Las claves del cerebro económico

Si prestamos atención, al caminar por los pasillos de un supermercado, veremos diversas conductas que cada persona tiene para decidir qué compra y qué no, cómo mide lo que va gastando, cómo evalúa conveniencias, cómo comenta a su compañero o simplemente al aire lo caro de determinado producto. La decisión sobre nuestro comportamiento económico dice mucho sobre cómo somos.

Constantemente nos comportamos desafiando la teoría económica estándar: a pesar de que lo necesitemos y convenga, nos negamos a pagar un poco más por un paraguas en un comercio que aumentó el precio durante un día de lluvia (penalizamos la injusticia, aunque no nos beneficiamos al hacerlo); o compramos una taza de café por $ 4 y rechazamos venderla por $ 8 (le damos un valor especial a nuestras posesiones).

La decisión sobre nuestro comportamiento económico dice mucho sobre cómo somos.

El supuesto esencial de la teoría económica tradicional es que la toma de decisiones económicas de los seres humanos es completamente racional, y que siempre actuamos de manera tal de maximizar el propio interés. Sin embargo, hoy sabemos que este modelo ha sido fuertemente cuestionado ya que no explica cómo actuamos y decidimos en la realidad. Los seres humanos muy a menudo no tomamos decisiones económicas equilibrando racionalmente el riesgo y la recompensa y muchas veces nuestras decisiones se dan con una racionalidad limitada, influenciadas por el contexto, por los sesgos cognitivos y por las emociones.

Las falencias de las teorías económicas clásicas

Históricamente las teorías clásicas en economía habían considerado que nos comportamos como si pudiésemos asignar un valor determinado (de tipo numérico) a cualquier bien (cosa) con el objetivo de compararlo con otro. Por ejemplo, como si al estar en el sector de la verdulería del supermercado para comprar fruta, le asignáramos distinto valor a las peras que a las manzanas en base a diversos factores subjetivos como el gusto, el color, la textura, entre otros, y a partir de la comparación de la utilidad que nos da cada cosa, tomásemos la decisión de comprar una u otra fruta. Pero las falencias de estas teorías quedaron expuestas al fallar en su poder de predicción de la conducta financiera. Por eso, la llamada “economía del comportamiento involucra el estudio de la conducta humana en la economía e introduce la noción de que existen varios factores que influyen en que se tome una u otra decisión (como el miedo a perder lo que es de uno o nociones subjetivas de las probabilidades).

Nuestros cerebros han desarrollado mecanismos mediante la selección evolutiva que están determinados por la necesidad de supervivencia en entornos inciertos y competitivos, y que, por lo tanto, maximizan los valores de comida, bebida y recompensas sexuales. Estos mismos mecanismos también parecen ser operativos para funciones de recompensa más complejas en la vida cotidiana de las sociedades modernas que involucran dinero, novedad, desafío, orgullo y muchos otros estímulos, eventos y constructos atractivos.

Nuestros cerebros han desarrollado mecanismos mediante la selección evolutiva que están determinados por la necesidad de supervivencia en entornos inciertos y competitivos, y que, por lo tanto, maximizan los valores de comida, bebida y recompensas sexuales.

Decidimos fundamentalmente con dos sistemas, uno automático, que no requiere el esfuerzo mental que usamos la mayor parte del día y compartimos con otras especies y otro, que es específico de los seres humanos y requiere esfuerzo mental. Este último sistema más lento es el que nos permite razonar, demorar la gratificación, controlarnos y evolutivamente se desarrolló más tardíamente.

Tener un sistema automático de toma de decisiones ha sido beneficioso para nuestra supervivencia. Imaginemos esta situación: hace miles de años uno de nuestros antepasados estaba caminando por el bosque y veía una sombra que se proyectaba desde la copa de un árbol. Este individuo no racionalizaba si esa sombra pertenecía a un oso peligroso o a una rama que se movía por el viento; ¡huía lo más rápido posible! Porque si se ponía a calcular y pensar el origen de esa sombra y se trataba efectivamente de un oso hambriento, quizás no sobrevivía. Así funcionan nuestras emociones aun en la actualidad (no ya con osos como amenazas, pero sí, con situaciones de la vida moderna): predominan sobre aspectos racionales o cognitivos para ejecutar una acción cuando detectamos peligro o amenaza. Asimismo, el conocimiento de las estadísticas no se aplica para este sistema automático. Por ejemplo, cuando uno reforma una casa calcula el monto a gastar. Pero también bien sabemos que generalmente las personas terminan gastando el doble o más de lo planificado. Esta información está disponible pero este sistema emocional no la utiliza porque pensamos que no se aplica a nosotros

Prejuicios y esquemas mentales

Los prejuicios en gran parte los tenemos incorporados y son incontrolables. Tenemos esquemas mentales que estereotipan cómo vemos el mundo. Por eso a veces necesitamos que esté en control el sistema lento analítico de toma de decisiones. Aunque no se debe producir “parálisis por análisis ni es fácil cambiar, podemos llegar a modificar algunas impresiones. Tanto a nivel personal como a nivel de instituciones, podemos intentar mejorar la toma de decisiones buscando detectar los sesgos que tenemos impregnados y tratar de reducirlos.

A propósito de esto, una visión alternativa a las teorías económicas tradicionales fue propuesta por Daniel Kahneman y Amos Tversky en los años 70 y 80. A través de distintos estudios, estos investigadores hallaron que las personas, al tomar decisiones, mostraban sesgos que se repetían una y otra vez. Por ejemplo, uno de estos esquemas mentales fue el definido como “sesgo de encuadre , que contradice uno de los axiomas de la teoría económica de la utilidad esperada, la idea de que la elección entre objetos no debería depender de cómo estos sean presentados. El sesgo de encuadre tiene que ver con la tendencia a tomar diferentes decisiones dependiendo de cómo uno enmarque (contextualice) una situación (en términos de ganancia o pérdida).

A partir del trabajo de Kahneman y Tversky, surgieron grupos de investigadores en psicología y economía que empezaron a llamarse a ellos mismos “economistas del comportamiento , y sostenían que las evidencias e ideas de la psicología podían mejorar los modelos de conducta humana nacidos en las teorías neoclásicas de la economía. Uno de los ámbitos en los que la economía del comportamiento aportó muchos conocimientos es en la conducta financiera. Richard Thaler (Premio Nobel en Economía 2017) fue reconocido justamente por su labor en este campo disciplinar. Este investigador mostró que nuestras preferencias son afectadas por el tiempo (preferimos comprar cosas que nos hagan bien hoy que aquellas que nos harán muy bien en el futuro); que la aversión a la pérdida es una barrera muy grande para persuadir a las personas a ahorrar, y que, como ya dijimos, le asignamos un valor extra a todo lo que ya es nuestro (efecto dotación). Thaler también observó que las personas se alejan de la racionalidad de manera consistente, por lo que su comportamiento puede ser anticipado y modelado. Así, aportó una comprensión más realista de la conducta humana, que representa una contribución para mejorar las políticas públicas.

Neuroeconmía

Si bien la economía del comportamiento viene desarrollándose desde hace unos treinta años, recién en los últimos diez apareció el interés por incluir las neurociencias en la ecuación para entender los procesos neurológicos subyacentes a la toma de decisiones. Este nuevo campo denominado por algunos “neuroeconomía combina el estudio de la toma de decisiones económicas, la economía del comportamiento, la psicología experimental y la neurociencia.

La relevancia de esta disciplina no es menor, dado que tiene el potencial de hacernos entender cómo deciden las personas y por qué. Asimismo, resulta fundamental para evaluar los efectos de distintos estados como la drogadicción, el juego patológico, las lesiones frontales, la esquizofrenia, los déficits atencionales y la depresión, por ejemplo, sobre la toma de decisiones.

Siguiendo esta línea, en 2007, los investigadores estadounidenses Joseph Kable y Paul Glimcher observaron que existen distintos tipos de conductas frente al dinero: hay personas que son más impulsivas y prefieren obtener premios en el momento, mientras que otras son más pacientes y evalúan las conveniencias de recibir premios a largo plazo. Pero lo interesante es que descubrieron que el tipo de conducta al que cada persona tiende puede inferirse por la actividad cerebral en determinadas áreas cerebrales. No solo la impulsividad tendría su correlato neural, sino también la aversión al riesgo.

Sesgos de conducta de los inversores

Un caso estudiado ha sido el de los inversores. Se ha observado que existen muchos sesgos que afectan su conducta: suelen mostrar patrones de aprendizaje por retroalimentación, subestimando los sucesos que no ocurrieron (pero que también podrían aportar información), aprenden de manera asimétrica de sucesos positivos y negativos, extrapolan demasiado de un caso a otro y muestran exceso de confianza. Un ejemplo de este último esquema mental fue el caso de los que sacaron préstamos que no podían pagar en la crisis económica de Estados Unidos en el 2008. Este sesgo de optimismo es un clásico error que la económica del comportamiento conoce bien (claro que en aquel caso también hubo optimismo entre los banqueros, pero esto sí lo puede explicar la economía clásica: había incentivos para que vendan esos créditos).

Existen muchos sesgos que afectan la conducta de los inversores: aprendizaje asimétrico de sucesos positivos y negativos, extrapolación excesiva, excesos de confianza.

La conducta de los inversores no solo exhibe sesgos, sino que cambia dependiendo del humor de cada individuo en un particular momento. Varios economistas han estudiado la asociación entre emociones y conducta inversora, por ejemplo, comparándola en distintos tipos de día. Ejemplo de esto es que las ganancias de acciones parecen ser más altas los días soleados y más bajas en invierno.

Estos estudios demuestran que es clave tener en cuenta cómo nuestro cerebro es influido por el contexto y cómo nuestras emociones y conducta pueden afectar aquello que queremos hacer. Esto se da en todos los ámbitos de la vida, y por supuesto también en una porción tan importante de ella como es el manejo del dinero. Esa cuestión tan básica que no hace pero impacta en nuestro bienestar.
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