Un cambio político que parece posible

Muchos auguran que una década en la que el predominio de la izquierda se instalara en América Latina puede estar llegando a su fin. Casi sin excepciones, la región malgastó -envuelta en el populismo-una oportunidad de oro en la que los términos de intercambio le fueron altamente favorables. Como nunca en la historia. El caso más desgraciado ha sido claramente el de Venezuela, hoy dividida y quebrada, en manos del autoritarismo.


Pero también la Argentina y Brasil desaprovecharon la oportunidad que los inusualmente altos precios de las materias primas les presentaban para crecer sanamente. Ambos países quedaron, por ello, sumergidos en la recesión y en una situación en la que un cambio de rumbo luce imprescindible. Argentina ya lo materializó. Brasil lo sueña y madura.


Haciendo un primer balance de lo sucedido en la última década hay por lo menos dos cuestiones de envergadura sobre las que cabe empezar a reflexionar. La primera es la que el periodista Carlos Pagni acaba de poner sobre la mesa en una nota publicada en España. Tiene que ver con la evidencia, nos dice, que los gobiernos de la izquierda vernácula de Argentina, Brasil y Venezuela se vincularon no sólo por lazos ideológicos, sino que montaron una verdadera "red de corrupción regional". "Envueltos en la bandera de una ideología estado-céntrica, que defiende las regulaciones y subsidios en nombre de la justicia social, Brasil, Argentina y Venezuela utilizaron las relaciones exteriores para montar un entramado de negocios ilegales", afirma, agregando "la extensión de esa urdimbre está aún por conocerse".


La segunda es distinta, no es escandalosa pero puede tener una importancia estructural enorme. Particularmente para la Argentina. De alguna manera la anticipó Dante Caputo cuando, en una nota de abril pasado, en La Nación, señaló que "el éxito de Macri en el gobierno podría gestar la fundación de una formación política de centro derecha, capaz de ganar elecciones. Un hecho que no existe en la Argentina desde 1916". Si así fuera, adelanta, "las brisas de la modernidad soplarían en nuestras llanuras". Su observación tiene gran peso. No sólo lo sucedido en la Argentina, sino también la profunda crisis venezolana confirman lo señalado por nuestro ex Canciller.


Nuestro país ciertamente no ha tenido partidos moderados, realmente de centro, capaces de competir eficazmente en las elecciones. El predominio del peronismo parece haberlo hecho imposible, dejando a esa posibilidad sin rincones en la escena política.


En cambio, en Chile, Colombia y Uruguay, el centro estuvo presente como opción electoral real. Para ello las fuerzas de centro han incorporado a la defensa de los valores tradicionales las opciones asistencialistas que las sociedades contemporáneas reclaman, desde la sensatez naturalmente. Ocurre que para el Estado las políticas sociales son un requerimiento indispensable. Y se trata de saber llevarlas eficazmente adelante, sin por ello caer necesariamente en el populismo o en el clientelismo. Sin que lo social sea un negocio político. Ese es el gran desafío de nuestros tiempos.


Si esto se comprende, la opción moderada podría afincarse en nuestra política. De lo contrario, seguiremos extraviados. El Pro y la Unión Cívica Radical tienen en esto, ambos, la palabra. A la manera de arquitectos de un nuevo universo.


Se trata de avanzar con el discurso tranquilo que ya ha comenzado a aparecer. Desterrando la corrupción. Y enfrentando con decisión las cuestiones sociales más urgentes. Particularmente aquellas que evidencian injusticias que, identificadas, pueden resolverse con una gestión adecuada. Con el aporte de quienes están mejor dotados para enfrentar con éxito esos desafíos. Provengan, o no, del mundo de la política, que debería querer y poder incorporar a los más capaces, aunque ellos no necesariamente provengan de su seno.


Cuando todavía el esfuerzo se concentra en las urgencias inmediatas que se vinculan con la necesidad reequilibrar a un país saqueado y desarmado caprichosamente, al que se la ha mentido sin descanso, las acciones y el pensamiento deben también apuntar al mediano plazo. Lo que supone la construcción de una nación con opciones políticas con estabilidad y contenido, por oposición a vehículos vacíos, capaces de adoptar las visiones más encontradas en función de las coyunturas que de pronto aparecen. Eso sería aprovechar la oportunidad que se abre para madurar políticamente, de una buena vez.

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