Alberto Fernández siempre fue un constructor de puentes. Sin abandonar su fuerte carácter, su trayectoria política estuvo signada por la amplitud, el diálogo y la conciliación entre las partes. Su condición de abogado también marcó su impronta en la política desde su concepción jurídica acerca de la defensa de los derechos de los ciudadanos.

Quizás por eso en sus discursos de campaña eligió tomar la bandera del ex presidente radical, Raúl Alfonsín, como un ejemplo a seguir. Viniendo de un peronista, resultaba llamativo. Es que, en general, los peronistas se acuerdan de Alfonsín en ocasión de alguna efeméride vinculada a la dictadura militar, por tratarse del denominado “padre de la Democracia .

Sin embargo, el actual presidente nunca ocultó su deseo de recuperar la tradición política que había dejado Alfonsín, según sus propias palabras “para darle una verdadera dimensión a la democracia y no reducirla a un mero acto eleccionario . Con esa lógica, durante la campaña también hizo hincapié en algunos conceptos que se desprenden del mismo apotegma: “Con la democracia se come, se educa y se cura .

A contramano de lo que muchos creían, las referencias hacia Alfonsín se multiplicaron más allá de la campaña, incluso traduciendo algunas de esas reseñas en propuestas concretas como la lucha contra el hambre, la nave insignia del gobierno dentro de sus programas de inclusión. Esto evidenció que no se trató de una estrategia electoral para sumar voluntades y/o dirigentes de ese espacio, sino más bien de una íntima convicción. ¿Acaso es contradictorio para un peronista? ¿O significa -ni más ni menos- que la evolución político-partidaria de los intérpretes acerca de los ejes programáticos en los que deben estar de acuerdo peronismo y radicalismo?

Como concepto general, y más allá de la pertenencia partidaria de cada uno, ¿alguien puede oponerse a la soberanía política, la independencia económica y la justicia social? Al mismo tiempo, ¿Se puede estar en contra del apego a la institucionalidad y la división de poderes?

Son cuestiones esenciales que caracterizan los preceptos básicos de ambos partidos pero que, actualmente, se cruzan de modo transversal por la metamorfosis en la demanda de sus propios adeptos. Seguramente, Alberto Fernández haya entendido eso más allá de la urgencia electoral. ¿Será su estrategia de emancipación del kirchnerismo duro como parte de una construcción más amplia a futuro?

Entendiendo la política como algo dinámico, e invocando un viejo adagio peronista que dice que “hay que subirse a la ola de los tiempos y adaptarse a las necesidades de cada momento , puede que el jefe de Estado se esté preparando para la lucha de poder interno que lo ¿confrontará? con el otro proyecto, el de Cristina Fernández y La Cámpora.

A juzgar por uno de los principales criterios políticos que impulsó Néstor Kirchner, de quien Alberto Fernández se declaró siempre su discípulo, no debiéramos asignarle tanta importancia a las declaraciones del presidente, pero sí a sus acciones. "No miren lo que digo, miren lo que hago", repetía el extinto jefe del kirchnerismo.

Si nos ceñimos por aquella enseñanza de Néstor, la sumisión de Alberto a Cristina resulta un hecho insoslayable en cuanto a las decisiones políticas, que ahora también se cristalizan a través de la distribución de poder en los ministerios loteados. Esa cesión de derechos en pleno otorgada a su vicepresidenta, ¿será parte de su táctica pacífica para no implosionar la coalición ahora y dejar las disputas para el año electoral?

Como sea, el escenario actual arroja algunas señales para avizorar que en el horizonte se avecina una dicotomía inexorable que puede concluir de dos maneras; con la continuidad del poder omnímodo por parte del kirchnerismo, o con un cambio gradual impulsado por Alberto hacia el final de su mandato, buscando imponer un proyecto propio, más horizontal y menos verticalista que en el peronismo clásico, que incluya la adhesión de buena parte del arco político para dejar atrás el purismo k. Ese purismo que hoy gobierna de hecho y que sólo se dejó de lado para ganar las elecciones y volver al poder.