, a veces a la fuerza, logran sintetizar posiciones comunes para conformar un Gabinete.

Sin que nada tenga que ver con el supuesto espejo danés, el Gobierno lo ejercen aquí al menos dos vertientes de un mismo tronco, ambas sustentadas en la pasión por el dirigismo que deriva del llamado "Estado-presente" y por la concentración de poder que, con la Justicia anulada, lleva fatalmente al autoritarismo.

Como la relación causa-efecto lo indica (y la historia lo certifica), estos dos ingredientes de los que emana el aroma de la desconfianza alejan la inversión del país y promueven el atesoramiento preventivo de dólares, dos elementos que, con la excusa de la "restricción externa", hoy agravada por la pandemia, llevan hacia el mismo callejón sin salida de siempre, al de una economía inflacionaria y cerrada, basada en el consumo y en la sustitución de importaciones, a partir del desprecio hacia el campo que justifica los torniquetes que se le aplican para sostener una industria poco eficiente.

Pese a que este esquema ya retrógrado fracasó siempre en el país, no hay en el gobierno actual nadie que piense demasiado distinto o que se anime a explicitar alguna variante con todas las letras, casi como si todos prefiriesen avanzar hacia un abismo de ignorancia, de pobreza y de caos social que cristalice sus propios privilegios.

El propio Alberto Fernández señala que entre él y la vicepresidenta Cristina Fernández "en lo básico y en el compromiso central no tenemos ninguna fisura" y ha pedido que "todos juntos no permitamos que el conservadorismo vuelva a hacerse cargo de la Argentina nunca más", como si el feudalismo kirchnerista en Santa Cruz no haya sido, por ejemplo, un fiel representante de esa corriente que supuestamente se quiere exorcizar. Ante tanta afinidad, entonces hay que concluir que lo que se discute hoy en la Borgen de cabotaje, aquí pintada de color rosado, no son los matices de lo que interesadamente se presenta como una coalición de gobierno, sino su liderazgo.

Lo que sí resulta bastante parecido a la serie dinamarquesa son las zancadillas del poder. Hace unos meses esta columna sostenía que si con 80 por ciento de imagen positiva el Presidente no hacía nada para marcarle la cancha a su vice, luego le iba a resultar muy difícil lograrlo.

Si se considera el caso Vicentín como un primer resbalón que apuntó contra la propiedad privada, deberían repasarse los condimentos del caso y la encerrona que por entonces le propinó Cristina al Presidente, probablemente para diluirle algún posible rédito por el cierre del canje de deuda. El último más notorio ha sido el fuego cruzado al que se lo sometió desde adentro debido al caso Venezuela. El deshilachado manejo sanitario poniendo como eje la confrontación con el gobierno porteño hizo el resto.

Esta trama de peleas traicioneras y de encerronas más o menos manifiestas agrava aún más la sensación que Fernández deja a cada paso: que conduce un Gobierno que vive en su propio mundo plagado de contradicciones y ambigüedades y que muestra un desconocimiento tal que lo lleva a transitar regularmente caminos de mala praxis, sin que se note que haya un mínimo ordenador de prioridades.

En este aspecto, la peor parte se la lleva el ministro de Economía, Martín Guzmán, quien está tirando sus antecedentes a la hoguera de las peleas internas, en línea con la prédica papal de la Encíclica "Fratelli tutti" (Hermanos todos) de subordinar todo a la política y nunca a la economía y mucho menos a las finanzas.

El caso de la brecha cambiaria, por ejemplo, termina de certificar el montón de prejuicios que se le notan al Gobierno, más allá de que 65% de la misma hay que explicarlo desde el costado impositivo, atribuido a las propias normas que se han fijado para evitar compras que drenen reservas.

Casi todas las medidas tomadas hasta ahora fueron para evitar la demanda y hubo algunas pocas destinadas a estimular la oferta. En este punto, quizás porque no se les explicó bien a los chacareros que el diferencial que se le reconoce a la agroindustria bien podría beneficiarlos a ellos también, los dólares siguen sin aparecer, tal como esperaba el Banco Central.

Recién ahora, después de meses de persecuciones y de diatribas ideológicas sobre la "fuga de capitales", algún iluminado acaba de descubrir que el dólar-Bolsa (también el contado con liqui) requiere dos puntas privadas, en la que mientras uno compra dólares hay otro que vende en blanco, por lo que no se verifica drenaje en las reservas.

Por lo tanto, se lo va a autorizar para que quien desee hacerse de dólares a $ 145 los pueda comprar a precio de mercado allí mismo y no presione otros canales de informalidad. Este procedimiento no deja de ser un eufemismo para admitir el desdoblamiento del mercado y es posible que haya sido consensuado, como una solución intermedia, con el Fondo Monetario Internacional.

El valor del dólar blue tanto como la caída de la imagen del Presidente en las encuestas no son más que la manifestación de la bronca de una sociedad que no entiende cómo se producen estas peleas en medio de tanto caos, ya que la Argentina toda se dirige rumbo hacia un crítico deslizamiento en la escala social, algo que el capítulo local de la pandemia ha potenciado debido a la extrema fragilidad de la economía. La situación no dejará a nadie (salvo a la clase política quizás) sin un retroceso manifiesto en su modo de vida y con años de recuperación por delante. Y queda la sensación también que no hay ninguna red por debajo que mitigue la caída

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