Un freno para la inserción externa

Las exportaciones argentinas crecieron 5% en 2018 mientras en Latinoamérica avanzaron casi 10%. Mas allá de problemas climáticos, esa diferencia no fue una excepción en la que Argentina no acompañó el dinamismo regional.

Desde el inicio del siglo XXI las exportaciones de Paraguay crecieron 1.486%, las de Perú 594%, las de Bolivia 515%, las de Ecuador 362%, las de Brasil 335%, las de Chile 314% y las argentinas apenas se elevaron 133% (solo las venezolanas crecieron menos).

Las razones de nuestra debilidad comercial externa son varias: inestabilidad macroeconómica -que ha hecho que siendo el país de mayor devaluación de su moneda en ese lapso sea uno de los dos de menor alza en sus exportaciones-, dificultad en el acceso a mercados en relación con sus competidores por escasez de políticas internacionales, problemas locales burocráticos, regulatorios o mesoeconómicos, etc.

Ante la nueva búsqueda de fuerza exportadora ahora Argentina tiene un inconveniente (entre varios): cuenta con muy pocas empresas que han desarrollado una maduración internacional suficiente como para enfrentar lo que Richard Baldwing llama la Globalización 4.0. Ésta no se explica ya por el mero comercio internacional de bienes sino que se apoya en alianzas de gestión y vínculo permanente entre empresas a través de la comunicación constante desde diversos lugares del mundo, en procesos de generación y transmisión de conocimiento productivo, de toma de decisiones en alianzas, de participación en cadenas trasfronterizas y de constante adaptación a cambios urgentes en las cualidades de los mercados.

Como la competencia en el planeta ya no se efectúa a través de mejores productos sino de empresas que participan de procesos integrados transfronterizos, lo que más se globaliza hoy son las negociaciones, la información, la toma de decisiones y el conocimiento, aun el que las estadísticas no reconocen como exportación porque sin tener precio fluye a través de las tecnologías de comunicación entre unidades productivas y con enorme valor económico (mientras el comercio de bienes en diez años se duplicó, el flujo de datos creció 40 veces).

Por eso el stock de inversión extranjera acumulada en el mundo supera 31 billones de dólares (en este terreno dominan los Estados Unidos, con mas de 7 billones en el exterior, duplicando el monto acumulado por China y superando -ambos- a los países europeos que les siguen en relevancia). Ahora bien: según UNCTAD, la inversión de empresas argentinas en el exterior creció en los últimos 20 años 155% y suma 40.942 millones de dólares. En ese lapso las inversiones en el exterior de empresas chilenas crecieron 2.330% y hoy llegan a 124.280 millones de dólares. A su vez las de empresas brasileñas en el exterior crecieron 695% y hoy suman 358.915 millones de dólares. Por su parte, las de empresas colombianas crecieron 2.832% y hoy suman 55.930 millones de dólares. Y las de empresas mexicanas crecieron 3.280% y hoy llegan a un stock de 180.057 millones de dólares. Hace 20 años las inversiones de empresas argentinas en el exterior representaban el 21% de todas las inversiones de empresas sudamericanas fuera de sus países, mientras hoy representan 6,5% del total.

Lo que ha ocurrido en el mundo es que las empresas se han globalizado y utilizan el comercio (exportaciones e importaciones) como un recurso más en medio de acuerdos estratégicos, inversiones, deslocalizaciones, creación y reparto de conocimiento. Y Argentina no ha acompañado la tendencia.

Los avatares locales no influyen solo en lo local. Devaluaciones, defaults, afectaciones de contratos, sobreregulaciones, inflación, desarreglos macroeconómicos, todo afecta a los actores económicos. Recuperar dinamismo internacional, entonces, no será solo llevar empresas y productos al mundo, sino que requerirá recomponer condiciones para la participación en el escenario global de actores productivos a través de las complejas vías de la constante globalización.

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