Para juzgar a la globalización hay que ver cómo funciona en la recuperación

Mientras la mayoría de los gobiernos dedican el tiempo que sea necesario a enfrentar la emergencia sanitaria que creó el coronavirus y a tratar de reparar los daños colaterales que la pandemia desató en sus respectivas economías, hay otros analistas que tratan de imaginar cómo será el mundo que quedará en pie una vez que pase este virus, y que será necesario cambiar para que la próxima epidemia (siempre habrá una nueva) no desate un nuevo tsunami sobre el planeta.

El primer país en quedar bajo examen será China, el lugar en el que empezó todo. Las grandes empresas, los bancos que las financian y los inversores, se preguntan si apostar a la "gran fábrica del mundo" es una decisión que repetirían si tuvieran que armar su negocio en este contexto.

Muchos creen que China quedó en evidencia como un eslabón débil porque no tuvo las herramientas para enfrentar debidamente la situación. Pero a la luz de la velocidad con la que se desplegó el contagio, está claro que no era mucho lo que se podía haber previsto. No muchos países tienen la capacidad de levantar un hospital desde cero en 10 días. Tampoco de imponer un aislamiento tan estricto.

Lo cierto es que a la pregunta de si hace falta diseñar una nueva cadena global de suministros, la respuesta no debe estar ligada a la pandemia. El problema fue la agresividad del virus. Que se haya originado en Wuhan fue una circunstancia que es poco probable que China permita que se repita en el futuro. Hoy el coronavirus hace estragos sin distinción de raza, idioma o continente. Lo sabe Donald Trump, que por más que quiera proteger su economía de una futura epidemia, no puede desconectar a Estados Unidos del mundo. Algunas empresas podrán relocalizar sus plantas, pero no podrán trasplantar la demanda.

La globalización está siendo sometida a un juicio no por sus defectos, sino por una debilidad humana. Un virus no debería ser la ficha que ponga en jaque al sistema. De las correcciones que deben hacerse hacia adelante, hay una asignatura inmediata y prioritaria: la salud pública. Cada gobierno, sea de un país grande o chico, tendrá que asumir la responsabilidad que le cabe en esto, porque una enseñanza del coronavirus es que el sostenimiento de la infraestructura sanitaria (que va desde los planes de prevención, a la formación de los profesionales y el mantenimiento de los hospitales, entre decenas de variables) no puede quedar sujeto a lo que decida solo el sector privado. No solo deben ser más fuertes, sino más integrados. Los esfuerzos conjuntos deben estar por encima de cualquier vida en juego.

Lo que falta para que ese juicio a la globalización sea equilibrado, es evaluar como se comporta en la fase de recuperación. Esa será su verdadera prueba de fuego.

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