Pequeños cambios en los hábitos de consumo también ayudan a normalizar la economía

La normalización de la economía iniciada en 2016 no solo apuntaba a eliminar el cerrojo cambiario, dar de baja las trabas para exportar, recuperar las estadísticas públicas o iniciar un programa progresivo de reducción de la inflación y el déficit fiscal. Esos propósitos fueron los grandes títulos de un plan que está dando sus primeros frutos pero que todavía tiene mucho camino por recorrer. Lo que llama positivamente la atención es que, en paralelo, están empezando a salir a la luz cambios de menor envergadura, más ligados a prácticas culturales, que también pueden transformarse en cimiento de una actividad económica más sana.

 

En el 2017, las compras con tarjeta de débito crecieron casi 40% medidas en pesos (un número que supera la inflación de 25% pero a la vez toma como base un año recesivo) pero si se las compara en operaciones, el aumento llegó a 10%. Algo parecido pasó con las operaciones con tarjeta de crédito, aunque con volúmenes menores. Ambas situaciones no solo son un síntoma de que hay un mayor volumen de dinero formal circulando en la economía, sino que implican menor evasión en algunos rubros históricamente remisos como los restaurantes. La demanda de los consumidores está actuando como correctivo.

Otro registro significativo es que pese al fuerte aumento de las tarifas eléctricas, la demanda hogareña bajó 2,4% y se ubicó casi en el mismo nivel nominal de 2015, año en que regían los precios congelados de la era K. El Gobierno logró una moderación del consumo, que se tradujo en menor importación de electricidad, pero sin afectar la demanda industrial, que creció en paralelo a la actividad.

La racionalidad que denotan estas dos fotografías son un dato a registrar a la hora de proyectar otros indicadores, porque revelan cambios de comportamiento que aunque no sean visibles, para la microeconomía son relevantes.

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