Trump apunta a China para su reelección

La semana pasada en las primeras encuestas electorales nacionales en los Estados Unidos el candidato demócrata Joe Biden aventajaba por nueve puntos al actual presidente Donald Trump. En otras encuestas, el 54% rechazaba la gestión del primer mandatario, incluyendo una caída en el apoyo del 15% de su electorado evangélico y el 27% del católico blanco.

Si a esto se suman los más de 120 mil muertos por la pandemia; el colapso económico; la disparada en la tasa de desempleo y la ola de marchas raciales tras el asesinato de George Floyd, el cuadro electoral que se avecina se presenta complicado para Trump.

A cuatro meses de la votación, Trump tendrá el coronavirus  apuntándole: según una encuesta de Reuters-Ipsos sólo 37% aprueba cómo manejó la pandemia. Sobre esto, 58% de los estadounidenses –incluyendo 37% entre los republicanos — desea que su ex asesor en seguridad nacional John Bolton declare sobre sus acusaciones que Trump solicitó ayuda a China para vencer en las elecciones y que condicionó la ayuda a Ucrania a que investigue a Biden y a su hijo.

El legado Nixon

En su estrategia electoral, Trump señala que un elemento clave será radicalizar la retórica contra China contraponiendo los valores que EE.UU. identifica como base de su excepcionalismo en el mundo.

Así, mientras muchas de las críticas que recibe Trump actualmente se basan en una mirada desde afuera de lo que está sucediendo en estos momentos en Estados Unidos, Trump parece procurar obtener suficientes votos apuntando a elementos de la raíz formativa del país. En ese sentido, el historiador Greg Grandin en su libro de 2019 sobre el muro que pretende erigir en la frontera con México argumentaba que no era claro que al elegir a Trump el país hubiera elegido a alguien totalmente ajeno al ser estadounidense o a su corporización más profunda.

Bajo este dilema adquiere sentido la advertencia del profesor de política y relaciones internacionales en la Universidad Metropolitana de Londres Andrew Moran acerca de que las manifestaciones raciales pueden no tener un gran impacto electoral, si se considera que la comunidad negra representa 12.5% del total—que, además, considera que Trump ya debe suponer que no lo votarán.

Apostando a la polarización, Trump está enfocando en su propia base electoral, compuesta principalmente por ciudadanos conservadores de ingresos medios blancos, evangélicos y portadores de armas. Al presentar un enfoque de las protestas raciales por medio de su retórica de necesidad de garantizar “la ley y el orden preserva un elemento esencial de la visión de la nueva derecha del país (Alt-right) estructurada originariamente por los discursos de Richard Nixon en los 70 contra las manifestaciones pacifistas y raciales de la época en nombre de la “mayoría silenciosa , expresión que Trump también utiliza.

Así, para Trump incorporar la agenda racial en lugar de estar fortaleciendo sus chances electorales, las puede estar debilitando. Para que la cuestión racial sea un elemento realmente decisivo en las elecciones, tendría que serlo para parte expresiva del electorado blanco — lo que implicaría una transformación muy profunda en la sociedad estadounidense no verificado hasta ahora, 150 años después del fin de la esclavitud.

En cambio, al basar su estrategia electoral en la amenaza china, haciéndola responsable por los infortunios en la economía y en el empleo del país, Trump estaría continuando un camino que lo mantenía con grandes chances antes de los sucesos de los recientes meses. En abril pasado según el Centro de Investigación Pew, dos tercios de los estadounidenses veía a China como rival del país, 20% más que en 2017. En The New York Times se informa que, independientemente de su filiación política, los estadounidenses tienen sentimientos negativos contra China, principalmente por cuestiones de robo de tecnología y empleos. Este consenso también es compartido por los dos partidos políticos.

Así, el discurso anti-China de Trump tuvo éxito en lograr que la visión negativa del rival asiático se encuentre en su nivel más alto en décadas. Implícitamente cuando no en forma directa, esa retórica está anclada en conformaciones íntimas del ser estadounidense que se sostiene en un ideal de país excepcional en el mundo.

El rótulo América Primero, bajo el cual Trump basó su campaña electoral anterior y que nortea su gestión, es más que la renovación de una expresión que los republicanos utilizaron un siglo atrás: señala el entendimiento renovado desde el Siglo XVII que Estados Unidos debe ser el guía del resto del mundo. En términos actuales, significaría ser la única superpotencia en el mundo, sin rival económico o militar.

La política exterior como política interior

El historiador de Harvard James Loewen afirma que los estadounidenses poseen lo que define una “versión Disney de su propia historia, una visión de fantasía que es enseñada en las escuelas en la cual EE.UU. es presentado como un actor moral contra comportamientos corrompidos de los demás países. Similarmente, Wilber Caldwell afirma que los estadounidenses están expuestos - casi desde su nacimiento - a una cepa de nacionalismo particularmente virulento basado en una fe inquebrantable en la superioridad y singularidad nacional que está profundamente arraigada en sus mentes.

Trump al acusar a China de haber omitido información sobre el control de la pandemia de coronavirus, y a la Organización Mundial de la Salud de haber actuado de manera ineficiente y complaciente con China por ser "títere chino", refuerza esa visión arraigada en los estadounidenses.

En particular, porque un elemento clave de la misma desde su inicio fue considerarse como ‘pueblo elegido’ pacífico que, no obstante, debe enfrentar enemigos para realizar su misión moral en el mundo. Así, “China al ocupar el lugar que antes fue de los nazis, los soviéticos y del “Eje del mal , se revela como una fuerza electoral importante.

En la misma tónica se ubica la retórica de Trump de que el resto del mundo viene abusando de la bondad de Estados Unidos y que lo ha llevado recientemente a retirar casi 10 mil soldados estacionados en Alemania, desde la segunda guerra mundial, como presión para que los europeos pasen a aumentar su parte de los gastos de defensa de la OTAN de los que EE.UU. se hace cargo. Similarmente, Trump viene cuestionando las organizaciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio o la propia OMS.

La forma tempestuosa de Trump al avanzar en estas cuestiones no debe dejar de ver que existe una clara estrategia de cercar a China, aproximándose firmemente a los principales países del espacio asiático inquietos por la excepcional transformación de China en las últimas décadas, como es el caso con India, Australia, Japón y Corea del Sur, e incluso hasta proponer tener mejores relaciones con Rusia. Este camino geopolítico parece ser más sólido que el de las confrontaciones económicas y comerciales con China dado que el discurso de desconectar ambas economías resulta más fuerte en la retórica que en su implementación concreta. En distintas formas de difusión informativa en EE.UU. se señala que el efecto de aumentar los costos de entrada de productos chinos al país es aumentar el precio de esos bienes para el consumidor estadounidense. Por otro lado, la retaliación china apunta a cerrar importaciones agrícolas golpeando a un sector importante de la base electoral de Trump.

Biden, el candidato chino

Un memorando de 57 páginas recientemente filtrado, escrito por el estratega republicano Brett O'Donnell, corrobora la versión de que China será utilizada ampliamente por la administración Trump como estrategia de campaña presidencial y distracción de posibles errores del gobierno federal en la gestión de la pandemia. El memorándum recomienda además que los senadores del partido ataquen a Beijing y eviten mencionar a Trump en sus manifestaciones. La senadora republicana de Arizona y candidata a la reelección este año, Martha Mcsally, recientemente siguió la estrategia al pie de la letra, culpando a China por las muertes en todo el mundo por la propagación del nuevo coronavirus, y también anunció que "nunca se debe confiar en los comunistas".

El memorándum en cuestión refuerza la percepción de que la campaña republicana de 2020 será chinocéntrica, y el presidente intentará en todos los sentidos incitar a su pueblo a ver que solo Trump, y no Biden, tendrá la fuerza para restaurar la prosperidad económica de Estados Unidos "robada" por China. En este sentido, las campañas con las palabras: "Jon Biden es bueno para China pero malo para los Estados Unidos" ya están circulando en el país.

Con una postura más firme hacia China, Trump puede afirmar ante la sociedad estadounidense que Beijing ciertamente preferiría al débil demócrata Joe Biden en la presidencia para imponer sus deseos geopolíticos en el mundo a expensas de la economía, el empleo y el poder estadounidense. Las próximas elecciones estadounidenses, por lo tanto, tienden a ser una vez más un nuevo referéndum sobre el excepcionalismo norteamericano contra China. Y Trump, para ganar las elecciones, ciertamente invertirá en la radicalización de este discurso anti-chino. Su slogan: China está desesperada que gane Biden

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