Los desafíos económicos: lo urgente y lo importante

Nuestra democracia constitucional no ha retomado un sendero de crecimiento sostenido a partir de 1983, lo que no es demasiado sorprendente si uno piensa que democracias como la de India estuvieron económicamente estancadas durante décadas. China en cambio tuvo un enérgico despegue económico bajo una férrea dictadura. Estas experiencias muestran que la democracia por sí misma no asegura el desarrollo económico si no acierta con las políticas económicas correctas.
La ventaja de la democracia argentina es otra: tiene un mecanismo institucionalizado de alternancia de partidos en el poder. La democracia sufrió dos crisis que quedaron marcadas en su piel en 1989 y 2001. Estas crisis llevaron a cambios profundos en la orientación de la política económica.
El primer cambio fundamental llegó tras la hiperinflación de 1989, cuando el presidente Carlos Menem impulsó con el Partido Justicialista (PJ) la privatización de empresas públicas, la eliminación del financiamiento inflacionario del déficit fiscal y la apertura de la economía al mundo. Esta orientación económica pro-mercado se mantuvo incluso tras la victoria de la Alianza opositora en 1999.
El segundo cambio fundamental llegó con la crisis de 2001, cuando se produjo el default de la deuda pública y el abandono de la convertibilidad. El PJ volvió al poder, pero a partir de 2006 Néstor y Cristina Kirchner produjeron una contrarreforma por etapas, cerrando la economía, estatizando empresas y financiando el déficit fiscal vía la emisión de dinero.
La sorpresiva victoria de Cambiemos implica la tercera transición fundamental, por los proyectos para la reversión de dos contrarreformas con la eliminación del financiamiento inflacionario del déficit fiscal y la apertura de la economía.
Para eliminar el financiamiento inflacionario del déficit fiscal, posibilitando a la larga el renacimiento del crédito, dos medidas urgentes en curso son la reducción del déficit fiscal y la resolución del default. A esto se agrega la inmediata eliminación del cepo cambiario para evitar la implosión de la economía, lo cual con buen criterio ya se produjo. Con el cepo, Cristina Kirchner logró la dudosa hazaña de hacer caer a las exportaciones reales 8,8% por año entre 2012 y 2015, después de que habían venido aumentando 5,6% por año entre 1961 y 2011.
Más difíciles de implementar son dos medidas importantes para el desarrollo pleno: la reinserción comercial de la Argentina en el mundo y la eliminación de la marginalidad en el mercado de trabajo. El gobierno se propone relanzar el Mercosur y abrirse a la Alianza del Pacífico, con la meta final de que Argentina se incorpore en la OCDE como un miembro más. Eso es ambicioso, pero para lograr ser un país desarrollado no alcanza con una modernización de los sectores de punta de la economía. Hace falta que el gobierno logre una amplia modernización social.
Los planes sociales no alcanzan para eliminar la pobreza estructural. El paso crucial es acabar con la informalidad en el mercado de trabajo. Esto requiere bajar los impuestos al empleo formal. Al menos hace falta bajar drásticamente o eliminar las cargas laborales en los sectores intensivos en trabajo poco calificado. Esto permitiría incorporar los trabajadores marginados a empresas mucho más productivas. De otro modo, las reformas económicas modernizadoras pueden ser un logro efímero fácil de revertir políticamente en el futuro.
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