Retenciones al desarrollo

El día lunes se publicó en estas páginas una columna que abogaba por el aumento de las mal llamadas retenciones a las exportaciones que en realidad son un impuesto ya que no se devuelven ni se pagan a cuenta. El autor de la columna hacía foco en aquellas que gravan a los productos agrícolas argumentando que: a) la devaluación elevaba ingresos de exportadores, b) la baja de retenciones no elevó exportaciones y, c) la baja de retenciones disminuyó la recaudación. Es importante rebatir los falsos argumentos para luego analizar los derechos de exportación de forma acabada y finalmente el trasfondo real del problema.

Primero, las retenciones se cobran en pesos, con lo cual una devaluación de la moneda automáticamente incrementa los ingresos del fisco cuyos egresos que son jubilaciones y salarios también están nominados en pesos. Por otro lado, si bien los ingresos de los productores están pesificados (y por lo tanto subieron con la devaluación) toda su estructura de costos está dolarizada, con lo cual su utilidad en el momento inmediato se vio modificada mínimamente y a lo largo de una campaña el efecto devaluatorio es nulo en su utilidad.

Segundo y tercero, el autor argumenta que las exportaciones no aumentaron desde que se redujeron las retenciones (y agrego se eliminaron los ROE que prohibían exportar trigo, maíz, carne y leche) y por lo tanto no surtieron efecto y solo redujeron recaudación. Eso es falso. La voluntad de inversión en agricultura se mide por área sembrada (y tecnología invertida), no por cantidad de granos cosechada, en la cual clima influye y mucho. Desde diciembre 2015 el área sembrada de trigo casi se duplicó alcanzando 6 millones de hectáreas, mientras que de maíz creció un 60%. La inversión en fertilizante se incrementó en un 60%. Las exportaciones de carne se duplicaron. Omitir en el análisis que en los últimos dos años atravesamos primero una inundación descomunal y luego una sequía que se llevó el 30% de la producción de soja y un 17% de la de maíz es sencillamente inadmisible.

Dado que retirar impuestos y trabas a la exportación elevó significativamente la producción la recaudación se elevó. Como indica un reporte de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, la recaudación fiscal sobre la cadena del trigo creció en un 30% en la campaña 17/18 en comparación frente a la 15/16 para solo citar un ejemplo. El sistema impositivo se fue trasladando paulatinamente al impuesto a las ganancias para gravar utilidades y al IVA e Ingresos Brutos para gravar valor agregado y volumen de actividad. Continuando con el ejemplo del trigo, el experimento de la administración pasada no fue gratis: el desacople entre el precio mundial del trigo y el que se le pagaba al productor argentino (muchas veces la mitad) producto de retenciones y ROEs generó un desincentivo a la siembra que nos privó de sembrar millones de hectáreas durante 8 años y se perdieron exportaciones por entre 12 mil y 16 mil millones de dólares de acuerdo al modelo de estimación elegido.

Vayamos a lo conceptual sobre las retenciones. Los agronegocios (y en particular la agricultura) deben mirarse bajo el tamiz del largo plazo ya que siempre hay eventos catastróficos para los que hacer caja es clave. Las retenciones disminuyen ese potencial ahorro en los momentos de cosechas abundantes para poder enfrentar los años climáticamente ruinosos como el que acabamos de atravesar. En total tienen un quíntuple efecto: ya que su base imponible es la facturación y no la utilidad estas son regresivas al no discriminan ganadores de perdedores (como si lo hace ganancias), son pro-cíclicas ya que capturan mayor ingreso cuando peor le va al productor, castigan al productor más alejado del puerto y desmejoran la relación insumo/producto retrasando la inversión en tecnología. Además, dado que solo estos las tributan, discriminan a los agronegocios y aumentan el sesgo anti exportador de nuestra economía.

Argentina hace décadas es uno de los países menos exportadores del mundo: 13% de su PBI son exportaciones, mientras que el promedio mundial roza el 30%. Argentina necesita desesperadamente exportar más. El país tiene casi quince millones de pobres, el mercado interno no alcanza. No es suficiente para generar puestos de trabajo sostenibles en el tiempo desde lo económico, social y medioambiental.

Es necesario un giro de mentalidad de 180 grados: toda la actividad económica debe estar orientada al mundo y todo el sistema regulatorio debe estar focalizado en elevar la competitividad de los bienes y servicios para que puedan ser exportados. Todas las señales del mercado deben indicarles a los argentinos que si el producto de su trabajo es exportable serán mejor remunerados. Las retenciones no las pagan los productores, las pagan los argentinos con menos desarrollo.

Las retenciones están mal, exportar está bien.

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