Sin libre comercio seguiremos condenados al fracaso

En Argentina hace falta un debate serio que explique porque desde hace casi 90 años y luego de haber alcanzado los más altos índices de ingreso per cápita y desarrollo dentro de las naciones del mundo hemos caído en una trampa que nos condena a perder posiciones entre las naciones más prósperas de la tierra.

El inicio del siglo XX nos encontró con una nación próspera y en constante expansión económica y cultural. En comparación con otras naciones, para el mismo período, el respeto de las libertades individuales y la posibilidad de progresar sobre bases sólidas hizo que Argentina se transformara, en términos relativos a su población, en la nación americana que mayor cantidad de inmigrantes recibiera, superando incluso a los Estados Unidos.

Debemos preguntarnos qué pasó para que una nación cuyo ingreso per cápita que se encontraba entre los primeros 10 o 12 lugares del mundo, es decir el 5% de los mejores, pasara a ocupar un lugar en el ranking cercano al 30%. Sin temor podemos afirmar que muchos países nos han aventajado, desde los albores del siglo XX, y de continuar persistiendo en el error, muchos nos seguirán aventajando en el futuro cercano.

El hecho estilizado que emerge como moneda común frente a este camino de zozobra es sin dudas el alejamiento de la libertad de comercio sumado a la creciente protección y regulación de los mercados por parte del Estado.

Para comprender el daño en nuestra sociedad del creciente control de los mercados debemos revisar algunos conceptos que nos permitan dilucidar por qué el librecomercio y no la protección paternalista del Estado determinan una constante disminución del bienestar.

1. La primera ventaja del librecomercio se asocia a la existencia de economías de escala asociadas a la especialización. Este concepto es dinámico y solo las señales emitidas por el mercado, en un sistema de precios, libre de distorsiones, permite determinar cómo, donde y cuando un país, una región o una ciudad deben especializarse en la producción de algún servicio o producto. Una de las creencias generalizadas en relación a esto es que muchos afirman que se produciría una especialización absoluta haciendo desaparecer a muchos sectores. La literatura y la existencia de costos marginales crecientes en la producción de bienes y servicios garantizan que la especialización absoluta es solo un temor de quienes no han leído demasiado en economía.

2. Las señales emitidas por el mercado, que determinan los patrones de especialización, se traducen en una mejor asignación de recursos. Es importante señalar que desde el punto de vista dinámico, una mejor asignación de los recursos, es decir hacia donde somos más eficientes, permite poder usar menos esfuerzo en la producción y utilizar el tiempo restante en mejorar nuestro bienestar. En otras palabras una asignación eficiente de recursos es un juego con resultados positivos que redunda en un aumento del bienestar.

3. Por otro lado, el intercambio comercial permite que podamos abastecernos de lo que deseamos entregando aquello en lo que somos eficientes y obteniendo productos y servicios donde no es posible lograr economías de escala.

4. La obsesión de los gobiernos de establecer barreras, tarifas y regulaciones sobre el mercado no hace más que determinar un nivel de precios relativos donde la asignación de recursos no es la más eficiente y condenar a la sociedad a vivir con un nivel de bienestar menor a que podrían tener sin restricciones.

5. La elección arbitraria del sector público al establecer “áreas estratégicas de desarrollo solo deja en evidencia la miopía de los gobernantes frente a la generación de riqueza haciendo pagar a los sectores eficientes por los sueños del burócrata de turno.

6. El sistema impositivo, al establecer distorsiones en el mercado determina un factor adicional de reducción del nivel de bienestar creando mercados que en libertad no existirían o serían despreciables. Para ejemplificar esto, podríamos decir que el exceso de regulación e impuestos determina un aumento de la demanda de profesionales que permitan eludir, evadir controles o comprar privilegios en este sistema regulado.  

Sin temor a equivocarme, la persistencia de estas distorsiones condena a nuestra sociedad a disminuir su nivel de bienestar perpetrando el círculo de creación de pobreza. Sin los incentivos adecuados, es decir aquellos que permitan a los individuos poder desarrollar su potencialidad y creatividad, nuestro país estará condenado al atraso y a la decadencia. Hasta ahora no ha habido evidencia que las cosas hayan cambiado para bien.
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