Obama y la AMIA

En 1979, una revolución fundamentalista terminó con la dictadura militar iraní liderada por Mohammad Reza Pahleví, un peón de la Casa Blanca que debía contener las pretensiones expansionistas del Kremlin en Medio Oriente. El ayatolá Ruhollah Jomeini asumió el poder en Teherán, transformó su régimen chiita en una amenaza para Occidente y actuó como un aliado regional de la Unión Soviética, mientras Washington buscaba una nueva estrategia que sirviera para equilibrar la presencia de Moscú en Medio Oriente.


Por eso ocurrió la guerra entre Irán e Irak: solo se trataba de evitar que la Revolución Islámica causara una hecatombe en la zona de abastecimiento petrolero de los Estados Unidos, en una época de dependencia energética con Arabia Saudita y la Unión Soviética avanzando con la captura de Afganistán. El saldo histórico fue una tragedia humanitaria, dos regímenes religiosos que reprimían a sus pueblos y la permanente inestabilidad de una región considerada clave en la Casa Blanca y el Kremlin.


Terminó la Guerra Fría, se disolvió la Unión Soviética, cayó el Muro de Berlín, colgaron a Saddam Hussein, murió Jomeini, Osama Bin Laden asesinó a miles de ciudadanos norteamericanos y el Estado Islámico (ISIS) se transformó en la principal organización terrorista mundial, con suficiente capacidad para transformar a enemigos en aliados y causar una crisis humanitaria que no tiene antecedentes históricos.


La implosión geopolítica que provocó ISIS abrió una instancia en las relaciones exteriores que Barack Obama aprovechó hasta coronar un acuerdo multilateral que tuvo a Irán y su plan bélico nuclear como objetivo principal. Washington consideraba a Teherán como un miembro del Eje del Mal y hacia 35 años que había roto relaciones con las Revolución de los Ayatolas.


Sin embargo, Obama trazó una hoja de ruta y logró un convenio que terminó con una amenaza nuclear en Medio Oriente y demostró que la diplomacia puede acercar las posiciones más extremas. Hasán Rouhaní, presidente de Irán, fue una pieza clave en el proceso multilateral y su visión política inauguró una nueva etapa para el régimen religioso, que estaba aislado y a merced de un fundamentalismo que podía provocar una guerra civil.


Hace ya 22 años que la AMIA fue atacada por un coche bomba que asesinó a 85 personas. La justicia imputó a ciertos miembros de la nomenclatura iraní, que diseñaron un ataque terrorista que supuestamente debía vengar la traición de un presidente argentino a los regímenes de Teherán y Damasco, después de cobrar millones de dólares sucios para su campaña electoral y prometer la venta de una central nuclear.


La tragedia de la AMIA sumó el asesinato de Alberto Nisman, tras denunciar a Cristina Fernández y un puñado de adefesios por presunto encubrimiento de los responsables ideológicos y materiales del ataque a la sede de la mutual judía. El fiscal federal tenía indicios que podían exhibir las razones políticas y económicas que se escondían en los pliegues del Memo con Irán. Nisman fue muerto antes de testimoniar en el Congreso, y CFK disparó un carnaval para destruir su imagen y su memoria.


Mauricio Macri recibirá a Obama en Buenos Aires y adelantó que se firmarán acuerdos sobre terrorismo, narcotráfico y corrupción. El gobierno de Fernández de Kirchner hizo añicos la cooperación internacional con Estados Unidos y ahora se abre una nueva etapa bilateral, en un contexto geopolítico que considera más los proyectos institucionales que el valor de los comodities y el alineamiento automático.


En este contexto, el presidente de la Argentina debería pedir al presidente de los Estados Unidos que inicie una hoja de ruta para lograr que el presidente de Irán ponga a disposición de la justicia federal a los acusados de atacar a la AMIA en julio de 1994. Teherán pretende regresar al concierto internacional y demuestra su vocación desmantelando su programa bélico nuclear y combatiendo contra ISIS en Medio Oriente.


Pero esos gestos serán sólo un ejercicio de seducción internacional, si Rouhaní no acepta condenar a los responsables de la tragedia ejecutada en la AMIA. El presidente iraní cerró un acuerdo histórico con Occidente y enterró la posibilidad de una escalada nuclear en una zona caracterizada por la muerte y la desolación. Un triunfo que fortaleció sus posiciones en la política doméstica y demostró su vocación para morigerar la influencia del fundamentalismo chiita.


Con la causa AMIA, Rouhaní puede ratificar su programa político. Y Obama hacer un gesto a la Argentina que será valorado por siempre jamás. Necesitamos de su persuasión y su poder diplomático, en una causa justa y noble. Macri tiene en sus manos una oportunidad inédita, después del desastre geopolítico que dejó CFK con el Memo con Irán y la muerte de Nisman.


Puede ser el mejor resultado de una gira histórica. Está en manos de Obama, Rouhaní y Macri. El poder, a veces, hace justicia entre los simples mortales.

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