La revolución francesa

De un lado Francia, del otro Netflix. El detonante fue la película Okja, producida por la plataforma de streaming y estrenada en el Festival de Cannes la semana pasada. Se anunció que estará disponible online a partir del próximo 28 de mayo. Y ardió troya.

En Francia, cuna del séptimo arte, el poder de las salas de cine es muy grande. Cuidan su industria como un jardinero a sus plantas bonsai. No quieren saber nada con el atropello de los gigantes tecnológicos de Silicon Valley. El conflicto ya se había advertido hace un año y medio cuando la Comisión Europea quiso exigirle a las empresas como Netflix pagar por el contenido local en cada país del viejo continente donde quisiera operar. Cuando en 2014 Netflix comenzó a operar en Francia, el diario Le Monde tituló Que le carnage commence! (¡Qué comience la carnicería!).

Las leyes francesas prohíben que una película llegue a la web en forma legal, claro antes de los 36 meses después de estrenada en las salas. Tres años es una eternidad en los tiempos actuales digitales donde los usuarios (sobre todo los más jóvenes) se acostumbraron a poder ver cualquier contenido cuando y donde quieran, generalmente desde el celular o una computadora. No son culpables por eso. ¿Acaso no es el cuando quieras, donde quieras lo que venden las operadoras de celulares con sus servicios de internet móvil?
Pero Netflix ignora esta regla francesa y entonces Cannes dobló la apuesta: decidió que a partir de 2018 las películas que quieran competir por la Palma de Oro deberán asegurar su estreno en los cines franceses. Suena razonable. Pedro Almodóvar, presidente del jurado, dijo con lógica: "Sería una paradoja y una tragedia que la ganadora de la Palma de Oro o de algún otro premio nunca se viera en una pantalla grande". Detrás se sumó Hollywood obligando a las películas candidatas a un Oscar a exhibirse al menos una semana seguida en los cines de Los Ángeles.

El debate se instaló en los medios y en la industria, obligando a los actores, productores y directores a tomar partido. Pero ambas partes parecen tener razón. Más allá de Netflix y sus posibles abusos gracias a su posición dominante en el mercado (100 millones de usuarios y es a su vez, productor y exhibidor), el conflicto pone arriba de la mesa un tema más importante: el futuro del cine. ¿Cuál será el lugar del cine? ¿El cine puede ser consumido en una pantalla de un celular y en TV? ¿Eso es cine?

Los que apoyan al cine en Europa alegan que es una identidad cultural y que el lenguaje de una película pensada para Netflix será muy diferente a la pensada para exhibirse en una sala. "Sé que las plataformas digitales terminarán ganando la batalla, pero a mi me gustaría que se alargara la resistencia, el apoyo de estrenos en las salas", dijo Isabel de Ocampo, presidente de EWA, la red europea de mujeres en el cine.

En cambio, los hinchas de Netflix y los otros servicios de streaming dicen que cada vez más personas ven cine en sus casas y que el cambio es irreversible. "Que elija la gente. Es mejor ver cine en un televisor que no verlo nunca", dijeron sobre la enorme cantidad de películas en salas que nadie llega a ver.

Es cierto que el cambio en los modos del consumo de cultura y entretenimiento no tiene vuelta atrás. Pero los gobiernos tienen que crear políticas públicas que protejan a sus industrias y que revaloricen su patrimonios culturales. En definitiva, Netflix, YouTube (de Google), Amazon, Hulu, etc. son enormes y poderosas empresas privadas que deben ser controladas para que, en pos de su propio negocio, no destruyan lo que, según dicen, vinieron a fortalecer.

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