Muerte y reencarnación de la política en el mundo

Escribió el español Gerard Verna que cuando lo legítimo (lo que la mayoría de la población cree justo) coincide con lo legal ocurren acciones normales, pero que cuando lo legitimo contradice lo legal surgen las acciones informales.

En los últimos lustros, mientras el mundo emergente sacó provecho de la globalización (India y Brasil están entre las 10 mayores economías del mundo; y Qatar, Singapur y Brunei entre los 5 países con mayor PBI per cápita), el mundo desarrollado, desafiado, entró en una crisis de legitimidad. Pero, a la vez, el mundo emergente hizo sucumbir modelos tradicionales de organización política.

La ciencia sacude la producción y el trabajo. La ilustración dejó de ser estable y ya no es sinónimo de jerarquías. Las escuelas perdieron la preeminencia en la transmisión del saber y las familias la preeminencia en la transmisión de valores. Y ahora le llegó el turno a la política (la tradicional, la que conocimos), que pierde la preeminencia en la dirección estratégica de lo público. Hoy la influencia ha equiparado al poder. Las sociedades se angustian ante los cambios. Y como profetizó Julián Marías, cada vez más aspectos de nuestra vida quedan afuera de la política.

Emanuel Macron (un ex banquero) rompió el histórico bipartidismo en Francia, Donald Trump (un hombre de negocios) sacudió el sistema en EE.UU., Boris Johnson (un outsider metodológico) empujó el Brexit. También un empresario (Sebastián Piñera) sacó de la derrota permanente a la derecha en Chile (lidera encuestas nuevamente), alguien proveniente del mundo privado como Mauricio Macri logró por primera vez en un siglo que un nuevo partido creado desde el llano ganara las elecciones en Argentina, y un ex empresario y presentador de TV (Joao Doria) es el emergente candidato en medio de la crisis en Brasil. Y además un argentino esencial es el Papa.

Mientras algunos extrañan los grandes líderes de antaño (Churchill, De Gaulle, Adenauer, Reagan) lo que ocurrió es que la modernidad destrozó todos los adornos y lo que desapareció no son los líderes providenciales sino las condiciones para que ellos existan. Hoy todo es publicado y el encanto quedó relegado a la ficción. Aquellos grandes líderes también tenían defectos, virtuosamente ocultos, y sus virtudes estratégicas que antes prevalecían (cuando ni siquiera existían las encuestas) se someten hoy a la impaciencia de la comunicación instantánea. No cambió la biología de los líderes, sino la circunstancia en la que actúan.

Se dice que Chejov aseveraba que la política no es más que un tipo de actuación; pero que mientras en el teatro el actor y el público saben que todo es ficción; y a su vez la locura consiste en alguien que cree ser un personaje aunque el público sabe que no lo es; y por su parte en la religión el actor y el público creen que el personaje es quien dice ser; ya en la política el actor sabe que no es quien simula ser aunque el público sí lo cree. Pues ahora parece que en la era del Gran Hermano esa política no existe más. Pueden dar fe de ello Françoise Fillón, Dilma Russeff, Park Geun-hye, Esperanza Aguirre y Silvio Berlusconi.

Hoy las disciplinas han perdido sus límites, el conocimiento superó a la información y no hay expertos permanentes. Y en la política se imponen nuevos artífices.

Cayeron empresas imbatibles y murieron productos indispensables. Y en los países emergentes las multinacionales producen bajo estándares desarrollados y en los países desarrollados los barrios subdesarrollados de inmigrantes atormentan. Ya se inventó hasta lo que se creyó ficticio. Y es paradójico que nunca la humanidad vivió mejor que ahora.

¿Por qué todo esto entonces no afectaría a la política? Pues la afectó. Le llegó su turno.

Es demasiado simplista creer que todo se trata de una mera reacción a la globalización. Es un cambio de época. Todo es más público que antes y nada es tan público como para dejarlo bajo el monopolio de los líderes tradicionales.

Escribió el francés André Comte Sponville que hay 4 órdenes distintos en una sociedad: el técnico/científico (lo que se puede lograr), el legal (lo que la norma permite), el moral (lo que la sociedad convalida) y el ético (el que manda prever el bien de todos). Pues en este nuevo tiempo la política está influida por los cuatro pero no se adueña de ninguno. Quizá lo único que podemos pedir con seguridad, entonces, es que no miremos hacia atrás, porque ahí no están las soluciones.

 

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