La única duda: ¿el Estado intervendrá para todos o sólo a favor de los rentistas del "libre mercado"?

Habrá intervención y ninguno de los mediáticos ideólogos de libre-mercado con sus llorosas connotaciones por la igualdad de condiciones la va a rechazar. La discusión es en favor de quién será.

Negativas y pesimistas son las proyecciones de instituciones oficiales, analistas de mercado y economistas independientes sobre el futuro económico producto del impacto de  la pandemia Covid-19. La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, proyecta el peor desempeño de la economía global desde la crisis de 1929, con 170 países mostrando variaciones negativas en sus respectivos productos. The Economist habla de una caída de -2,2% en el PBI este año, cuando antes de la pandemia pronosticaba un crecimiento de 2.3%. El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), que representa a 450 instituciones financieras de 70 países, antes de la crisis, proyectaba una variación global del PBI de + 2.6% en 2020 y ahora ve una variación de -2.8%. Para peor, consideran que los impactos negativos de la crisis no se limitarían a este año, sino también a los próximos. Por eso es que no son pocos los que consideran que habrá una recesión más intensa que la resultante de la crisis subprime, que pronto se transformó en una crisis financiera mundial, en 2007-2009.

Indudablemente, estas proyecciones impresionan y asustan. Pero, ¿estamos, de hecho, frente a una nueva "Gran Depresión"? Evidentemente, la posibilidad no puede descartarse a priori o incluso minimizarse. Los riesgos existen y son cada vez más claros. No obstante, tampoco se puede afirmar que este destino esté técnicamente determinado por simulaciones de los modelos utilizados en bancos e instituciones oficiales. El futuro será tan bueno o tan malo según las decisiones que se tomen de ahora en adelante.

Desde un punto de vista estrictamente técnico, cualquier economista bien capacitado, que no esté contaminado por la "ilusión de precisión" proyectada por los modelos, sabe que hacer predicciones no es trivial. La evidencia sobre el tema muestra una historia que está lejos de estar marcada por la precisión obtenida en otras áreas del conocimiento. Esto se debe a que, a diferencia de la realidad de las ciencias experimentales, la economía se ocupa de procesos sociales complejos donde los actores toman decisiones en reacción a los cambios en las condiciones ambientales.

Por lo tanto, además de los aspectos técnicos, existe un mundo de decisiones políticas que, a su vez, condicionan la evolución futura de las decisiones privadas. Los ejemplos a este respecto son abundantes; casi cotidianos. La propia crisis de 2008 sirve como ejemplo. Después de la quiebra de Lehman Brothers, se temió que la economía mundial viviría una nueva "Gran Depresión" similar a lo que sucedió después del colapso del mercado de valores de Nueva York en 1929. Como ahora, el pesimismo extremo se basó en mirar el pasado.

Esto no sucedió. Los gobiernos de las principales economías avanzadas y emergentes actuaron de manera intensa y coordinada, a través de una expansión fiscal discrecional y un fuerte respaldo crediticio. Como resultado, el ingreso global experimentó una caída significativa, pero se alejó toda posibilidad de caer en una espiral deflacionaria recesiva de largo plazo. Evidentemente, sin esa actuación, el riesgo de que se hicieran realidad los pronósticos más pesimistas de ese momento hubiera sido mucho mayor. Pero ese es precisamente el punto: se actuó.

¿Cuál fue el tamaño de la acción de los actores estatales en ese momento? En el balance del FMI a diez años de la Crisis de 2008, se estimó que, en promedio, los países del G20 tenían un gasto discrecional acumulativo de alrededor del 5% de sus respectivos productos entre 2008 y 2010. El saneamiento financiero (capitalización de instituciones financieras, préstamos y garantías de liquidez, compra de activos “malos , entre otras medidas) generó un costo del 44% del PBI (promedio ponderado por los productos respectivos en paridad de poder adquisitivo) en economías de altos ingresos y 2% del producto en países emergentes.

Los instrumentos no convencionales como las tasas de interés nominales negativas y la flexibilización cuantitativa llevaron los límites de la política monetaria a un nivel completamente nuevo. Con eso, se conservó la riqueza financiera. Así, por ejemplo, el balance de la Reserva Federal pasó de US$ 700 mil millones (2007) a más de $ 4.5 billones (2017) en una década. Nunca antes en la historia registrada la base monetaria creció tan rápidamente y, además, sin ningún impacto en los precios de los bienes y servicios.

Como se está observando ahora, estos hechos fueron tratados mediante un estratégico silencio por los ideólogos y economistas libertarios que profesan la fe de Friedman y las bondades de una sociedad sujeta a la maquinaria de un libre-mercado que no podían argumentar más que como una sospechosa fantasía.

Vale la pena repetir y registrar: Sí, la máquina de hacer dinero se instaló con una voluptuosidad nunca imaginada ni siquiera por el más delirante defensor del Estado interventor ($ 15 billones en balances para la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y el Banco Popular de China), sin afectar la tasa de inflación al consumidor o generar expectativas inflacionarias.

Es cierto que la expansión de liquidez estimuló el ciclo alcista más grande en la historia del mercado de valores, particularmente en Estados Unidos. Solo que eso era exactamente lo que se buscaba, es decir, proteger a los rentistas. Con el apoyo de sus poderosos bancos centrales, estos generosamente beneficiados no criticaron al estado intervencionista ni abogaron exclusivamente por soluciones de mercado para preservar el valor de sus activos. Jugando con la definición de pandemia, se podría afirmar que la intervención fue endémica: localizada para el cierto sector de la sociedad que regularmente la recibe.

Mientras esos mediáticos ideólogos de libre-mercado con sus llorosas connotaciones en favor de la igualdad de condiciones y de la meritocracia no dejaban de atacar al sistema político y a las políticas distributivas ‘populistas’ que beneficiaban a la población en general, nada decían que el mercado había expuesto su mano invisible sobre éstos rentistas que fueron socorridos abultadamente por el ‘ineficiente’ Estado.

Por eso, si no se escatimó esfuerzo para proteger los mercados financieros, mucho esfuerzo sí se escatimó para socorrer el resto de la economía y la sociedad. En consecuencia, no es sorprendente observar que tras la crisis de 2008 la distribución del ingreso se concentró aún más, y crecieron los resentimientos hacia el stablishment financiero y político. Como éstas políticas se concentraron en rescatar a los rentistas y poco se preocuparon por los demás, la economía global no consiguió entrar en un camino estable y robusto de recuperación. Por esto mismo, las estimaciones del FMI a fines de 2018 indicaron que en ese momento, diez años después de la crisis, las economías que representaban el 60% del PBI mundial seguían creciendo por debajo de la tendencia anterior a 2008.

Pero lo fundamental es que la velocidad con que “se aprendió a lidiar con la crisis de 2008 demuestra que, evidentemente, los estados intervienen en la economía regularmente. El tamaño de la intervención en ese momento fue lo distinto; no la intervención en sí.

De esta forma, lo esencial a discutir no es si intervenir o no, porque esto está fuera de discusión: habrá intervención, y nadie que profesa el libre mercado se negará a recibirla. Es en favor de quién se hará esa intervención lo que está en discusión.

Es decir, ¿será pandémica para auxiliar a toda la sociedad o volverá a ser endémica para beneficiar un cierto sector acostumbrado a recibir la ayuda del estado escondiéndose por su vilipendiar a cuatro voces estos hechos cuando es para los sectores de menores recursos de la sociedad?

Y ninguno de los que recibieron apoyo del estado, en general públicamente defensores del libre-mercado, o al menos que respaldan a sus voceros mediáticos, se negaron a disfrutar de semejante ineficaz y politizada limosna. Aunque tampoco cesaron de predicar en favor del libre-mercado después de beneficiarse de la mano visible del estado.

Es que, en verdad, quien sermonea en favor del libre-mercado lo hace para que recaiga sobre los demás; no para quien está inmunizado del virus de recibir la ayuda del estado.

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