Otra apuesta difícil: generar confianza en la Argentina con una regla dura

El acuerdo sellado con el FMI transmite una nueva apuesta del Gobierno: pasar de un esquema cambiario y monetario desarticulado (ese fue el escenario que dominó la gestión de Luis Caputo, que desde su llegada al BCRA se puso como objetivo excluyente frenar la corrida cambiaria) a una regla estricta que aleja definitivamente cualquier chance de gradualismo y obliga al mercado y a los ahorristas a convivir con una disciplina poco común. En lo conceptual, el cambio de modelo es fuerte, porque sepulta las metas de inflación, transformadas en el caballito de batalla de la gestión Cambiemos, a instancias de Alfonso Prat-Gay pero sobre todo de Federico Sturzenegger, su instrumentador formal.

Guido Sandleris, el nuevo titular del organismo monetario, reconoció que la Argentina no estaba preparada para un esquema de metas, algo que la mayoría de los economistas había remarcó en estos últimos dos años (incluso desde las filas del propio Poder Ejecutivo). Todos pensaban que no eran consistentes con un ajuste fuerte de tarifas y con déficit fiscal que nunca bajó en serio. Su afirmación también implica descreer del poder disciplinador de la tasa de interés, ya que se transformó en una variable nominal que no terminaba de cobrar relevancia en un sistema financiero chico como el argentino.

La nueva regla dispone un apretón monetario sustancial: el BCRA retirará pesos a través de licitaciones diarias de Leliq que solo comprarán los bancos, cuya tasa fluctuará. También lo hará cuando venda dólares cuando el tipo de cambio cruce la "zona de no intervención", cuyo techo arranca en $ 44. El Gobierno cree que esto traerá previsibilidad, pero sabe que para eso debe vender la desconfianza permanente de la Argentina en su moneda.

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