Los empresarios se politizan en los Estados Unidos

Donald Trump choca contra la pared, que representa a la realidad. Gran parte de lo que prometió se esfumó, pese a lo cual su capacidad de daño sigue indemne, en cualquier momento, en cualquier circunstancia. De todas maneras Trump no está solo en el centro de los debates y las tormentas: asusta al mundo la resistencia xenófoba europea a los refugiados, el resurgimiento de partidos de extrema derecha ( extremistas racistas y antisemitas en el viejo continente), los delirios del coreano Kim Jong-un que se divierte como un niño mientras dispara misiles que están a un paso de convertirse en intercontinentales.

Pero el mundo tendrá que encontrar políticas que hagan serenar los ánimos. En Estados Unidos son los riquísimos empresarios los que quieren la serenidad y cuestionan con severidad algunas de las disposiciones delirantes de Trump.

No es la primera vez que en Estados Unidos, el centro del capitalismo, los empresarios golpean la mesa y exigen ser escuchados. Participaron activamente respaldando el New Deal del presidente Roosevelt, la Ley de Empleo de 1946 y el Plan Marshal, en primer lugar para parar al comunismo y en segundo término para recrear los anteriores mercados con los que comerciaba Estados Unidos antes de la Segunda Guerra.

Los empresarios lo hacen con su presencia, de frente y de perfil. Lo concretaron en la guerra de Vietnam para que se pusiera fin al conflicto y lo hicieron cuando Bush invadió Irak. Páginas enteras de The New York Times y The Washington Post, con solicitudes que llevaban las firmas de esos empresarios estampaban sus críticas severas a las estrategias a los distintos conductores de la Casa Blanca. Ahora, con Trump dando órdenes erradas, Howard Schultz, director de Starbucks declaró: "Este es un momento de la historia del país en que todos los directivos de empresas deben demostrar que tienen la valentía moral para defender los miedos, ansiedades y preocupaciones de la sociedad".

Ninguna de las grandes figuras del establishment admitió el silencio y luego la condescendencia de Trump frente a las manifestaciones racistas en condados conflictivos. Las grandes figuras multimillonarias de Sillicoy Valley han elevado la voz y vienen mostrando las metidas de pata de Trump sin pudor alguno. Google, Ford, Apple, JP Morgan y Fargo, entre otras firmas expresaron su respaldo a los dreamers porque "va en contra de nuestros valores darles la espalda a los soñadores, a los que crecieron de chicos en este país y desean continuar su vida aquí en tanto Trump, en su ceguera, los quiere echar". Michael Bloomberg, hombre fuerte de medios afirmó que su empresa tiene la suerte de tener dreamers.

Mark Zuckerberg, el gran creador de Facebook, un multimillonario con muestras de compromiso social se refirió a la acción de la Casa Banca despectivamente La de descartar aquello que había protegido Obama, la de los 800.000 jóvenes que de niños habían entrado ilegalmente al país. Declaró textualmente: "Es particularmente cruel ofrecer a los jóvenes el sueño americano, alentarlos a salir de las sombras y luego castigarlos por ello".

Javier Palomarez, presidente de la Cámara de Comercio Hispana de Estados Unidos renunció al Consejo de Diversidad que asesoraba a Trump, en terminante oposición a la maniobra del presidente sobre los dreamers.

No siempre fue así. En los años 90 guardaron silencio frente a las torpezas de Wall Street y cuando se desencadenó la crisis financiera de 2008 miraron para otro costado hasta que la cuestión se serenó. De todas maneras , hoy, a Trump, se lo considera un hombre que perjudica a los negocios, que cada paso que da es una torpeza. El presidente apoyó a los generales y prometió más hombres, más equipos militares para Afganistan aunque siguen perdiendo esa guerra, no hay avances ni consagraciones. Es una acción parcial esa de hacer brindar con champagne al sector bélico mientras el resto se niega, no quiere comer de ese bocado millonario.

Los precios de las acciones fueron golpeados por las torpezas de Trump. Empleados de las empresas castigadas reclamaron a sus empleadores que exigieran modificaciones a la Casa Blanca.

El triunfo de Trump puede explicarse por el imperio de la desigualdades sociales. Clinton y Obama no hicieron otra cosa dice críticamente Thomas Piketty en su nuevo libro Ciudadanos a las Urnas que acompañar el movimiento de liberalización y sacralización del mercado, defraudando a muchos. Lo más triste es que el programa de Trump no hará sino afianzar las tendencia en dirección a mayor desigualdad: se dispone a suprimir el seguro médico trabajosamente concedido y a castigar fiscalmente a los más necesitados en la escala social.

Algunas maniobras de Trump han caído en el escándalo y enfureció tanto a demócratas como a republicanos. En especial los vinculados con el racismo, al aparecer como neutral en el escándalo de Charlotesville. Es como haber cruzado un límite peligroso después de más de 250 días en el cargo. El titular del Congreso en Washington y tercera autoridad del país, Paul Ryan indicó: "Debemos ser claros. El supremacismo blanco es repulsivo. Este fanatismo es contrario a todo lo que este país representa. No puede haber ambigüedad moral".

Es muy interesante el proceso de contundencia crítica en los Estados Unidos, en el mundo empresario y político. A diferencia de Argentina que recién inicia en el ámbito privado un proceso de autocrítica o del Lava Jato en Brasil que desnudó la corrupción destructiva del mundo empresario y político (aunque muchos protesten) o a las coimas al poder que drenaron la credibilidad en una compañía importante, una de las más prestigiosas de Corea del Sur y del mundo, Samsung.

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