Receta argentina: cuidado con mirarnos en el espejo de otro país

Últimamente escuchamos referencias a recetas aplicadas por otros países como la solución a nuestros males. El problema es que estas recetas se venden como si fueran indoloras, de resultados inmediatos y milagrosas. Nada más lejos de la realidad.

Hace unos meses se comenzó a hablar del "milagro portugués. Lo cierto es que la recuperación de la economía portuguesa en el año 2018 nada tuvo que ver con un milagro sino que fue producto de un ajuste fenomenal combinado con austeridad.

La quiebra de Lehman Brothers en 2008 gatilló la crisis en los países del sur de Europa (España, Grecia y Portugal). Portugal trató de evitar, en un principio, recurrir al financiamiento internacional y para ello implementó, sin éxito, varios planes de austeridad. Estos planes tenían como común denominador reducir el gasto social y militar, aumentar los impuestos a los ingresos más altos, congelar los salarios de los empleados del sector público, sobre todo los de funcionarios políticos, y privatizar bienes públicos, entre otros. El gobierno portugués buscaba reducir el abultado déficit fiscal. Sin embargo, en el año 2011 terminó solicitando un rescate a la troika (Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional, Comunidad Europea).

Portugal recibió cerca de 100.000 millones de dólares. Los ajustes se intensificaron con nuevos impuestos y suba de otros, congelamiento de salarios, privatizaciones, suspensión de jubilaciones anticipadas, despido de funcionarios públicos, reducción de indemnizaciones por despido, y una reforma laboral que llevó al desempleo del 7% a casi el 18%. A siete años de iniciada la crisis, en 2015, Portugal subió las pensiones mínimas y otorgó algunas ayudas sociales. Pasaron diez años, en 2018, para que Portugal creciera por encima de la media de la Unión Europea y el desempleo regresara al 7%.

La otra mención internacional a la que se hace referencia es a la "exitosa reestructuración de deuda de Uruguay. Pero detrás de este éxito también aparecen el ajuste y las reformas estructurales.

A partir de 1999, los indicadores comenzaron a mostrar la vulnerabilidad de la economía uruguaya. Caída del PBI, desempleo en aumento, reducción del salario real, déficit primario y financiero, retracción de la industria, y crisis del sistema financiero, entre otros. Para salir de esta recesión que tuvo sus orígenes en factores internos y externos Uruguay recurrió al FMI. Entre 2001 y 2002 la recesión se profundizó, el déficit aumentó, la deuda se duplicó, la inflación se aceleró, y la indigencia y la pobreza se dispararon.

La crisis del sistema financiero provocó el cierre de bancos y Uruguay tuvo que pedir fondos adicionales al FMI en 2002 a cambio de profundizar el ajuste fiscal, y finalmente terminó reestructurando su deuda en el año 2003. A partir de la segunda mitad de 2003, los principales indicadores económicos y sociales comenzaron a mostrar una recuperación. Sin embargo, el ajuste fue brutal. Devaluación, aumento de impuestos a los sueldos del sector público y privado, y a las jubilaciones y creación de nuevos impuestos (agua potable, telecomunicaciones, transporte público, y entidades emisoras de tarjetas de crédito, entre otros).

No está mal mirar lo que otros países hacen bien. Pero si estamos dispuestos a aplicar aquellas políticas que funcionaron en otros países, no debemos dejar de mirar la película completa. No miremos sólo el final sino el proceso que llevó a ese resultado exitoso.

Ni el camino portugués ni el camino uruguayo estuvieron exentos de espinas. Ambos países implementaron un conjunto de reformas estructurales y realizaron un ajuste fenomenal soportado, en gran medida, por la casta política, sobre todo en el caso del país luso. Pero esto, además, estuvo acompañado de instituciones creíbles; de un consenso político ya que gobiernos de centro izquierda y centro derecha mantuvieron la misma línea de ajuste; y contaban con el apoyo de una ciudadanía que, en su mayoría, estaba convencida que era la única salida posible.

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