Tecnologías que ayudan y tecnologías que destruyen
La sociedad está cambiando. Las empresas están cambiando. La "omnitecnología" propende a ese cambio. Los políticos se hacen eco. Como demuestra la Historia, el resultado en el largo plazo será para mejor; en el corto plazo es incierto.
En su libro "Identidad, la demanda por dignidad y la política del resentimiento" Francis Fukuyama sostiene que hay en estos últimos años un deterioro de la calidad de las democracias occidentales.
Estados Unidos, Gran Bretaña e Italia, entre otros, son representaciones de una tendencia que él caracteriza como "populismo nacionalista". Resulta de la captación por parte de líderes populistas de porciones significativas de la ciudadanía que expresan sus preferencias electorales sumidas en un gran resentimiento derivado de la "pérdida de identidad".
Pérdida de identidad resultante de factores de orden económico que han impactado negativamente los ingresos de las capas más bajas. Desde mediados de la década de los '70 a mediados de la primera década de los '00 se produjo un gran desarrollo en la interdependencia entre países que conocemos como la globalización. Durante este período, el crecimiento del comercio internacional gatilló una mayor prosperidad global.
Sin embargo, en las "democracias capitalistas" esta dinámica no benefició a todos por igual. En el mundo desarrollado se incrementó la inequidad debido a que los más beneficiados de la transformación global fueron aquellos con mayor nivel de educación. El trabajo que realizaban las clases más bajas, particularmente en manufacturas se fue desplazando incrementalmente de Europa y EE.UU. a Asia, los trabajadores de bajas habilidades fueron progresivamente reemplazados por la automatización, en las manufacturas como en los servicios, mientras que en paralelo se incorporó al mercado de trabajo un flujo significativo de mujeres e inmigrantes.
En números: en los últimos 40 años, en EE.UU., el producto bruto creció 150%; los ingresos del 1% de la gente empleada, el 200%, mientras que sólo creció el 30% para el 90% de los empleados.
La brecha de ingresos, educativa, social, el desarrollo de las redes sociales, el resentimiento al que se refiere Fukuyama y el natural cambio de posicionamiento frente a las cosas de las generaciones más jóvenes está produciendo efectos.
En la política ya se ha reflejado en las decisiones electorales. En las elecciones de 2016, Hillary Clinton recibió un 26% más de votos que Donald Trump en los 50 condados más educados de EE.UU., mientras que éste obtuvo un 31% más de votos en los 50 condados con menos educación. Asimismo, en Europa aquellos países donde han progresado los nacionalismos son aquellos que han estado más expuestos a la automatización.
Sólo la mitad de los estadounidenses nacidos en 1980 consideran estar mejor económicamente que sus padres en comparación con un 90% de aquellos nacidos en 1940. Dos tercios no confían que la próxima generación estará mejor que la actual.
Entre las empresas el panorama también está comenzando a cambiar. El CEO de Blackrock, uno de los más grandes administradores de activos del mundo, se mostró públicamente a favor de la noción de que las corporaciones deben perseguir un propósito, así como, o más allá, de las ganancias para los accionistas. Bill Gates hizo pública su idea de que los gobiernos deberían gravar el uso de robots por parte de las compañías como una forma de desacelerar temporalmente la propagación de la automatización y financiar nuevos de empleos.
Los trabajadores jóvenes esperan trabajar en compañías que reflejen sus valores. Creen que las empresas deberían servir a las partes interesadas (stakeholders) tanto como a los accionistas. Sus valores incluyen ofrecer un buen valor a los clientes, apoyar a trabajadores con capacitación, ser inclusivo en cuestiones de género y raza, tratar de manera justa y ética a los proveedores, apoyar a las comunidades en las que trabajan y proteger el medio ambiente.
Entre los jóvenes estadounidenses, el socialismo es cada vez menos una palabra tabú. De acuerdo con una encuesta del Pew Research Center, entre la gente de 18 a 29 años la apreciación positiva del capitalismo tiene la misma medida que aquella sobre el socialismo.
El año pasado, empleados de Google obligaron a la empresa a dejar de proporcionar al Pentágono tecnología para ataques con aviones no tripulados y Amazon, por su parte, se enfrentó a la presión de sus empleados sobre la continuidad de contratos con compañías petroleras.
Algunos políticos están tratando de receptar estas tendencias. La senadora Elizabeth Warren, una de las principales candidatas a la nominación presidencial demócrata, sostiene que el ser una gran empresa es un privilegio, no un derecho. Y aboga para que las grandes compañías estadounidenses tengan en sus estatutos disposiciones que los obliguen a preocuparse por los stakeholders.
Estamos en un proceso de cambio y hay un factor subyacente que está generando las reacciones ya expresadas. Adaptando la famosa expresión del ex presidente estadounidense Bill Clinton: ¡Es la tecnología, estúpido! ¿Todas las tecnologías? No todas. Lo que está cambiando los modelos de pensamiento es el rápido paso de las "tecnologías facilitadoras para el trabajo" a las "tecnologías destructoras de trabajo".
Las tecnologías facilitadoras son aquellas que hacen que las personas sean más productivas en las tareas existentes o crean trabajos completamente nuevos para ellas. Son ellas tecnologías de altísimo impacto como las máquinas y herramientas avanzadas, la robótica básica, las computadoras y sus softwares y el desarrollo de las comunicaciones. Son éstas las tecnologías que se desarrollaron a partir de los ochenta y que aún hoy están creando oportunidades de mejora de la cantidad y calidad del trabajo.
Las tecnologías destructoras de trabajo que comenzaron a desarrollarse desde los 2000 y llegan hasta nuestros días con componentes incrementales de algoritmos, robótica avanzada, sensores e internet de las cosas, son las que llevan al 85% de los estadounidenses a apoyar políticas que apunten a limitar el impacto de los robots. Hay estimaciones que calculan que 47% de los empleos en EE.UU. están a riesgo por estas tecnologías.
Si la historia sirve como antecedente y como puntualiza Benedikt Frey en su libro "The Technology Trap", refiriéndose a la primera revolución industrial: "Muchos trabajadores de aquella época, que vieron desaparecer sus medios de vida a medida que sus habilidades se volvieron obsoletas, seguramente habrían estado mejor si el mundo industrial nunca hubiera llegado.
A medida que la fábrica desplazó al sistema doméstico, los empleos tradicionales de ingresos medios se agotaron, la participación laboral en los ingresos disminuyó, las ganancias aumentaron y las disparidades de ingresos se dispararon. ¿Suena familiar? Pasó más de medio siglo hasta que la gente vio los beneficios del derrame de la Revolución Industrial. Si esto es "simplemente" otra revolución industrial, las campanas de alarma deberían estar sonando". ¡Y están sonando!