Una rebelión inesperada

En el año 2007, José Alperovich fue reelecto con el 78% de los votos. La segunda fuerza obtuvo el 3%. En el año 2011, Alperovich consiguió su tercer mandato con el 68%. La segunda fuerza solo logró el 14. Todavía no se conoce el resultado definitivo de las elecciones del domingo. Si las cifras oficiales se confirman, esta vez la diferencia se habría reducido a catorce puntos. Pero puede ser aun más exigua. O sea que la primera novedad que ocurrió en Tucumán este fin de semana es que una democracia con partido único se transformó en una democracia competitiva con perspectivas de alternancia, y con distritos muy significativos ganados por la oposición.

Esa diferencia de 14 puntos se explica en parte -¿marginal? ¿definitoria?- por una serie de prácticas que quedaron documentadas. A tal punto fue así que la propia junta electoral suspendió el escrutinio provisorio cuando aun faltaban contar los votos de una de cada cinco urnas. En un hecho muy grave, el auto de un camarógrafo que documentó la descarga de bolsas de comidas en una unidad básica fue cruzado por dos motociclistas. Cuando decidió bajar del auto con la cámara encendida, lo golpearon, lo derribaron, y le patearon la cabeza hasta que quedó prácticamente inconsciente. Patearle la cabeza a un periodista no debería ser una práctica tolerada así, como si nada, en una sociedad democrática. Con el correr de las horas se multiplicaron hechos irregulares como quema de urnas -algunas de ellas atribuidas a la oposición-, golpes a un gendarme, falta de boleta y planillas truchas o duplicadas.

En todas las elecciones que se realizaron en este año, la palabra fraude no existió. Así ganara el peronismo disidente como en Córdoba, el PRO en la Capital, el radicalismo en Mendoza, el socialismo en Santa Fe, un partido provincial en Río Negro o el peronismo en Chaco, Salta, Tierra del Fuego o La Rioja, las fuerzas opositoras aceptaron el resultado. Ni el Frente para la Victoria ni las diversas oposiciones le negaron legitimidad al triunfo de sus adversarios. En Tucumán las cosas fueron muy distintas. Y, ante las irregularidades, el lunes, miles de personas concurrieron a la plaza central de la provincia para pedir transparencia. Para quienes creen en la democracia, esa es una gran noticia: una sociedad se moviliza para pedirle explicaciones a un poder concentrado y extendido en el tiempo. Para quienes están acostumbrados a controlar todo, es un episodio angustiante. Tanto fue así que no lo aguantaron y la policía empezó a reprimir baleando, entre otros, a dos niños.

En Tucumán y en los medios nacionales, todo eso que ocurrió fue prolijamente omitido por la prensa y los canales oficialistas. El canal 10 de la provincia, a esa hora, transmitía el programa de Marcelo Tinelli. Al día siguiente, los diarios oficialistas utilizaban terminología de otra época: hablaban en sus títulos de "incidentes" en una "marcha opositora". También lo hizo José Alperovich, el gobernador cuya fuerza policial ejecutó la represión. Alperovich sostuvo que durante sus ocho años de Gobierno se ocupó de garantizar la libertad de protestar, descargó responsabilidades hacia la policía que conducía o debía conducir y sostuvo que no le gustan los "excesos". La utilización de esa palabra remite, para cualquier persona politizada, a la justificación de la represión ilegal de la dictadura militar. De haberla pronunciado, por ejemplo, Mauricio Macri, todo el arco de derechos humanos lo hubiera repudiado. Como Alperovich es kirchnerista, callan. Es un clásico.

No es cierto que Alperovich haya garantizado la libertad de protesta durante su gobierno. En la primera quincena de diciembre de 2013, en casi todas las provincias, la policía se acuarteló en reclamo de mejores salarios. En ningún lugar, murió tanta gente como en Tucumán. Alperovich acordó con las fuerzas policiales. Cuando una parte de la ciudadanía apareció en la plaza central de la ciudad para protestar, los policías los reprimieron, con la misma furia que esta semana. En esos días, al menos catorce argentinos perdieron la vida. Mientras eso ocurría, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, celebraba el Día Internacional de los Derechos Humanos, y bailaba junto a Moria Casán sobre una tarima en plaza de Mayo. Ni entonces ni ahora, Cristina repudió el accionar de la policía de Alperovich.

Quienes sí lo hicieron, el martes por la noche, fueron muchos tucumanos, que concurrieron a la misma plaza de la Ciudad para denunciar la represión. Cuando la policía lastima a las personas, es bueno que mucha gente se rebele, denuncie lo que ocurre, no se calle. Naturalmente, a algunas personas eso les molesta porque solo conciben las marchas convocadas y organizadas desde el Estado.

José Alperovich y Beatriz Rojkés, la pareja gobernante en Tucumán durante los últimos ocho años son dos multimillonarios. Los emprendimientos comerciales de la familia Alperovich incluyen varias concesionarias de autos, otra de camiones, una de maquinaria agrícola, un hotel en el centro de la capital tucumana y una empresa constructora con proyectos exclusivos como el complejo Terrazas Village. En 2009, José Alperovich admitió ser un productor sojero, con campos en Tucumán, Santiago del Estero y Salta. Quien descrea de esta enumeración podrá ver en internet las curiosas imágenes del viaje que realizaron por Abu Dhabi en las vacaciones de invierno del 2013. Se los ve, felices, montados ambos sobre un camello en medio del desierto. En una grabación, la senadora presume de hospedarse en un hotel, el Emirates Palace, cuyo costo diario ascendía a los u$s 20 mil.

En marzo de este año, la senadora recorrió algunos lugares de su provincia que habían sido inundados. Un poblador le cuestionó la falta de ayuda, ella le gritó, él le respondió: "Bueno lo que pasa es que usted tiene una mansión". La frase de la senadora para responderle fue muy elocuente:

-Yo tengo diez mansiones, pero estoy acá, vago de mierda.

Mirar ese documento ayuda a entender la esencia de la diferencia de clases en algunas provincias del Norte del país.

En el plano político, Alperovich llegó a controlar 44 de las 48 bancas de la legislatura provincia, 17 de las 18 intendencias y 8 de las nueve bancas de diputados nacionales que le corresponden a la provincia. Más de la mitad de la Corte fue designada por Alperovich. En el libro El zar tucumano, los periodistas José Ignacio Sbrocco y Nicolás Balinotti detallan la manera en que crecieron los negocios de los Alperovich y su grupo de empresarios más cercano gracias al control del Estado. Lo que se dice, la suma del poder público. ¿A qué le temen tanto los que lo defienden aun después de la represión del lunes? ¿qué tendrá que ver todo esto con el famoso proyecto?

Es difícil calificar de un plumazo una situación que, seguramente tiene múltiples aristas, algunas de ellas muy complejas. Pero lo que ocurre en Tucumán parece, a primera vista, un atisbo de rebelión de un sector de la sociedad civil contra un poder abusivo. El ruido que levanta todo esto a nivel nacional seguramente será más efímero que los efectos sobre la sociedad tucumana. Los candidatos opositore que pretenden resolver por la vía tucumana sus problemas nacionales tal vez sean defraudados.

Cuando este tipo de rebelión ocurre, los afectados, o sus aliados, intentan deslegitimar la protesta vinculándola a un poder extranjero -los rusos, los yanquis, lo que sea-, o vincularla a una conspiración en marcha. La senadora Rojkés denunció que "vienen por la legitimidad democrática". El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, sugirió que se trataba de una conspiración de la CIA. El periodista Víctor Hugo Morales enmarcó todo en una conspiración de Clarín. Lo único que había ocurrido es que en una provincia argentina, miles de personas manifestaron pacíficamente para defender su voto que, según entendían, estaba siendo robado. Y luego volvieron a manifestar para que la policía no los lastimara por protestar. Eso -personas que reclaman más democracia y menos represión- molesta a quienes quieren una sociedad en silencio. Nada nuevo bajo el sol.

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