Volver a los 60, volver al Fondo

La discusión económica nos lleva -sin que muchos parezcan darse cuenta- a un escenario muy lejano, pero no menos conocido de la Argentina. Estamos de nuevo en los 60/70, años de frecuentes shocks externos sobre una economía manejada torpemente en materia fiscal y monetaria, con periódicas crisis de balanza de pagos. Una economía de baja productividad que requiere inyecciones de grandes cantidades de recursos -típicamente en el sector petrolero- para salir por un rato del estancamiento. Una economía que requiere la ayuda del Fondo Monetario para encarrilarse a través de un stand-by. Hemos vuelto a los problemas de siempre.

Un programa de corrección para encarrilar la economía requeriría un cambio de precios relativos, con una mejora en los precios de los transables respecto de los no transables. El problema además es que algunos no transables (tarifas) también deberían ser ajustados fuertemente respecto de otros precios (no el tipo de cambio). Y para colmo hay una represión generalizada de precios de servicios privados (incluyendo salud y educación).

En otros términos, casi todo el mundo quiere subir sus precios respecto de todos los demás. En esta situación se corre el riesgo de que todos los precios se dupliquen para que nada cambie, o que sólo se logre una mínima corrección para algunos valores relativos. Suena anticuado, pero ese es un escenario de inflación estructural en el que podemos terminar en diferentes equilibrios: senderos que llevan a una configuración de precios pro-crecimiento en una economía más abierta y baja inflación (luego de la corrección), o senderos que llevan al estancamiento en una economía más cerrada y con muy alta inflación. Por lo tanto se requiere un programa económico que guíe el ajuste de precios relativos a riesgo de que todo termine por ser mucho ruido y pocas nueces.

¿Qué cambios requiere la economía real para sostener un cambio de precios relativos, aparte de volver a la normalidad? El atraso cambiario es reflejo de un alto nivel de gasto público (el problema es el nivel del gasto, no sólo el déficit fiscal), por lo que para cambiar la relación transables a no transables se requiere definir un sendero de reducción del nivel real de gasto público. Las restricciones políticas dirán si dicha caída del gasto se hace por el lado de la inversión o del gasto en salarios y bienes y servicios, pero sin una baja del gasto no habrá espacio para los transables. El método preferido de ajuste real del gasto ha sido el recorte de la inversión -utilizado en los últimos años por las provincias, Buenos Aires especialmente- para minimizar el costo político en el corto plazo, a riesgo de maximizarlo a mediano y largo plazo por el deterioro de la infraestructura. Hay mejores métodos -reestructurar el sector público- pero ello requiere un programa de mediano plazo, y necesita financiamiento por múltiples motivos.

Salir del corto plazo requiere además reconocer que la corrección de precios relativos y la reducción del gasto público deben ir de la mano de una reducción del costo laboral (salarios con impuestos y costos regulatorios). Adelanto salarial y atraso cambiario son miradas duales de la misma cuestión. Así como el tipo de cambio real bilateral contra el dólar -ajustado por las inflaciones en USA y Argentina- muestra un deterioro significativo, hay un salto notable del costo laboral. Los costos laborales unitarios -es decir, tomando en cuenta las ganancias de productividad que hubo en Argentina- están entre 70 y 80% por sobre los niveles de Convertibilidad, y ni siquiera los más eficientes resultan competitivos. Ello se refleja en la caída generalizada de los volúmenes exportados y ya no alcanza con reducir aquí y allá las retenciones que proliferaron en la época de vacas gordas.

Enfrentada la nueva Administración a esta colección de problemas pasados de moda, puede intentar romper la monotonía de la decadencia encarando reformas de largo plazo. Dependiendo de la profundidad, extensión y secuencia adoptada, ello puede llevar a una mayor contracción que podría suavizarse con el respaldo de la comunidad internacional: eso es volver al Fondo.

Hay otro escenario que sin embargo merodea en las planillas ofrecidas a los candidatos: aquél en el que se consigue financiamiento de gobiernos o voluntario (a tasas elevadas) que permiten acotar las reformas y correcciones a un mínimo. Por ejemplo, un programa que estabilice el elevado déficit fiscal con ajustes tarifarios, recortes de la inversión y que consiga financiamiento para mantener el nivel real del gasto corriente. Un plan todos contentos (parecido al menú chino). Un equilibrio bajo, que como en los 60 y los 70 nos lleva, tarde o temprano, a encarar nuevos ajustes.

Veremos qué tipo de programa propone la nueva Administración, uno de corta mira que minimice el costo político sin corregir desequilibrios mayores, o uno más ambicioso que esté dispuesto tomar los riesgos de cambio. El primero tarde o temprano colapsa o se convierte en una sucesión recurrente de programas de ajuste. Para diciembre sabremos si hemos consagrado una Administración que encara los problemas, o entramos en loop.

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